lunes, 27 de abril de 2009

DIARIO DE LOS SERES ANÓNIMOS/ Omar Ortiz



VIGLENISA Y TEOTISTE RUIZ


Nuestro padre devengaba el sustento
de un criadero de guaguas.
Dulcinea y Maritornes, llamaban sus más queridos animales
por ser nombres paganos, apelativos de cómicos 
ajenos al santoral cristiano.
Más de un sobresalto pasaron vecinos 
y desprevenidos visitantes que confundían 
los sabrosos roedores con ratas gigantes.
Por ello y por un cerrero pelambre que deslucía 
nuestro rostro, no casamos de  mozas ni fuimos mancebas
cuando el pudor estorbaba.
Ahora, en colaciones, arequipes, postres, achiras, 
bizcochuelos, mantecadas y sorbetes, 
prodigamos nuestra malograda ternura.




MARÍA LUISA DE LA ESPADA


Por defender mis privilegios
permito se me incluya en este opúsculo.
Un tal De Quincey publicó hace algunos lustros
la historia de una monja que disfrazada de alférez
arribó al Nuevo Mundo.
Es tiempo de aclarar el infundio.
No existió tal monja y sólo yo enfundada en traje de guerra
me allegué a estas tierras con el capitán Juan de Borja 
a poner sitio a la tribu Pijao
alzada en armas contra Su Majestad.
Con el auxilio de Dios y de Fray Pedro Simón
consumamos el exterminio.
Nos dimos entonces a la búsqueda de tesoros,
encontrando mucho oro y el perdón del Señor, 
que acogió mi alma cuando el veneno 
de Su Ilustrísima paralizó mi corazón.




HÉCTOR FABIO DÍAZ


Llevo encima el traje azul, la corbata naranja,
la camisa que tanto gusta a Margarita, la del 301, 
los zapatos negros recién lustrados,  una pinta de hombre, 
como dijo mi madre después del beso ritual de despedida.
En la Kodak me tomaron la foto para la solicitud de empleo.
Pero de pronto me empujaron a un auto,
Me pusieron dos armas en la cabeza.
Y acabe tirado en una pocilga.
Donde me preguntaban por gente desconocida.
No señor, decía y me pegaban.
Sí señor, respondía, e igual me pegaban. Duro, lo hacían, 
como si no tuviera carne, ni huesos, ni sangre, ni alma.
Ya no tengo traje azul, ni corbata naranja, 
ni puedo abrazar a Margarita.
Ahora soy una desteñida foto que mi madre
lleva a cuestas en plazas y desfiles.




DULIMA MONDRAGÓN


Soy viuda de Walter  fabricante de condones
que nunca usó. Por ello soy parida varias veces,
tantas,  que mejor callo.
Mi sino es un túnel con apariencia de espejo. 
De niña me apasionaban las dalias,
pero mi madre sembraba arroz en los floreros.
De adulta, para equilibrar mis emociones,
decidí escudriñar los secretos de la respiración,
leer a Chopra, practicar el Feng Shui,
y convertirme en vegetariana mientras gano mi sustento
embutiendo carnes en un conocido frigorífico.
Mi vida es idéntica  al lugar que habito,
finge ser un paraíso pero sus naturales
padecen las más atroces pesadillas.




CAROLINA RUEDA


Mi madre dice que soy parienta de las libélulas.
Debe ser cierto, porque de niña coleccionaba
bombillas de colores.
Me quedó en algo la costumbre, ya que soy
la artista principal de un circo de sombras chinas.
La carpa que cobija mi errancia ha sido testigo
de mis múltiples y aplaudidas transformaciones.
Puedo ser emperatriz de Babilonia 
y modesta costurera de barrio, en menos de un parpadeo.
Funámbula o recitadora de versos, 
según el espectáculo sea con luz solar o eléctrica.
También represento papeles dramáticos.
He sido esposa y amante pero siempre salgo del lío,
no más apago el interruptor y termina la función.




TRÁNSITO MARTÍNEZ


Lavo con lejía y flores de naranjo.
Aún así no puedo desvanecer los secretos.
La ropa enseña el alma de sus dueños, 
sólo hay que saber leer en el cuello doblado, 
en el brillo del calzón, para no mencionar intimidades.
No hay arcanos para la lavandera, 
por eso me huyen quienes disimulan fraudes y engaños.
Y eso que en mi boca no se cuecen novelas, 
pues estilo el recato. Una pequeña mancha
puede esconder el azufre de la desventura.
Las piedras del río ya no golpean mis pequeñas historias.




CLEMENCIA TARIFFA


Hacer una flor es estampar una sonrisa alada.
Una orquídea finge el secreto coqueteo de la luz, 
como si una mujer pudiera moldearse en un parpadeo.
La astromelia es el lecho acunado por la lluvia, 
el cultivo del agua es salmón y violeta.
Pero no puede ser híbrida la belleza, es el principio del engaño
que no por fastuoso causa menos dolor.
Tanto hay que descubrir, para qué deformar
la fragancia de la rosa, el encendido amarillo del girasol.
Mi mano es cuidadosa con el ángel, 
no es repetible su encanto ni su olor.
La tierra que abono, el tallo que vigilo, 
la hoja que acaricio, son los mensajes del milagro, 
las formas secretas de mi alma.


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