viernes, 1 de junio de 2012

GABRIEL ARTURO CASTRO Y SU CENIZA INCONCLUSA



Por Jaime García Pulido


Hay poetas que son diplomáticos o abogados, empresarios o publicistas, periodistas o vendedores de arte. Hay poetas que no son más que poetas. No les alcanza la vida para más. Viven en tono menor. Tal es el caso de Gabriel Arturo Castro. Nacido en Bogotá en 1962, irrumpió por los lados de la Casa Silva y la Universidad Nacional a fines de los años 80. Luego desapareció para volver a aparecer con su lira intacta en Ibagué, donde hoy reside ganándose la vida como profesor.


Primero nos sorprendió a los lectores con Libro de Alquimia y Soledad (1992). Un texto que es como las entrañas de una manada de unicornios pudriéndose en un aljibe de vino blanco.  Después vinieron Alquimia de La Media Luna (1996)  y Tras Los Versos de Job (2009). En estos últimos viene a confirmar una tesis que al propio Gabriel no le disgusta para nada: es un antropólogo poeta, o quizás un poeta antropólogo. Uno de tres.


Hoy, en plena Feria del Libro de Bogotá, el poeta nos sorprende con Ceniza Inconclusa, editado por la Universidad del Tolima en el 2012. Un mural que en todo caso ya se veía venir. Es una compilación de notas, comentarios, críticas y mil cosas más, arrancadas al vacío de los magazines dominicales, de las revistas literarias y los periódicos clausurados a destiempo. Se trata del mundo propio de un lector exquisito. Aquí abandona con noble gesto la zona de sol, para entrar con su pincel en la de sombra. Casi uno lo puede ver leyendo, anotando, sopesando cada palabra de este impresionante libro, lleno de erudición viva, no de academia o protocolo de medicina legal.


Resulta imposible reseñar un libro así en pocas líneas. Tiene un solo defecto: el reloj de sus páginas supera y arrasa con mucho al reloj interno del lector. Uno termina abrumado, sin aire, con rubor en las mejillas. Uno no sabe si empezar a leer tantos autores o quemar este catecismo pagano de una vez por todas. Y es que son muchos los años de intensas y jugosas lecturas decantadas en unas cuantas páginas. Baste decir lo que ya se dice en los bares y tabernas bogotanas por los lados del barrio La Candelaria: Gabriel Arturo Castro es hoy por hoy el mejor crítico joven de literatura con que cuenta Colombia. ¡Y ya pisa los cincuenta! ¡Y bien podría llegar a los cien años, rodando sobre sus eternas botas universitarias de suela de goma!


Pero él sigue siendo ese gran poeta menor, sin mucha repercusión, ni mayor visibilidad. Y con esa proverbial mirada de fraile fugado de un cuadro de Zurbarán, con esos pasos de gnomo extraviado en este tiempo. A nadie podrá engañar. Ni aquí ni allá se puede quitar el tricornio de poeta. Muy a pesar de sus anuladores o detractores, este profesor sigue siendo el poeta in vitro de siempre: habita ese lugar entre la página en blanco y el café del desayuno de mañana.  Está hecho por dentro y por fuera de ceniza, para bien o para mal, inconclusa. Pero también enamorada del legado de Quevedo. Sólo le resta el favor de los muchos lectores que acaso lleva dentro y lo persiguen, y aún no lo encuentran por los caminos... 

Y también de eso se trata, en su fatum, desde sus propias palabras:


El perseguidor de la montaña no necesita de lazo,
 ni la trampa, ni el dulce metal fundido de una
 ballesta. No. Sólo le basta lanzar las astillas de la
 palma para cazar los pájaros nocturnos.

¿Cómo se lee un poema? / Hugo Padeletti

Pido perdón por estas tres hojitas que voy a leer. Sé que la expresión improvisada es más vívida, aunque menos exacta, pero en est...