viernes, 5 de febrero de 2016

Tres hombres solos. Cuento de Miguel Castillo

Mamá está en la televisión. Papá en la cocina preparando maíz pira en el microondas. En unos minutos el resumen de La isla del tesoro terminará y comenzará de inmediato el programa de hoy. Es por eso que papá está haciendo palomitas. Arriba, en su habitación, mi hermano espera a que yo grite para bajar a ver el programa. Antes de hacerlo espero a que llegue papá con un vaso de gaseosa con hielo para mí. Cuando bebo el primer sorbo, La isla del tesoro comienza y yo grito y mi hermano baja corriendo por las escaleras.
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El fin de semana pasado empujó a un tipo en plena competencia. Gracias a eso no perdió; le decían El paisa y cayó en un charco de algo que parecía petróleo. Mamá hizo equilibrio sobre el falso petróleo sin problemas. Mientras celebraba pude ver detrás de ella el mar salpicado por un atardecer de color rojo. Papá celebró la jugada sucia de mamá como si hubiera visto un gol de la selección Colombia en la final del mundo. Mi hermano, en cambio, permaneció callado. No aplaudió cuando el tipo cayó y tampoco lo hizo cuando mamá dejó de gritar y nos dedicó el triunfo a nosotros, sus hijos, a través de la pantalla del tv. 
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Cuando mamá se fue y apareció por primera vez en televisión, decidí no volver a la escuela. Papá me despertó y dejó el desayuno sobre la cocina. Esperaba que comiéramos y luego camináramos directo a la escuela, orgullosos de mamá. Fueron los pitidos en el televisor cada vez que abría la boca. Parecía que la mitad de las palabras que decía eran insultos y eso me avergonzaba. No quería que mamá estuviera en la tv, diciendo malas palabras una y otra vez. Era como un grillo gigante que aparecía y gritaba a su lado. En la cama recordé el programa y prometí que no volvería a la escuela; los profesores se reirían en los pasillos y en los baños escucharía chistes sobre mí. Por eso no volví. En cambio mi hermano sí comió y salió al colegio como si la mujer del programa de la noche no fuera mamá. La primera vez que decidí no salir me miró desde la puerta y solo dijo que me hiciera el enfermo. Así que eso hice.
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Algunos amigos me han llamado varias veces, siempre preguntando lo que se siente tener hepatitis. Imagino que fue mi hermano quien les dijo eso a las profesoras y ellas, como cotorras que son, lo habrán repetido en clases. También me dicen que cada noche ven a mamá en televisión y hacen fuerza por ella. A veces les creo, pero la mayoría del tiempo no lo hago. Es mejor así. Mi papá no dice si está orgulloso o no, aunque si alguien me preguntara diría que sí lo está. Lo habitual en casa era ver a mamá en la cocina mientras papá veía repeticiones de fútbol en la sala. Ahora papá cocina y los partidos de fútbol fueron reemplazados por las imágenes de mamá en La isla del tesoro. Para ser sincero, nunca antes los había visto tan juntos; ella en la pantalla y él abrazando al televisor, esperando abrazarla sin importar los miles de kilómetros que los separan.
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Hace unos días papá regresó a casa en la mañana y me encontró en la cocina, desayunando Zucaritas en leche. Olvidó su maletín y al regresar por él encontró a su hijo menor en piyama. Debía estar en la escuela, sentado en el pupitre y mirando al tablero, no en la cocina de la casa desayunando tarde como solía hacer mamá cuando no había nadie. Sin embargo, y a pesar de que esperaba un grito para mí y una amenaza peligrosa contra mi hermano por no llevarme a la escuela, lo único que dijo papá fue que debía vestirme para la noche, cuando empezara el programa.
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Ayer ocho concursantes, incluyendo a mamá, se balancearon en ocho cuerdas que colgaban, según la presentadora de La isla del tesoro, a veinte metros de altura de una playa hermosamente blanca. Quien soportara la mayor cantidad de tiempo arriba, colgado como un simio de peluche con abracaderas, obtendría “el parche del pirata” que lo salvaría de la próxima eliminación. Después de casi una hora allí arriba, tres participantes seguían balanceándose a veinte metros de altura. Después de otros veinte minutos mamá ganó. Por alguna razón papá no saltó, como yo esperaba que hiciera.
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Algo ha empezado a suceder alrededor de mamá y he sido el último en comprenderlo. Los tres estábamos en el sofá, viendo La isla del tesoro, pero yo estaba concentrado en la playa. Solamente cuando oí los gemidos de papá quité los ojos de la arena y el mar, y volví a mirar el cuadro entero del televisor: ella era rodeada por dos brazos musculosos y no se resistía. Lo más curioso fue cuando miré al sofá, donde mi papá lloraba y mi hermano abría la boca tan grande como una rosquilla. La pantalla del televisor mostró la mirada entre mamá y Brazos musculosos, y papá presionó el botón de Off en el control remoto.
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Ahora parece que papá y mi hermano son un equipo. En La isla del tesoro ha desaparecido el número suficiente de participantes como para que cada uno de los que está allí compita ahora por su propio bienestar, decididos por completo a retener el parche del pirata para llegar a salvo al siguiente fin de semana. Sin embargo, fuera del set natural del canal de televisión existe un equipo conformado por un padre calvo y su hijo mayor. Cada noche se agarran de las manos y oran por ver la derrota del novio de mamá. Trato de ignorarlos a ellos y a mamá también; cuando las cámaras la enfocan junto a Brazos musculosos busco la palmera más próxima dentro del televisor, me siento bajo su sombra y veo los trazos azulados de las olas interrumpidos solamente por la espuma que salpica el aire.  
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Me alegro de no haber vuelto a la escuela. En el programa de la mañana hablaron del romance entre mamá y Brazos musculosos. Ahora ella es el chisme de moda de la televisión, como si siempre hubiese sido una mujer famosa y nunca nuestra mamá. Papá está destrozado, siempre sentado en el sofá con la mirada perdida en algún punto del televisor. Sin embargo no es el único que sufre. También mi hermano lo pasa mal, eso lo sé así no lo diga. La verdad es que son muy pocas las veces que hablamos. Siempre está callado, como concentrado en una persona que nadie más puede ver. Yo no necesito oírlo para saber lo que dice en su cabeza. Es obvio que se burlan de él en el colegio. Ahora no solo es un pitido de grillo cada vez que abre la boca -cosa que él soportó-, sino que también es la mujer que se besa con un tipo de dos metros que no es su esposo. Cuando llega a casa arroja el maletín al suelo y sube las escaleras corriendo. La puerta de su cuarto se oye en toda la casa y no vuelve a salir hasta que grito para avisarle que el programa ha empezado.
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Después de la competencia del barco, donde debían esquivar barriles de ron para luego subir por una cuerda, en busca de una bandera pirata enredada en ella misma por culpa del aire, papá dejó de ir a trabajar. Brazos musculosos llegó hasta la calavera y mamá, proyectada en millones de televisores en el país, aplaudió y celebró el triunfo de su novio; papá apagó el televisor y dijo que nos fuéramos a la cama. Al día siguiente me desperté y ya el sol estaba en la casa, colándose por las persianas de mi cuarto. Aunque no voy a la escuela desde que comenzó La isla del tesoro, igual papá me ha despertado cada mañana para que me duche, vista y aliste mi morral. Esta vez no fue así. Caminé hasta el cuarto de mi hermano y ahí estaba, dormido aún. Abajo, en el sofá, papá también dormía. Tenía recogidas las piernas como la gente que duerme en la calle. El televisor estaba apagado y por eso en la pantalla se veía a papá reflejado en tamaño pequeño. Viéndolo en el televisor parecía un nuevo programa donde muestran su vida sin mamá. 
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Mi hermano dejó de ir al colegio al mismo tiempo que papá dejó de ir a trabajar. Entonces empezamos los tres a reunirnos por la mañana alrededor del sofá y el televisor. Cualquiera presiona el botón de encendido y buscamos en el canal de La isla del tesoro a mamá, así fue como la vimos en la playa besarse apasionadamente con Brazos musculosos. Papá escondió su rostro entre sus manos y creo que volvió a llorar. Mi hermano se acercó y lo abrazó pero papá no se dio cuenta. Yo, en cambio, seguí mirando el video de mamá con su nuevo novio, solo que los borré a los dos y me puse en su lugar, con medio cuerpo dentro del agua y mirando la línea azul del mar a lo ancho del mundo.
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Parecemos anfitriones del show de Barney. En lo único en que nos diferenciamos es que ninguno de nosotros hace bromas; vestimos todo el día con piyamas y saludamos únicamente al televisor. Mamá aparece en la noche, junto a los cuatro concursantes que sobreviven, y mi hermano y yo automáticamente le pedimos la bendición. Papá dice otra cosa, la cual no logro entender. Es noche de eliminación y mamá tiene el parche del pirata sobre el ojo izquierdo. Creo que es por eso que papá ha dejado de cocinar. Ahora pide hamburguesas, arroz chino y pizza. En el momento de la eliminación, donde el participante expulsado debe saltar desde un trampolín al mar, papá y mi hermano se agarran de las manos. Ambos han llamado sin parar a La isla del tesoro durante los últimos tres días. Creen que han hecho la cantidad de llamadas suficientes para que Brazos musculosos desaparezca de la isla y de la vida de mamá. Sin embargo quien sale es el costeño que quería ganar para pagar las cirugías plásticas de su esposa. Los tres vemos cómo el hombre salta y desaparece en un círculo de burbujas.
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Ayer mi hermano cortó el cable del teléfono. Después de que dejamos de salir, el repiqueteo de llamadas que nadie quería contestar fue inevitable. A veces eran mis amigos que insistían en saber si seguía enfermo; a veces llamaban de la oficina de papá y él nos ordenaba que dijéramos que no estaba. Cuando lo hacíamos nos preguntaban en dónde podían encontrarlo y nosotros, como no conocíamos otra respuesta, contestábamos que en el trabajo; cuando no era para mí o para papá, las llamadas buscaban a mi hermano. No eran amigos porque realmente mi hermano no los tiene. Eran profesores del colegio preocupados por la salud del único alumno inteligente de la clase. Cuando sospechábamos quién podía ser nos mirábamos y decidíamos quién contestaba y mentía. El problema llegó cuando fueron las llamadas de la prensa las que empezaron a sonar una y otra vez en la casa. Ninguno sabía qué responder cuando preguntaban por mamá y papá. En una de esas llamadas mi hermano agarró el cuchillo de la cocina y cortó el cable de conexión, dejando en la casa el fantasma de un teléfono que retumbó por un segundo o dos.
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Mamá está en la parte final de La isla del tesoro. Compite contra Brazos musculosos. Los dos han sobrevivido a todas las pruebas de eliminación y parecen felices, como si no importara cuál de los dos gane. Veo el barco donde graban ladearse en la pantalla del televisor. En la última prueba deben subir por una malla hasta una canasta, en la parte más alta del barco. Cada tanto unas gaviotas entrenadas por el canal la atacan a ella y a su novio. Cuando eso pasa los pitidos del grillo gigante interrumpen su voz y Brazos musculosos intenta golpear a las aves. Recuerdo el día en que mamá se fue. Estaba contenta porque sería la envidia del barrio. Una camioneta del canal de televisión la recogería en la casa y la llevaría hasta el aeropuerto, donde viajaría por primera vez en avión. Nos despedimos de ella antes de que subiera al carro; a papá le dio un beso y él le dijo que no se asustara cuando el avión despegara. “Es como un ascensor pero más rápido”, fue lo último que le dijo antes de que ella partiera.  
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El primero en llegar a la canasta, y por lo tanto el ganador indiscutible del reality es Brazos musculosos. Cuando mamá lo alcanza en la cima él la alza hasta tenerla a su lado. Rodeados de un cielo salpicado de gaviotas, ellos dos se besan. Atrás de ellos, y sin importar que las gaviotas sigan ahí, fuegos artificiales estallan en luces que se reflejan en el mar. Veo a papá y llora desconsoladamente. Cuando estaba aquí era ella la que lloraba. Papá solía desaparecer por días y cuando eso sucedía ella dejaba de hablar y reír. Papá la ignoraba y ella nos buscaba para abrazarnos y llorar. La presentadora de La isla del tesoro le pregunta a Brazos musculosos lo que va hacer con tanto dinero. Conoceremos el mundo, es lo que afirma a la vez que rodea a mamá con su cuerpo. Una tarde, y después de que mamá y papá se gritaron, me dijo que tan pronto tuviera la oportunidad se iría lejos, donde no pudiéramos encontrarla nunca. La agarré del vestido y le rogué que me llevara con ella. Me miró un segundo y no dijo nada, solo se fue caminando a la cocina. Esa tarde estábamos solos los dos. Papá salió insultando y cerrando la puerta de un golpe, y mi hermano esos días estaba en la casa de los abuelos. A nadie le conté lo que dijo pero creo que ya no es necesario ocultarlo. Los créditos de La isla del tesoro descienden a través de un mar de fondo. Imagino a mamá cruzando el océano en un yate blanco. Brazos musculosos está a su lado y conduce el yate como si supiera a dónde ir. Estoy en la punta del barco, mirando hacia abajo, donde el mar es partido en dos por el yate. Vuelvo al sofá, donde papá está envuelto entre sus piernas y brazos, y me preguntó qué diría ella si volviera y viera el desorden que es ahora la casa. A mi lado está mi hermano y por primera vez en mi vida lo veo llorar. Siento lástima por él y por eso intento llorar también. Intento unirme a los dos en la despedida de mamá. Lo intento varias veces, pero no puedo. Ya les pasará, me digo a mí mismo. Guardo silencio y espero a que se detengan. Cuando por fin se callan miro la hora y casi es de día. Los dos duermen abrazados y yo subo las escaleras hasta mi cuarto. Una vez en la cama pienso que será difícil pero podremos estar sin ella. Cierro los ojos y sueño que nado hasta llegar a una playa donde mamá me espera sonriendo.



@Miguel Castillo: joven escritor santandereano, ganador de varios concursos nacionales de cuento. Perteneciente a las nuevas generaciones de la literatura de la región. Tallerista, jurado y cuentista de tiempo completo. Es egresado de la UIS.

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