sábado, 4 de abril de 2009

EMPRENDER LA NOCHE, de José Zuleta Ortiz



Por Hernando Guerra Tovar


José Zuleta Ortiz (Bogotá, 1960), nos muestra en su poética mundos diferentes, que sin embargo han estado ahí desde siempre, al alcance de nuestros sentidos, de nuestra mirada, acaso empañada por otras urgencias, otros apetitos. Lejanos territorios de la cotidianidad más inmediata. Objetos cercanos, teñidos de una voluptuosidad desconocida, colmados de belleza nueva; distinto rostro del entorno familiar, paisaje inadvertido hecho presencia.

Asistimos en esta poesía a un itinerario por el envés de las cosas, el otro lado de los usos y costumbres, el redescubrimiento de regiones externas e internas del hombre, en su discurrir por la tierra que le es propia o ajena, según nuestra percepción, de acuerdo al lado y al lente desde el que lo abordemos. El verbo, limpio de los sedimentos de siglos de uso, desuso y maltrato, muestra ahora su identidad primigenia, intacta. La Antología Emprender la noche (Colección Los Conjurados, Común Presencia, 2008) es así, poéticamente, un llamado del autor para que busquemos en el sueño la vigilia de nuestros actos, del entorno, los motivos que habitan más allá de la apariencia, la verdad oculta, el fin y el propósito que impulsa todo acto, todo hecho, toda circunstancia.

Desde siempre el poeta se ha caracterizado por su condición de vidente, por el desarrollo de su capacidad de intuición, de la percepción atenta o verdadera, que linda en la sabiduría, en el conocimiento. Ortiz Zuleta asume en su palabra dicho propósito, en un lenguaje sencillo, alejado de cualquier posibilidad de estridencia o de retorica. A contario sensu, lo hace de una manera natural, como bien lo anuncia el también poeta y escritor Elkin Restrepo: “Por un don inestimable, a José Zuleta se le ha permitido hacer propia la magia natural de las cosas, sin artificios, ni retóricas intelectuales, que es lo que suele suceder entre nosotros” (…) Nos entrega así, “sus poemas claros, sensuales, espléndidos, aferrados a pequeños rituales y percepciones repentinas...” Miraremos, pues, con el lector, libro por libro, el contenido de esta obra, de un autor que se destaca como una de las voces originales, auténticas, de la poesía de su generación en Colombia:

“Las alas del súbdito” (Primer Premio Nacional de Poesía Carlos Héctor Trejos, Riosucio Caldas, 2002), constituye un recorrido por la sencillez, por la elementalidad de la vida. La paradoja de lo cotidiano enaltece el milagro del ser, en lo rural, en lo urbano. En el silencio. En el barullo. Las discretas costumbres de una región de belleza y riqueza invaluables, ignoradas por un Estado ciego y sordo, se vindican en este libro, que nos recuerda en un viaje por río a través de la selva, las contingencias del árbol que en su mágica presencia, cobra aquí sentido estético más allá de la posibilidad ética: “…se respira el agua…la balsa avanza. / Chaquiro, Sajo, Amarillo, Cedro, Tangare, / Comino, Flor Morado y Chanúl. / Tantos años erguidos; como casa de pájaros, / camino de ardillas, trapecio de micos, / sombras de orquídeas, / filtros de luz…” (Bocas de Satinga).

Y el contraste urbano lo aporta el anodino personaje “pregonero de abalorios, de ilusiones”, que después de una faena extenuante por la ciudad, como “súbdito de riquezas anónimas / (que) vende para pagar facturas ajenas. (…), llega por fin a su colina amada y “feliz: sabe que en algún lugar / de la estancia están esperándole las alas… / ahora podrá volar lejos del reino, lejos del vocerío, / y verá / desde lo alto el mundo, y hasta podrá quererlo. (Las alas del súbdito). Paisaje rural y urbano de un uni-verso que se redescubre en su contraste de oscura desidia, ante la aceptación de una alienación sin límite, en la dura modernidad que nos constriñe.

En “La línea de menta” (Colección Escala de Jacob, Universidad del Valle, 2005), la lúdica de los sentidos hace del fruto un festejo:”Avanzo por la tierra y sus fragancias, / siento las caderas dulces de los mangos, / los cascos cosidos con hilos blancos / en el costurero del mandarino. (…) El erotismo sutil de la palabra deriva en el entretanto del ocio que brinda la siesta, “el menú” del cuerpo hecho manjar del deseo: “Después de la prisa / de las prendas cayendo, / mariposas urgentes vuelan tu pecho”. Todo aquí convida al descanso, al solaz, a la contemplación de un mundo detenido en la pereza. Salvo el texto que nomina al poemario, la agenda del poeta y del poema es insustancial: “Viviría soñando…/ vagaría en duermevela / por libros claros, / por películas, / por cuadros rojos y amarillos, / por recetas perfumadas de hierbas. Sin embargo, entre esta despreocupación cercana al hedonismo, hay un lugar para recordar la tragedia del Raúl Gómez Jattin, su viaje intempestivo al encuentro con su progenitora. Y hay lugar, asimismo, a la trascendencia, a la mirada hecha visión, cuando Zuleta Ortiz observa el río del tiempo entre la lluvia, como en un prisma, en su recorrido por la exaltación de la fruta, para llegar a esta imagen bella y exultante: “sigo / ahora llueve / miro al fondo la montaña oscura / veo un río, / es una línea de menta que desciende.”

Tal vez la festiva despreocupación del libro que antecede haya sido necesaria en la arquitectura de la poética, de la secuencia lógica o arbitraria de la antología, hasta llegar a “Música para desplazados” (Premio Nacional de Poesía, Casa de Poesía Silva, 2003) en donde la convocatoria hecha bajo la irónica consigna “descanse en paz la guerra”, confronta la dolorosa “realidad” de una nación que se debate entre la insensatez de la violencia y la belleza inocua del poema. La dura pregunta de Höelderlin tiene respuesta en este poemario, cuando José Zuleta Ortiz consigna el hecho simple de un activismo cívico, fundado en la palabra, alejado del ataque, como corresponde al ser inteligente que no ignora las verdaderas “razones” del flagelo, del maridaje de una aristocracia rancia y corrupta, postrada, genuflexa ante poderes del “otro lado” del mar y del sueño. Entonces todo fluye y confluye. El río no sólo lleva muertos, lleva también la vida con destino al hombre citadino. No sólo lleva el cadáver del árbol milenario, transporta así mismo el alimento, es decir la paz, porque la paz, amigo lector, comienza en el estomago.

“En el andén de la Galería Alameda”, el poeta describe la atroz intermediación en el comercio de los frutos, el destino final de “tantas semanas de paciente labranza, (…). Este poema, bello en su singular desgarramiento, canta una “realidad” que se nutre de la indiferencia de quienes fungen un poder oscuro, de intereses mezquinos, podridos como aquellos frutos que no resisten los embates del clima, y la displicencia del sistema: “Derrotados en la guerra del andén, / sin los encargos de los hijos, / ni el corte de género para ella, / ni la funda nueva del machete, / suben al techo del bus de escalera, / para volver al monte azul donde / la vida es una guerra perdida.”

El campo, representado en los objetos de labranza, exhibidos en su belleza intacta, “En el almacén agrícola”, en “La siesta azul de las herramientas”. Los olores, la fragancia de un pueblo honesto, trabajador. Y “El expreso del sol”: evocación poética, con el sutil llamado, con la propuesta implícita: “Un tren haría todo más fácil.” Quienes tuvimos la fortuna de viajar en este legendario “expreso”, entre La Dorada y Santa Marta, sabemos de un país bello, que no sólo se viste del paisaje de la guerra: “También están los ríos y los puentes, / los peñascos, los túneles, / el mar, la carga y el muelle ferroviario / estás tú allá y yo aquí, / sólo falta el tren para rodar por la escalera dormida, para mirar por la ventanilla la fuga de los árboles (…). Los mismos árboles del bello poema, donde confluyen todos los milagros: la lluvia, el pájaro, el nido, “el peregrino en su sombra”, “el agua en la savia certeza de su sangre”. El árbol de la intemperie, de la noche, del frío, del rayo, de la tormenta. El árbol en el que “el fruto se tiñe de colores maduros”. Ah, los Árboles: en el silencio de su serena majestad habita un canto”.

“Mirar otro mar”, (Hombre nuevo Editores, 2006), es la celebración del goce por la vida. “Rueda sin rumbo la noche…” La alegría como motivo poético. Un delicioso erotismo recorre estos poemas. La mujer y la gastronomía se mezclan en una receta, en donde la comida de mar, las frutas y los aderezos, extienden por la página olores, sabores, exquisiteces; alcoholes en infinitas rondas de roces, risas, alas. Los nombres de los poemas hablan por sí solos: “Hambre”, “Otra ronda”, “La mujer de enfrente”, “Lo de la vecina”, “Cantar dentro de ti”, “Una cerveza en la Habana”, “Seducción”, “3 A.M.” “5.30 A.M.” “Como los ángeles”, “Placer glaciar”, “Motel Santa Bárbara”, “Tinta Roja”, “Intensidad”, “A la intemperie” “Insectos”“Visita conyugal”, “Apetitos varios”.

Sí, los títulos de los textos hablan por ellos mismos. Mas, he ahí uno de los encantos de este libro. El poeta sabe de la predisposición del lector. Algo así como una intuición psicológica. Lo cierto es que al abrir el poema, al asumirlo, nos damos cuenta del subterfugio estilístico: en “Hambre” hay un pre-texto culinario, una rica preparación de pescado con los ingredientes de la mejor cocina, que activan las papilas del gusto, para concluir con el siguiente verso, no exento de humor y coquetería: “sólo tú me apeteces”. En “Lo de la vecina” el asunto se resuelve en que hay un árbol que todas las noches, generosamente, deja caer sus frutos de piel roja y carne amarilla, sobre el prado de la vecina. Sólo basta “inclinarse y tomar en la mano la paz de la fruta”. “Cantar dentro de ti”, es otro ejemplo de cómo el autor se apropia del alcance semántico de la fruta, su magia, su deleite, para trasladarlo a la escena erótica: “Lo mejor de ti son tus silencios: / espera de mango, / distancia de naranja, (…) “Ver tus manjares intactos”, / tu hambre, (…) El poema “3 A.M.”, es un juego en el que el poeta compara un electrodoméstico con el ser deseado: “cruzo el umbral… / entreveo su blanca presencia, deseo entrar en ella, / sentir sus aromas, guío palpando mi mano hasta el secreto, (…) Al final de este insomnio sugerente, el poeta, ya de nuevo en la cama, se pregunta si habrá dejado la puerta abierta.

Hay una segunda parte de “Mirar otro mar”, en la que el poeta vuelve la mirada hacia la región del pacífico. Poemas como “Tumaco”,” “Mulatos”, “Boceto con pelícanos”, “En el alto Atrato” “Ensenada de Utría”, “Bajo San Juan”, “Bahía Solano”, “Isaura vuelve a casa”, acaso sustentan el título del poemario en tanto constituyen un intento del poeta por rescatar esta rica región, saqueada a la par que ignorada por siglos: “Abarcos, Natos, Zapanes, / Caobos y Chaquiros / abatidos. (…) (Bajo San Juan); “En el caney y el bulevar / marineros rojos bailan con negras de colores” (Isaura vuelve a casa).Es una denuncia de la sobreexplotación de los recursos y de la indiferencia de un Estado centralista, indolente, corrupto. Es asimismo la exaltación de una raza que vive en la alegría de sus raíces, de sus rituales, de la danza traída de África, y de la poesía que crece silvestre en su bella y vasta geografía: “Leve como la fragancia del agua. / Nueva, como el aire en la sangre. / El hombre de los instantes, supo: / la belleza es fuego que llama, / es la hoja que vibra en el bosque”. (Epitalamio).

El último libro de esta Antología, que contiene la obra poética hasta ahora publicada por José Zuleta Ortiz, “Las manos de la noche”, segundo premio en el concurso internacional de Poesía de la Universidad San Buenaventura en 2007, contiene ocho textos, como anticipo de la publicación del libro por parte de la Universidad Nacional de Bogotá, en la Colección Viernes de Poesía que impulsa el profesor Fabio Jurado Valencia, cuya presentación se hizo el pasado 19 de marzo de este año, en el marco del día Mundial de la Poesía que convocan y organizan cada año Común Presencia Editores y el periódico virtual Con-fabulación, poemas que mantienen la unidad temática y de tono del contexto de la obra del autor aquí reseñada: “Hace años / las ardillas viajaban / de la costa atlántica / a la costa pacífica, / de rama en rama / sin bajar al suelo. / Era cuando los árboles estaban tomados de las manos / jugando a la ronda de los bosques. (Tomados de la mano)

“Emprender la noche”, un acierto estético. José Zuleta Ortiz, “cazador de instantes”, una voz diferente que refresca la poética colombiana, a la vez que indaga y señala otras regiones de la geografía y del pensamiento; derroteros preferibles, más humanos, para la tierra, el hombre y su palabra. Otra mirada, otro mar, otras posibilidades en un país en donde la ceguera y el autismo de la dirigencia, constituyen el “Padre nuestro” de cada día.

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La Pipa de Magritte
Poeta y abogado. Fue presidente por varios años de una organización de trabajadores del sector financiero. Es autor de los poemarios Pájaro azul, Linotipia Bolívar 1994; La noche del árbol, Sociedad de la Imaginación 1998; Ciega luz, Común presencia 2004 y Sombra Embestida, Comùn presencia 2007. Hace parte de la Colección Internacional Los conjurados de Común presencia Editores, de la Muestra Siglo XXI de Poesía en Español y de la Muestra arquetípica de Poesía en Español de la Asociación Prometeo de Poesía de Madrid. Aparece en varias antologías y su poesía se publica en periódicos y revistas de Colombia e Hispanoamérica.

jueves, 2 de abril de 2009

TRAS LOS VERSOS DE JOB/Premio Nal de Poesía "Porfirio Barba Jacob"-2009




I.
Quiero decir la palabra hambre para soportar su apéndice inserto
en el último hueso de mi brazo.
El hambre, la semilla ahogada, la sílaba pálida alimenta a la piedra,
jamás a los cuerpos, piel de la carencia.
Dueño de la tierra doblegada,
del viejo pan íntegro
y del lugar de la pertenencia y el de la justa verdad,
me protejo de las garras del sol que me persigue por las calles
y sierras lejanas,
un sol arqueológico,
seco y lacónico por el mundo.
Una tierra. El lugar, el pan, el sol.
El sol entre los dientes inunda las calles donde verdea la terrible
cerrazón de la garganta.
Se le hace trampa a la sed, al desquicio de un saco de nueces,
a la crueldad de nuestra señora de la carne.
Un colmillo duerme en medio de una apetencia prolongada,
el rey de los despojos
viene por los huesos que guardamos al amparo de la noche,
la médula del gigante o del raquítico,
los olvidados,
los hermanos del desierto.
El sabor de los huesos es más fuerte que el manjar de la carne ajena.
Deber de sobrevivencia: comer del caldero un poco de pan,
una taza de agua,
escupir de la garganta el miedo
y todo el espectro de la casa.



II.

Cuando llega la oscuridad roja del nogal, vemos a lo lejos una tierra
de saliva y de ceniza, asolada por utopías y palpitaciones de sal, la
lenta destrucción del tiempo.
No hay vestido para disfrazar el horror de la mujer de vientre
saqueado. ¿A qué mundo pertenece la tragedia que rompe el rostro, la
piel seca y los dedos oxidados?
Magos de sangre oscura le ajustan al cuerpo puros andrajos.
La luna hiena ve degradarse el bálsamo de tantas flores, vasta flor
sangrienta en lo alto de su tallo.
¿Quién se traga las lágrimas de piedra y el agua del ojo abierto?
Dios escupe insultos y derrama lágrimas entre las heces de un mundo
perdido.
De vez en cuando miro por las rendijas
(entre cuatro paredes terrosas, postigos cerrados),
cómo bajan los crujidos
de millares de pequeñas miserias,
miserias ínfimas de muescas, migas,
desnudas encías,
sonajeros y espejos rotos,
la miseria por un pedazo de cobre.
Mi ojo inspecciona una ciudad en ruinas
donde se incuban las pestes
y se limpian los huesos que perforan
la dolorosa materia de los sueños.
Quienes temen y se excusan alumbrar al mundo,
los que hieren con sus formas angulares,
empuñaduras de cuchillos,
marcas de uña.
Aquellos de pupila agazapada
nos siguen con su ojo grande,
el ojo arrogante que adora la caída,
la oscuridad de la letra,
el agujero profundo.
Dios es para ellos un ojo resplandeciente,
de obsesiva luz,
artificial e implacable,
no la forma y saber de un iris antiguo,
la eternidad en el ojo del hombre.
El aguijón ya está muerto en nuestro costado más precario.
Los ojos abiertos, desvelados, enrojecidos,
pertenecen a su mundo.
Continuamos y los ojos caen al abismo.
Los cabellos, los dientes, las uñas
y el blanco del ojo, el de ellos,
traspasa la piel de todos.
Todos los hombres se pudren
por los corredores de una tierra irrespirable.
Allá un hombre justo,
más acá, un hombre equivocado,
muertos en ya olvidadas sequías de plomo y cobre.


III.

La historia no dice que “entre estruendosas matanzas el mundo fue
conquistado y reducido”. Elude el asco, el baño de misa negra, el
sabor amargo de la enfermedad, el color de un antiguo destino.
Es el lugar de la simulación: siempre de soslayo el sueño de los
pobres, el humo entre las estatuas de arcilla húmeda.
Alguien golpea el cemento antiguo, se sienta y se olvida del tiempo.
El cielo se llena de signos, vestigios y tormentas de injurias. Ya no
hay habitantes sobre esta colina. Excavemos el mundo de las vidas
suspendidas, comamos tierra, abramos cuartos olvidados y más
puertas para satisfacer los caprichos de los muertos.

IV.
Ya es hora. Ya es hora.
La hora del cínico se abre en la espesura de las máscaras:
la silenciosa procesión de encapuchados, el bufón de la cara tiznada,
el rey de burlas.
La mujer de la venda en los ojos enseña sus dientes alambrados.
La calavera está de posada en posada,
de círculo en círculo.
Los hombres groseros se visten de gris.
Todo alrededor de números y fantoches, y sin embargo el cínico
prefiere un mascarón: el Dios de la guerra, el de la lengua roja y su vestido de gasa.
No mires el reloj del impúdico hasta que paren las furias del mundo.
Los bordes rojos insinúan la herida abierta
y astillada,
la angustia en el fondo del cuerpo.
Quien señala,
el señor del índice,
precipita el incendio que corre por las yemas.
Todo huele a piel
y a poder cuando los hombres pierden la sangre
de las manos y de los píes.
Las luces se apagan, estalla una oscuridad sucia y un estrépito que
llega a los oídos del hombre muerto:
blasfemias y aleluyas, humo de incienso y hedor de sangre.
Las formas se abren a la penumbra, los cuerpos naufragan
en residuos.
En la noche hueca nadie cierra las heridas.
Nos desplazamos hacia corredores, senderos hostiles,
veredas hundidas en la ceniza y paredes oscuras sin salida.
La peste camina en la sombra con su malicia y su ardid.
Las luces se prenden, se escucha la hora oficial.
Triunfamos sobre la noche, pero la muerte infame, de acento extraño,
se hunde más y más en nuestra carne.
Con los píes descalzos entre el aserrín y los clavos sueltos, nos
quejamos de la luz rasante, de la noche feroz que nos ordena huir
o soportar un ultraje.
La memoria de la suciedad nos indica que el polvo tiene cicatrices y
una gruesa costra.
Escapamos a la señal de ofensa, a los impulsos de nuestra antigua
hambre,
a la fuerza que arranca un crujido de falanges, un molino de huesos.
Sin embargo el gusto por el pan áspero y seco persiste en la garganta.


V.
Traigo a la memoria el pasado de cuatro inviernos, un mundo blando
pero fatigoso a la vez, patria densa acostumbrada al barro y al
arbitrario alimento, un país de sombra que nos empuja sin tregua
contra el cielo bajo.
Sobre las tablas húmedas crujen los odios, el olvido, el amarillo de
sus márgenes.
“Balbucea, retrocede y huye”.Huir, fugarse, eludir, evitar sin tardanza:
el éxodo comienza.
No podemos deshacernos de esta crónica sorda,
de túmulos funerarios, viejas sepulturas,
amargas moradas del exilio,
el desierto donde la memoria es un suplicio
y los caminos (divergentes, precarios, abiertos)
descienden hasta la ruina.
Calla el bastón, calla la piedra y la huella, un hueco se incrusta entre
las palabras, mordidas y despedazadas palabras.
Las preguntas mueren, sin reconciliación, sin lugar.
Sólo una mano pasa sobre la espalda empalada, los zapatos dispersos
y la piel que cuelga de un sol a cuestas.
Jamás quisiéramos morir en este cerrado horizonte, no, en ningún tiempo.
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La Pipa de Magritte
Gabriel Arturo Castro es poeta y ensayista. Ganador de los premios nacionales “Aurelio Arturo” 1990 y “Ciro Mendía” 2006. Fue colaborador habitual del "Magazín Dominical" de El Espectador. Actualmente escribe en el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República y en otros importantes medios nacionales. Ha publicado: Libro de alquimia y soledad (1992) y Alquimia de la media luna (1996).

PREMIO PORFIRIO BARBA JACOB 2009 a Gabriel Arturo Castro Morales



Otorgado Premio Nacional de Poesía
PORFIRIO BARBA JACOB
Ciudad de Envigado


La casa de poesía Porfirio Barba Jacob, otorgó el PREMIO NACIONAL DE POESÏA PORFIRIO BARBA JACOB CIUDAD DE ENVIGADO edición 2009, al poeta ganador GABRIEL ARTURO CASTRO, por su obra “Tras Los Versos de Job”.

El autor de la obra ganadora, nació en Bogotá. Es Poeta y ensayista. Antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Colaborador de la Casa de Poesía Silva a través de talleres, presentaciones de libros y conferencias. Ganador del Premio Nacional de Poesía “Aurelio Arturo” 1990, y del Premio Nacional de Poesía Ciro Mendía 2006. Ha publicado “Libro de Alquimia y Soledad” 1992, y “Alquimia de Media Luna” 1996.


El jurado encuentra en el libro de poemas ganador, una poesía de honda reflexión y factura poética, en consonancia con la nueva corriente poética-reflexiva que se lee en el panorama nacional de la poesía, de poetas de trayectoria literaria reconocida. Con un ritmo que gana en intensidad y emotividad, dando cuenta de la universalidad y trascendencia que pide un lector a una obra poética moderna, el autor nos muestra en una forma atractiva entre poema y prosa poética, un lenguaje rico en su propuesta semántica, radicada en la reunión de su poder reflexivo aunado a lo poético como tal -versos gráciles en su validez verbal que ascienden limpios, cadenciosos, sugerentes al promontorio comprensivo e interpretativo del lector- y al despliegue de pensamiento que retoma la arisca realidad del hombre que en el tiempo actual se debate por su vida y su huella.

“Tras Los Versos de Job” propone al lector una trashumancia poética por la extenuante y larga tragedia Jobviana que es la de todos los hombres señalados por su historia de mutua agresión, pero a la vez, a medida que se adentra en la ardua pradera del sufrimiento, ofrece diamantes de pensativo descanso para quien, como sin duda tantos esforzados lectores y vivientes, se niega a aceptar como resultado final la embestida de la muerte que esgrime sus negros espejos por doquier a fin de aplacar, de una vez por todas, con su viejo canto de sirena de desgracia a los gimientes que no se atreven a levantar su voz como el poeta, este que leemos. “Mi rencor madurará la sombra”, dice el poeta para los que quedamos; es decir, vivir y no olvidar, nos propone, para cambiar, argüimos nosotros.

EL JURADO
El jurado para esta cuarta edición estuvo conformado por los poetas: María Cecilia Muñoz, Claudia Trujillo y Edgar Trejos, quienes luego de la lectura de los libros recibidos de distintas ciudades del país, y fuera de este (Glendale, California), resaltan la calidad poética de la obra del ganador.

La publicación de la obra ganadora, en edición de lujo, es patrocinada por (Sic) Editorial, proyecto Cultural de Sistemas y Computadores S.A., quienes apadrinan este premio.
La difusión y premiación de la obra, emprendimiento de la Casa de Poesía Porfirio Barba Jacob, es apoyada por la Secretaria de Educación para la cultura del Municipio de Envigado.

El evento de entrega del premio será el JUEVES 30 DE ABRIL A LAS 7:30 pm. en la Casa Museo OTRAPARTE de Envigado.

POEMA

Entre leyes inciertas
y un miedo que lo impregna todo,
la palabra prohibida, rasgada,
contempla cielos antiguos
y tablas equivocadas.
La página no resiste la rigidez de las ordenanzas, el nombre amargo
del guerrero agonizante, su alarido de madera.
Escribimos sobre grietas o cuadernos ajados,
palotes, alfabetos interrumpidos,
letras llenas de sangre, lugar reservado para la barbarie
y sus historias de estruendo.
Y la muerte tendrá dominio,
La muerte tendrá dominio.
¿La muerte tendrá dominio?

Envigado, marzo 28 de 2009.

miércoles, 1 de abril de 2009

CANCION SOLAR Y ENSALMO / Gabriel Arturo Castro Morales



Testamentos
Juan Manuel Roca
Norma, Bogotá, 2008, 124 páginas.




MUSEO DE LOS POETAS


Hay espejos que duplican los rostros de Narciso. Y una parvada de poetas que se niega a cualquier llamado del silencio.


Hay un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección, un azaroso bodegón que envidiaría Duchamp, obra de un conde fraudulento. Hay un salón circular diseñado por un alumno de Dante donde los poetas se leen sus versos, eternamente. Alguien sostiene que en el verdadero infierno Borges debe escuchar por siempre los versos de Neruda y el diablo traducir ad infinítum los poemas juveniles de Dios.


Hay flautas rotas para llamar a Eurídice, que padece de sordera.


Hay estatuas, camafeos, medallones, óleos, monedas con grandes poetas muertos o a punto de morir. ¿Y si la poesía no fuera más que el ardid que retrasa la muerte?




¡OH! MAROSA DI GIORGIO


Cuando inauguraron con bombos y platillos la guerra
Marosa di Giorgio vio caer unos cuantos murciélagos
En los platos de la cena que hace muchos años se enfriaba.
Marosa tenía un trato familiar con los ángeles
Que bajaban a tomar leche en la cazuela de los gatos.
Tenía una colección de estampillas de ninguna parte,
Una réplica del escudo de armas de Lautremont
Y un paraguas de barbas de ballena
Que iba a tono con su blusa de flores.
La vi pasar caminando con sus pasos de algodón
Por el pasillo ajedrezado de un viejo hotel de mi ciudad.
Hice mal en no ponerle las gafas
Que olvidó junto a los restos del desayuno
Para saber si eran ellas las que la hacían ver,
Donde todos veíamos un simple poste de luz,
Un árbol compartido por novias y veleros.
Escarbaré de nuevo sus papeles salvajes,
Guardaré en el portarretrato de Nadie
Su gesto de niña y de bruja, de maga azul y madrastra de los dioses.





TESTAMENTO DE PEDRO PÁRAMO


Polvo de las desgracias
Y un jarro roto
Que gotea en otra edad,
Los murmullos de Comala
Que es la patria del viento,
Un cielo de cobalto
Asomado a un muro blanco
Despellejado por el sol,
El perchero de un cactus
Para colgar la piel del verano,
Una calle empedrada
Por donde bajan los relinchos
Antes de que bajen los caballos,
Señales de quien deja la huella
Antes de poner el paso,
Un puñado de nada
Es todo lo que hereda mi hijo,
Nieto y biznieto de fantasmas.





TESTAMENTO DE CHARLOT


Por vivir de inquilino
En el abrigo de un comediante,
Por viajar de polizón
En el teatro de sus gestos,
Por dormir a la diabla
En vestuarios y camerinos,
Por estar al vaivén
De una maleta de viaje,
Por recorrer un no lugar
En las calles del paria,
No habrá anuncios de mi muerte.
No es buen asunto
Habitar en cuerpo ajeno.





TESTAMENTO DE NEZAHUALCÓYOTL



El tigre
Se va borrando en la selva pintada,
Raya por raya,
Y el águila
En el cielo pintado,
Pluma por pluma.
Vivimos dibujados en cortezas,
Seremos tachados
Por la tinta negra del Dador.


TESTAMENTO DE JEAN ARTHUR RIMBAUD


Lejos
De la avaricia del silencio,
Lejos
De los ocultos grimorios
Y del oro sepultado en la nieve,
Lejos
Del mercado negro de las traiciones
Y de los viajes de inmersión
En los mares del cuerpo,
Volver a ser un artesano
Que talla un gárgola de Dios.




CANCIÓN SOLAR Y ENSALMO
Por: Gabriel Arturo Castro

La poética de Juan Manuel Roca, tras la múltiple variedad de sus temas, se ha revelado como la construcción de un derrotero mítico: el drama y el pensamiento del hombre enfrentado al misterio o quizás también de cara a la muerte, “el fruto que todos llevamos dentro, en torno al cual todo gira”, de acuerdo con Rilke. Aquí la palabra es el otro comienzo, se escribe un testamento para detener la muerte en su eterno movimiento. Después de la caída , la palabra sigue erguida e indicando caminos, lo perdido se recupera y se revela. El poeta viste el vacío a través de la poesía, apetito de vida, pulsión, inmersión, verticalidad, intensidad, acto verdadero, virtud del hombre que resucita y se manifiesta por medio de la experiencia, necesidad implacable de hacer emerger la palabra del escondrijo del mundo.



El testamento es lo que queda en pie después de la muerte, aquél que en ausencia modela la palabra con su voz y aproxima los espacios del acá y del allá, una dimensión y medida potencial donde surge de nuevo la palabra, su cuerpo imperecedero de piedra levantada, el ondear la voz del otro, el discurso íntimo que imagina a los fantasmas y los interroga a través del diálogo, del monólogo, suma de conversaciones donde intervienen testigos, testimonios de una vida evocada con toda su vibración interior y la fuerza propia del secreto, la inteligencia y la creación que recupera el sentido humano del vagabundeo, de la errancia por el tiempo de aquellos que hoy ya son máscaras de ausentes, hitos de la magia y el drama, de las grandes y pequeñas palabras. Palabra que sondea el interior del otro espíritu, “una palabra clara como la palabra lámpara”, “un puñado de versos, monedas irreales que circulan mejor en otro mundo”, “las máscaras de las hadas del sake que ocultan su refinamiento y su dolor”.



La poesía es otra forma que dispone de la muerte para darle un sentido, como el mismo autor lo pregunta: “¿Y si la poesía no fuera más que el ardid que retrasa la muerte?”.
La palabra vence pero deja detrás de sí una huella, un rastro, un impulso que sigue obrando en silencio perturbador, el lugar del nómada o el judío errante, la evocación del recuerdo de Nadie, del insomne, de Casandra muerta o Eurídice sorda, lotófagos, mujeres cronógrafas, políticos, ebrios, sonámbulos, habitantes todos del museo de los imposibles, el tiempo lento que cose el hilo de los días, Sherezada y su palabra angustiada, “un museo surreal entre ruinas de antiguos esplendores”, “un salón circular diseñado por un alumno de Dante donde los poetas leen sus versos eternamente”.



La palabra discordante y la forma distorsionada que sobrecoge al lector con sus revelaciones, el viaje a mundos profundos, a la poesía viva y el porvenir: “La ausencia era el nombre de Dios”; “Hay flautas rotas para llamar a Eurídice, que padece de sordera”; “Seremos tachados por la tinta negra del Dador”.



Intensidad y energía, seducción y hechizo, fábula de lo imposible, canción solar y ensalmo, esta poesía viva es una laboriosa y activa fuerza de fe y saber, humor y espontaneidad, azar y milagro, persistencia afectiva, paradojas e imágenes de la memoria, invención y signo de embate.

¿Cómo se lee un poema? / Hugo Padeletti

Pido perdón por estas tres hojitas que voy a leer. Sé que la expresión improvisada es más vívida, aunque menos exacta, pero en est...