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sábado, 8 de noviembre de 2008

FESTÍN ENTRE FANTASMAS de Esperanza Carvajal


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Por Hernando Guerra Tovar

En el libro de la poeta colombiana Esperanza Carvajal Gallego (Palocabildo, Tolima, 1964), el fantasma, forastero de este mundo, muestra su imagen des-leída, nos observa desnudos, averigua nuestros secretos, repasa cada detalle del sueño y la vigilia, en los confines de una existencia en que, “Hemos recostado / la cabeza en el naufragio.” Acaso sabe el fantasma que el tiempo se necesita de este lado como recurso de aprendizaje, que una vez cumplido este propósito sobreviene el regreso, para volver con una nueva misión, y así por siglos en la rueda de Samsara o como dijera Orfeo: en el “abismo de las generaciones.”, hasta el logro de la iluminación. Del otro lado, en la otra orilla, ¿qué advierte el fantasma? La poeta intuye su conocimiento y pregunta: “Cuéntanos si hay otra manera / de nombrar las cosas / en esa orilla / que nos prometieron alcanzar.” Porque “Qué puede haber de eterno / en las cosas que nos rigen, / o somos nosotros / los que regimos los instantes.”
El tiempo y la eternidad son los fantasmas mayores en la poética de Esperanza Carvajal. Sus primeros libros lo anuncian desde el título mismo: “El perfil de la memoria”; “Las trampas del instante.” Pero es en este, su tercer poemario, donde la poeta encara con mayor rigor el tema del devenir y de la inmutabilidad: el tiempo y la luz; tánatos y el tiempo; el tiempo onírico; la cuidad interior y el tiempo; la hora propicia del crimen en la alta noche; el tiempo y la expiación; el fruto y el tiempo; las cadenas del tiempo; los oficios del tiempo; el tiempo y la huida; el puerto en el tiempo; el tiempo ulcerado; la intemperie del tiempo; el tiempo y la libertad; el exilio y el tiempo; el tiempo sin el tiempo. El pasado –tradición, memoria y recuerdo- como cadena de dolor y sufrimiento, en perjuicio de la sustancia del vivir:
“Cada quien arrastra sus cadenas
y no hay tiempo
de comparecer ante la vida” (…)
La eternidad se presenta en este libro desde una mirada de escepticismo no exento de ironía y desencanto. Una manifiesta resistencia a aceptar las heridas existenciales como punto de encuentro entre la hora y el misterio de una promesa incierta. Como buena poeta, Carvajal Gallego resuelve esta duda en interrogante que es videncia:
“¿Pero a qué cosas
se tiene derecho
cuando la memoria porfía
atrapar el instante?” (…)
Su profunda inquietud metafísica toma forma en cada texto en imágenes desgarradas, en donde el “otro” es necesidad reconocida, urgente: “Me tiendo en el costado / más temible de la noche / y reconozco el tiempo / en la sed de los espejos.”, anuncia en su poema “Teorema”. Y prosigue: “Escrito está: / soy el tiempo que se quema / y la luz que lo consagra.” Tiempo y eternidad, luz y sombra, premio y castigo: “Dicho sea: / Condenados están al tiempo y a la sed. / La luz, / me la reservo.” Un determinismo trágico convoca igualmente esta poética. Herencia milenaria en la “palabra ciega”, en el dolor que causa la conciencia del ser, el reino incendiado de la errancia, donde el fuego es actor y testigo, arte y parte de una existencia en llamas: “Cuántas cosas se dejan al camino / cuántas palabras encienden / la furia en las praderas (…).
La noche es el lugar en donde Esperanza Carvajal Gallego desata sus fantasmas, sus poemas, en el festín de la soledad que apura, como fuerte licor, en espiral de fuego y viento. La etérea figura del forastero recorre sus predios, entra y sale del sueño, asciende y desciende su escalera, visita la pesadilla, esconde la luz, alza el cáliz de la desesperanza en sus rincones, puebla, en fin, este universo de tiniebla con su presencia vaporosa. Y la poeta recorre con el fantasma, su invitado, estos territorios en donde el sueño, la pesadilla, el crimen, el homicidio se convocan, porque todo es posible en el reino de la sombra. Así, aunque parezca una dicotomía, la noche, paciente y generosa, le brinda refugio y placer: “Sólo la noche no se cansa de abrir sus brazos / donde convergen las horas de placer y de dolor.” La escalera, su peldaño incierto entre la bruma, la huella de un milagro inconcluso, el sigilo y la huida, y el dolor siempre presente, el dolor de la conciencia como luz injuriada.
Desde la más profunda interioridad brota esta poesía colmada de ausencia y soledad. La partida del ser querido y su dolor, hacen más hondo este silencio, trascendido en milagro. Si “La vida significa para nosotros un constante transformar en luz y llamas todo cuanto somos o nos sale al encuentro” (Nietzsche), la propuesta estética de Esperanza Carvajal en Festín entre fantasmas es consecuente y consistente con el más caro propósito de toda poética. Aquí se dan los presupuestos necesarios, vitales, para hablar de una expiación a través de la palabra: “Sólo a los ángeles caídos / les asiste el derecho de la perfección”, dice la autora, y ya nada nos sorprende:
“Algo esconde la eternidad
tal vez pronto
lleguemos a saberlo”
Esperanza Carvajal Gallego
Festín entre fantasmas
Editorial La serpiente emplumada
Bogotá 2008

sábado, 20 de septiembre de 2008

OBRAS DE MAMPOSTERÍA DE NELSON ROMERO GUZMAN



Por Hernando Guerra Tovar


La poesía es edificante. Misión del poeta es construir, y crear consiste en el lento hacer. El tiempo talla la piedra, la pule, la limpia y decanta para la obra, pero el tiempo cabe y no cabe en la eternidad. El tiempo y la eternidad se atraen y se repelen, así como hay lugar y distancia entre el sueño y la vigilia, entre la flor y la guerra, o entre la puntilla y la flor. El tiempo pertenece al reino de lo irreal, no al de lo invisible. “Dios en lo visible remedia la afrenta a sangre y fuego.” Pero, “¿Dios es real porque no existe?” Percibir la “flor secreta” que los mamposteros han diseñado con “la argamasa de las invisibilidades”, a la luz de “estrellas rotas”, se hace visión, y entonces la argamasa pega. Pero el poeta debe ser cuidadoso, mesurado en el uso y tratamiento de la piedra. De no hacer así, podría construir un precipicio, un muro impenetrable, o hendiduras de la luz por donde nadie puede entrar. Además, la piedra, materia prima, escasea. No es cierto que la palabra poética abunde como la arena, como tampoco toda arena es. De ahí la importancia del ahorro y del arte de la mezcla, la argamasa, el decir poético. Por ejemplo el adjetivo, que sólo es eso, accesorio, nunca es viga y casi siempre sobra. Pasa igual con el verbo. Vemos a los poetas a la orilla del río, en verano, buscando el verbo preciso, el que encaje en la columna, el que sea columna misma. Y pasan muchos veranos con sus lunas y peces y flores, sin que el buscador halle tal piedra. Mientras, el río ya no es y el poeta tampoco. Entonces Heráclito El Oscuro ríe de su río en la luz de la eternidad sombría, porque no encontrar la piedra indicada, es no tener cimientos.


En Obras de Mampostería Nelson Romero Guzmán asume otra vez, como ya nos tiene acostumbrados, el oficio de poeta, es decir de constructor, de creador. Este es un poemario edificante. Su obra está bien hecha. Los cimientos, las vigas y columnas, tienen los materiales necesarios. Ni más ni menos. La justa medida en la piedra, el agua, la arena, el cemento y el metal. El conjuro. La plomada. La solidez consiste, precisamente, en el equilibrio que dan el oído y la visión acoplados. Todos los sentidos acoplados: “los cinco rencores de los cinco sentidos, / las cinco crueldades del cuerpo, / los cinco animales enjaulados / hacen verdaderas las piedras y los muros.” La puntilla clavada en la flor no es un accidente, es un acierto: “eso es deseo, hecho misterio…” Con varillas y puntillas de percepción se logra la estructura: “No veo el alba / veo un caballo blanco / aquí, donde grandes mariposas con cuernos, / húmedas / velludas / depositan el huevo del día” Esta percepción atenta, hecha visión, constituye terreno seguro para la arquitectura del lenguaje poético. De un mundo visible, el de la tensión, en donde “el Iluminado y el Oscuro se enemistaron por una rosa”, se pasa a un mundo invisible, paralelo, en el que “no se borra el rastro de lo que pudo haber sido y allí estuvo”. Las guayabas se transportan desde el país de lo fantasmagórico en cajas apuntilladas, fuertemente amarradas con cables acerados, para que durante el viaje no se vuelvan irreales pero, aun esta previsión, no deja de observarse en la piel de las frutas “el hambriento mordisco del otro lado.”


Crece la hierba en la mirada del poeta, el monte como palabra, el cadáver del alfabeto entre las piedras, la palabra al-ba-ñil pegada con argamasa, el idioma remendado en los ojos de una lagartija. Todo entre las piedras. El poeta no quiere despertar del sueño de ser piedra entre las piedras porque desde allí, desde ese lugar que es la palabra, el paisaje luce, es, alcanza una nueva visión, extraña visión que alucina: oye la respiración de los árboles, “cuando los mueve la inmensa rueda del cielo”, el agua adquiere visos o notas musicales, se vuelve virgen que el hombre no mira, no adora como tal, sino que confunde con la Proserpina seductora de los alucinados, de los seres del inframundo. “Un paisaje no visto, recién llegados (nosotros) de lo visto”. Desaparece la frontera entre lo real y lo irreal, entre lo visible y lo invisible, desaparece el tiempo, que ahora es una ilusión, que siempre ha sido ilusión porque nunca ha existido: “o Dios haciendo visible de esa forma / las paralelas de su ilusión”. Los mamposteros conspiran en la trampa, en el ocultamiento, quieren hacer invisible la guerra, “pero ella es cada vez más visible.” Existencialismo, fenomenología, escepticismo, percepción, poética. Uno imagina a Sartre y a Berkeley; a Husserl y a Descartes; a Hume y a Blake; a Kasper y a Nerval; a Heidegger y a Höelderlin; a Parménides de Elea y a Rimbaud; a Pyrro de Ellis y Baudelaire; reunidos en una estancia del tiempo inmóvil, que puede ser una taberna flotando en el espacio, o un café de Paris, en tertulia perpetua sobre lo irreal e irreal, sobre lo que es y lo que no es, sobre lo visible y lo invisible, entre lo que se debe creer y lo que no. Escepticismo, fenomenología, chamanismo, magia, misterio: poesía. Y percepción. La mirada del poeta Nelson, aguda, desacralizadora:
“No veo catedral / veo un gato enorme sentado / sobre sus patas traseras, / unos ojos llenos de fe, / piel de carne de circo, / frente meditando en su oración (…)
alto en la entresombra / erige ante mí la parábola de la duda.” (…)

Pero esta duda es certeza cuando la ciega Narcisa en loco sueño se hace Eva y refunda el paraíso. Pronuncia la palabra y el Génesis cambia. Toma el color de su signo, su género y la fuerza de su convicción, para mostrarnos el Edén alucinado. Fantasmas, visiones en la honda sombra, la serpiente, el trabajo, el exilio, pero sobre todo el dolor, la ceguera, la locura. Una Eva loca y ciega que va dando tumbos de hospicio en hospicio, en eterno círculo, nos dice de un paraíso como clínica para enfermos mentales. Y esta duda-certeza de corte teológico salta a la grafía, a la escritura misma: “sin escribir escribo, / salto de esta tapia al patio ajeno / a robar los melones encendidos.” ¿Habla acaso aquí el poeta de las resonancias, de las influencias, o de esa voz de la poesía que está en el viento, más que en libros y talleres, que está en la plástica, como en los pintores de sus libros, Surgidos de la Luz y la Quinta del sordo, o “de la poesía que todos escribimos”, o nos habla de la lectura, de esa otra lectura no de libros, sino del entorno, el entorno interior o exterior del hombre, esa otra lectura que llamamos percepción? Cierto es que la poética de Romero Guzmán nace, entre otras fuentes, de una percepción atenta, aguda. En Grafías del insecto, por ejemplo, las imágenes tienen validez y asidero desde una profunda y paciente observación de entomólogo, o de poeta. Asistimos en este libro, a una palabra encantada y des-encantada, o si se prefiere, reno-va-dora: “la redondez es apenas una visión / una costumbre del ojo.” No en vano el poeta tiene sus propios invitados: el atormentado Jaime Sáenz, el de “las impenetrables obras de mampostería”, y Antonio Gamoneda, el de “vas hacia lo visible / y sabes que es real lo que no existe.” Mas hay un personaje aquí que no está anunciado, pero que se pasea sin más por todo el libro: hablo de George Berkeley, el obispo de Cloyne, el mismo que hace más de tres siglos lanzó al mundo su oración, su blasfemia, o su herejía: “esse est percipi”. Y entre la visión y la ceguera, entre lo real y lo irreal, entre lo visible y lo invisible, entre lo que existe y lo que no; una exaltación:

“Celebramos limpios aniversarios de aire,
muertes hormigueantes llegan de lo visto,
piedras se hacen invisibles.


Lo más hermoso de no ser visto: ¡el homenaje al ojo¡”
El poeta Nelson Romero Guzmán estuvo en el río, en verano, buscando la piedra, y encontró la revelación. Para Nelson Romero Guzmán y su obra no hay tiempo, sino eternidad. Porque, como bien sabemos, la revelación pertenece al ámbito del instante, del ahora, del presente, es decir, del siempre. Entonces el río y el poeta no cambian. Se funden para permanecer intactos: milagro de la poesía, inmutabilidad en el fluir. El poeta regresa a su hogar, el poema, con su obra perdurable de dicha y acierto: plena de agua, de viento, de asombro, de luz.

Obras de Mampostería. Nelson Romero Guzmán.
Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá, 2007
Alcaldía Mayor de Bogotá.
Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte.
Fundación Gilberto Alzate Avendaño

¿Cómo se lee un poema? / Hugo Padeletti

Pido perdón por estas tres hojitas que voy a leer. Sé que la expresión improvisada es más vívida, aunque menos exacta, pero en est...