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jueves, 3 de septiembre de 2009

LA TENTACIÓN INCONCLUSA DE HELLMAN PARDO


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Por: Hernando Guerra Tovar

Un sentimiento místico habita este libro de Hellman Pardo (Bogotá, Colombia, 1978). Oscura religiosidad que deslumbra y convoca la esencia espiritual del hombre, la certeza de la ilusión más perversa, “El no tiempo”. Lúcido clamor de quien elige el mundo en la disyuntiva de una eternidad que abruma: “No hay ramas no hay ramas de donde sostenerse / No tiempo.” Grito de quien prefiere asirse de la tierra, en el desesperado intento de evitar la caída en la trascendencia.

Como toda tentación deriva de la primera, corresponde preguntarse: ¿se consumó o no el pensamiento de separación, “la tentación de Eva” y con ésta el pecado y la gran culpa? El destello que formula Hellman Pardo en La tentación inconclusa (Colección los conjurados, Editorial Común presencia, 2008) es tal, que su dilucidación Heiddegeriana comporta el desmonte o consolidación de esas dos imágenes, conceptos significativos (dogmas) en la historia de la humanidad cristiana. Aquí el lector debe ir atento –toda poesía crítica reclama ésta actitud - , con sumo cuidado, con pies de plomo, con ojos de águila o de gato, porque de la lectura que haga depende la respuesta, y de ésta su paz o su desdicha, su muerte o su resurrección: “No falta el que se muere de ansias / el que se muerde la lengua / en tentación inconclusa”.

“Y puesto que la interpretación no es sino la posibilidad del error, al pretender que cierto grado de ceguera forma parte de la especificidad de toda literatura, reafirmamos también que la interpretación forma parte del texto, y éste de la interpretación” * : congruencia o incongruencia entre el decir poético del autor y la percepción del lector, exigida por Hellman Pardo, al presentarnos un libro que, además de su alta factura lírica, incurre en una lúcida visión crítica del hombre y su entorno, y que lo ubica, al lado de Andrés Matías (Armenia, 1978), entre las más significativas voces de la reciente poesía colombiana.

La secuencia del libro, tanto en la forma, el contenido y la estructura conceptual, edifica un universo que se vale de la humanización de las cosas y del hombre, para sostener su iluminado propósito. Encontramos entonces un epígrafe, que reza:”La tentación de no ser lo que somos, / humanos inhumanos en el abismo del mundo”. Se abren así las puertas de sus apartados: “La humanidad de las cosas”, “La humanidad de ellas”, “Mi propia humanidad”, “Humanos inhumanos”, y, “El hombre”, que al decir de Amparo Inés Osorio, su prologuista, es la cúspide poética de este bello libro, ilustrado por el artista plástico Juan Diego Guzmán Tafur (Neiva, Colombia, 1974).

Mientras la ventana “conjetura un paisaje afuera”, nosotros miramos la ilusión, proyectamos nuestra tiniebla interior. Igual sucede ante el espejo: “Ante ti soy aquel que nunca he sido, / el hombre ciego que hace poco contempló la tierra / y que al partir se deshizo entre sus pieles”. El poeta advierte, en “La humanidad de las cosas”, la diferencia que existe entre la mirada limpia de éstas y la nuestra, contaminada de pensamientos falsos de separación. El tiempo no sólo transcurre “a lento tic-tac”, censura el mundo, y le hace decir al poeta en “La calle”: “- No te afanes, estoy de paso”. El tiempo con sus múltiples rostros: “El otoño”, “El invierno”, “la evocación”, “la muerte” Todo aquí está ligado a su poder irreductible, al sentirse pasajero de un sueño llamado vida, con sus paisajes, evocaciones, instantes, llantos, ciudades y objetos. En “La humanidad de ellas”, la terrible ilusión del tiempo y el espacio enfrenta al poeta y lo pone al borde del abismo: “Lejos, al borde de la furia / donde cabe un precipicio entero, / sin distancia”. (Múnich).

Tal vez el apartado más profundo, el de más hondo sentir sea “Mi propia humanidad”. Aquí el autor se enfrenta a su propio ser, a su dolor de luz, a la duda de su propia humanidad. La introspección constituye un inventario desde la sombra, una “Meditación nocturna” una “luz solar”, un “Oleaje”: “Para qué callar entonces / tanto amor a la deriva, / tanto río”; un “Partir al sur”, un “Camino interior” sin hombre bajo el viento del alba, desolado en el mar de la nada, frenético cuando la mano tiembla en eterna “Búsqueda”: “Vosotros, los que en una gruta te recostáis / de cansancio / Y templáis las piernas como anhelando sueño / Y llegado el viento / Os recogéis como niños en el abdomen, / ¿Sabéis hasta cuando dejará de doler?

En “Humanos inhumanos” el poeta nos refiere un “Mundo consumado” en el ser profundo del hombre: “Amar el mundo que llega con sus olas / y nos encalla al relámpago de la vida”. Es la aceptación hecha palabra. La declaración del vértigo. La conciencia de un hecho irremediable:”Temblar de frío cuando la lluvia desluce / este cuerpo que cargamos con nosotros / sin poder cambiar de forma, como el humo…” Algo inmutable habita en el ser que difiere del cuerpo. Encontramos en este bello poema una inquietud metafísica, que se desdobla o se enmascara, en ambigüedad lenta, ensimismada, en una suerte de paradoja poética, que se hace cara al lector, en sus ondulaciones de certeza y duda: “Amanecer a orillas de un río tranquilo / bajo la luz desnuda del poniente y desnudos / como cuando éramos simples animales / mirando sin deseo a la propia especie / y aún creyendo en el paraíso”: y el tiempo, el tiempo inexorable , el “desquiciado paso de los años”, principal invitado de este poemario, con su huella intacta, con su hambre de sueño, con la sombra que trasluce, con el juicio “De tanta infancia soportada”, que hace exclamar al poeta: “Ahora somos losas sucias y sepelios y lágrimas”.

En el último apartado, “El hombre”, el lenguaje adquiere una dimensión cifrada, acaso necesaria para la presentación de un decir poético que enmarca la verdad tantos siglos oculta, y que ahora se revela como luciérnaga en la tiniebla de un mundo silvestre repleto de silencio. Cambian el tono y la forma, la disposición de los versos se hace horizontal, intercalada, pero el tema no sólo se conserva sino que se hace recurrente, sobre todo en lo que concierne al tiempo o al “No tiempo”. La nada irrumpe aquí con su vacío, con su hueco colmado, en donde la palabra es una mosca en la ausencia, en la pregunta: “A dónde irá la palabra como la mosca / a colgarse”. Imágenes surrealistas tiñen de luto esta palabra, que a veces plantea una lúdica, un mecerse, un vaivén de forma y contenido, el hombre sin la esencia, el sin nada, latencia de la muerte: “Te lo pido sin súplicas y sin cuerpo en la sangre: no tiempo, no te mueras”.
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*.- DE MAN, Paul. Visión y ceguera. Ensayos sobre la retórica de la crítica contemporánea. Puerto Rico: Universidad de Puerto Rico (1971), 1991.

sábado, 4 de abril de 2009

EMPRENDER LA NOCHE, de José Zuleta Ortiz



Por Hernando Guerra Tovar


José Zuleta Ortiz (Bogotá, 1960), nos muestra en su poética mundos diferentes, que sin embargo han estado ahí desde siempre, al alcance de nuestros sentidos, de nuestra mirada, acaso empañada por otras urgencias, otros apetitos. Lejanos territorios de la cotidianidad más inmediata. Objetos cercanos, teñidos de una voluptuosidad desconocida, colmados de belleza nueva; distinto rostro del entorno familiar, paisaje inadvertido hecho presencia.

Asistimos en esta poesía a un itinerario por el envés de las cosas, el otro lado de los usos y costumbres, el redescubrimiento de regiones externas e internas del hombre, en su discurrir por la tierra que le es propia o ajena, según nuestra percepción, de acuerdo al lado y al lente desde el que lo abordemos. El verbo, limpio de los sedimentos de siglos de uso, desuso y maltrato, muestra ahora su identidad primigenia, intacta. La Antología Emprender la noche (Colección Los Conjurados, Común Presencia, 2008) es así, poéticamente, un llamado del autor para que busquemos en el sueño la vigilia de nuestros actos, del entorno, los motivos que habitan más allá de la apariencia, la verdad oculta, el fin y el propósito que impulsa todo acto, todo hecho, toda circunstancia.

Desde siempre el poeta se ha caracterizado por su condición de vidente, por el desarrollo de su capacidad de intuición, de la percepción atenta o verdadera, que linda en la sabiduría, en el conocimiento. Ortiz Zuleta asume en su palabra dicho propósito, en un lenguaje sencillo, alejado de cualquier posibilidad de estridencia o de retorica. A contario sensu, lo hace de una manera natural, como bien lo anuncia el también poeta y escritor Elkin Restrepo: “Por un don inestimable, a José Zuleta se le ha permitido hacer propia la magia natural de las cosas, sin artificios, ni retóricas intelectuales, que es lo que suele suceder entre nosotros” (…) Nos entrega así, “sus poemas claros, sensuales, espléndidos, aferrados a pequeños rituales y percepciones repentinas...” Miraremos, pues, con el lector, libro por libro, el contenido de esta obra, de un autor que se destaca como una de las voces originales, auténticas, de la poesía de su generación en Colombia:

“Las alas del súbdito” (Primer Premio Nacional de Poesía Carlos Héctor Trejos, Riosucio Caldas, 2002), constituye un recorrido por la sencillez, por la elementalidad de la vida. La paradoja de lo cotidiano enaltece el milagro del ser, en lo rural, en lo urbano. En el silencio. En el barullo. Las discretas costumbres de una región de belleza y riqueza invaluables, ignoradas por un Estado ciego y sordo, se vindican en este libro, que nos recuerda en un viaje por río a través de la selva, las contingencias del árbol que en su mágica presencia, cobra aquí sentido estético más allá de la posibilidad ética: “…se respira el agua…la balsa avanza. / Chaquiro, Sajo, Amarillo, Cedro, Tangare, / Comino, Flor Morado y Chanúl. / Tantos años erguidos; como casa de pájaros, / camino de ardillas, trapecio de micos, / sombras de orquídeas, / filtros de luz…” (Bocas de Satinga).

Y el contraste urbano lo aporta el anodino personaje “pregonero de abalorios, de ilusiones”, que después de una faena extenuante por la ciudad, como “súbdito de riquezas anónimas / (que) vende para pagar facturas ajenas. (…), llega por fin a su colina amada y “feliz: sabe que en algún lugar / de la estancia están esperándole las alas… / ahora podrá volar lejos del reino, lejos del vocerío, / y verá / desde lo alto el mundo, y hasta podrá quererlo. (Las alas del súbdito). Paisaje rural y urbano de un uni-verso que se redescubre en su contraste de oscura desidia, ante la aceptación de una alienación sin límite, en la dura modernidad que nos constriñe.

En “La línea de menta” (Colección Escala de Jacob, Universidad del Valle, 2005), la lúdica de los sentidos hace del fruto un festejo:”Avanzo por la tierra y sus fragancias, / siento las caderas dulces de los mangos, / los cascos cosidos con hilos blancos / en el costurero del mandarino. (…) El erotismo sutil de la palabra deriva en el entretanto del ocio que brinda la siesta, “el menú” del cuerpo hecho manjar del deseo: “Después de la prisa / de las prendas cayendo, / mariposas urgentes vuelan tu pecho”. Todo aquí convida al descanso, al solaz, a la contemplación de un mundo detenido en la pereza. Salvo el texto que nomina al poemario, la agenda del poeta y del poema es insustancial: “Viviría soñando…/ vagaría en duermevela / por libros claros, / por películas, / por cuadros rojos y amarillos, / por recetas perfumadas de hierbas. Sin embargo, entre esta despreocupación cercana al hedonismo, hay un lugar para recordar la tragedia del Raúl Gómez Jattin, su viaje intempestivo al encuentro con su progenitora. Y hay lugar, asimismo, a la trascendencia, a la mirada hecha visión, cuando Zuleta Ortiz observa el río del tiempo entre la lluvia, como en un prisma, en su recorrido por la exaltación de la fruta, para llegar a esta imagen bella y exultante: “sigo / ahora llueve / miro al fondo la montaña oscura / veo un río, / es una línea de menta que desciende.”

Tal vez la festiva despreocupación del libro que antecede haya sido necesaria en la arquitectura de la poética, de la secuencia lógica o arbitraria de la antología, hasta llegar a “Música para desplazados” (Premio Nacional de Poesía, Casa de Poesía Silva, 2003) en donde la convocatoria hecha bajo la irónica consigna “descanse en paz la guerra”, confronta la dolorosa “realidad” de una nación que se debate entre la insensatez de la violencia y la belleza inocua del poema. La dura pregunta de Höelderlin tiene respuesta en este poemario, cuando José Zuleta Ortiz consigna el hecho simple de un activismo cívico, fundado en la palabra, alejado del ataque, como corresponde al ser inteligente que no ignora las verdaderas “razones” del flagelo, del maridaje de una aristocracia rancia y corrupta, postrada, genuflexa ante poderes del “otro lado” del mar y del sueño. Entonces todo fluye y confluye. El río no sólo lleva muertos, lleva también la vida con destino al hombre citadino. No sólo lleva el cadáver del árbol milenario, transporta así mismo el alimento, es decir la paz, porque la paz, amigo lector, comienza en el estomago.

“En el andén de la Galería Alameda”, el poeta describe la atroz intermediación en el comercio de los frutos, el destino final de “tantas semanas de paciente labranza, (…). Este poema, bello en su singular desgarramiento, canta una “realidad” que se nutre de la indiferencia de quienes fungen un poder oscuro, de intereses mezquinos, podridos como aquellos frutos que no resisten los embates del clima, y la displicencia del sistema: “Derrotados en la guerra del andén, / sin los encargos de los hijos, / ni el corte de género para ella, / ni la funda nueva del machete, / suben al techo del bus de escalera, / para volver al monte azul donde / la vida es una guerra perdida.”

El campo, representado en los objetos de labranza, exhibidos en su belleza intacta, “En el almacén agrícola”, en “La siesta azul de las herramientas”. Los olores, la fragancia de un pueblo honesto, trabajador. Y “El expreso del sol”: evocación poética, con el sutil llamado, con la propuesta implícita: “Un tren haría todo más fácil.” Quienes tuvimos la fortuna de viajar en este legendario “expreso”, entre La Dorada y Santa Marta, sabemos de un país bello, que no sólo se viste del paisaje de la guerra: “También están los ríos y los puentes, / los peñascos, los túneles, / el mar, la carga y el muelle ferroviario / estás tú allá y yo aquí, / sólo falta el tren para rodar por la escalera dormida, para mirar por la ventanilla la fuga de los árboles (…). Los mismos árboles del bello poema, donde confluyen todos los milagros: la lluvia, el pájaro, el nido, “el peregrino en su sombra”, “el agua en la savia certeza de su sangre”. El árbol de la intemperie, de la noche, del frío, del rayo, de la tormenta. El árbol en el que “el fruto se tiñe de colores maduros”. Ah, los Árboles: en el silencio de su serena majestad habita un canto”.

“Mirar otro mar”, (Hombre nuevo Editores, 2006), es la celebración del goce por la vida. “Rueda sin rumbo la noche…” La alegría como motivo poético. Un delicioso erotismo recorre estos poemas. La mujer y la gastronomía se mezclan en una receta, en donde la comida de mar, las frutas y los aderezos, extienden por la página olores, sabores, exquisiteces; alcoholes en infinitas rondas de roces, risas, alas. Los nombres de los poemas hablan por sí solos: “Hambre”, “Otra ronda”, “La mujer de enfrente”, “Lo de la vecina”, “Cantar dentro de ti”, “Una cerveza en la Habana”, “Seducción”, “3 A.M.” “5.30 A.M.” “Como los ángeles”, “Placer glaciar”, “Motel Santa Bárbara”, “Tinta Roja”, “Intensidad”, “A la intemperie” “Insectos”“Visita conyugal”, “Apetitos varios”.

Sí, los títulos de los textos hablan por ellos mismos. Mas, he ahí uno de los encantos de este libro. El poeta sabe de la predisposición del lector. Algo así como una intuición psicológica. Lo cierto es que al abrir el poema, al asumirlo, nos damos cuenta del subterfugio estilístico: en “Hambre” hay un pre-texto culinario, una rica preparación de pescado con los ingredientes de la mejor cocina, que activan las papilas del gusto, para concluir con el siguiente verso, no exento de humor y coquetería: “sólo tú me apeteces”. En “Lo de la vecina” el asunto se resuelve en que hay un árbol que todas las noches, generosamente, deja caer sus frutos de piel roja y carne amarilla, sobre el prado de la vecina. Sólo basta “inclinarse y tomar en la mano la paz de la fruta”. “Cantar dentro de ti”, es otro ejemplo de cómo el autor se apropia del alcance semántico de la fruta, su magia, su deleite, para trasladarlo a la escena erótica: “Lo mejor de ti son tus silencios: / espera de mango, / distancia de naranja, (…) “Ver tus manjares intactos”, / tu hambre, (…) El poema “3 A.M.”, es un juego en el que el poeta compara un electrodoméstico con el ser deseado: “cruzo el umbral… / entreveo su blanca presencia, deseo entrar en ella, / sentir sus aromas, guío palpando mi mano hasta el secreto, (…) Al final de este insomnio sugerente, el poeta, ya de nuevo en la cama, se pregunta si habrá dejado la puerta abierta.

Hay una segunda parte de “Mirar otro mar”, en la que el poeta vuelve la mirada hacia la región del pacífico. Poemas como “Tumaco”,” “Mulatos”, “Boceto con pelícanos”, “En el alto Atrato” “Ensenada de Utría”, “Bajo San Juan”, “Bahía Solano”, “Isaura vuelve a casa”, acaso sustentan el título del poemario en tanto constituyen un intento del poeta por rescatar esta rica región, saqueada a la par que ignorada por siglos: “Abarcos, Natos, Zapanes, / Caobos y Chaquiros / abatidos. (…) (Bajo San Juan); “En el caney y el bulevar / marineros rojos bailan con negras de colores” (Isaura vuelve a casa).Es una denuncia de la sobreexplotación de los recursos y de la indiferencia de un Estado centralista, indolente, corrupto. Es asimismo la exaltación de una raza que vive en la alegría de sus raíces, de sus rituales, de la danza traída de África, y de la poesía que crece silvestre en su bella y vasta geografía: “Leve como la fragancia del agua. / Nueva, como el aire en la sangre. / El hombre de los instantes, supo: / la belleza es fuego que llama, / es la hoja que vibra en el bosque”. (Epitalamio).

El último libro de esta Antología, que contiene la obra poética hasta ahora publicada por José Zuleta Ortiz, “Las manos de la noche”, segundo premio en el concurso internacional de Poesía de la Universidad San Buenaventura en 2007, contiene ocho textos, como anticipo de la publicación del libro por parte de la Universidad Nacional de Bogotá, en la Colección Viernes de Poesía que impulsa el profesor Fabio Jurado Valencia, cuya presentación se hizo el pasado 19 de marzo de este año, en el marco del día Mundial de la Poesía que convocan y organizan cada año Común Presencia Editores y el periódico virtual Con-fabulación, poemas que mantienen la unidad temática y de tono del contexto de la obra del autor aquí reseñada: “Hace años / las ardillas viajaban / de la costa atlántica / a la costa pacífica, / de rama en rama / sin bajar al suelo. / Era cuando los árboles estaban tomados de las manos / jugando a la ronda de los bosques. (Tomados de la mano)

“Emprender la noche”, un acierto estético. José Zuleta Ortiz, “cazador de instantes”, una voz diferente que refresca la poética colombiana, a la vez que indaga y señala otras regiones de la geografía y del pensamiento; derroteros preferibles, más humanos, para la tierra, el hombre y su palabra. Otra mirada, otro mar, otras posibilidades en un país en donde la ceguera y el autismo de la dirigencia, constituyen el “Padre nuestro” de cada día.

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La Pipa de Magritte
Poeta y abogado. Fue presidente por varios años de una organización de trabajadores del sector financiero. Es autor de los poemarios Pájaro azul, Linotipia Bolívar 1994; La noche del árbol, Sociedad de la Imaginación 1998; Ciega luz, Común presencia 2004 y Sombra Embestida, Comùn presencia 2007. Hace parte de la Colección Internacional Los conjurados de Común presencia Editores, de la Muestra Siglo XXI de Poesía en Español y de la Muestra arquetípica de Poesía en Español de la Asociación Prometeo de Poesía de Madrid. Aparece en varias antologías y su poesía se publica en periódicos y revistas de Colombia e Hispanoamérica.

sábado, 14 de marzo de 2009

CONSUMACIONES, DE JULIO CÉSAR ARCINIEGAS MOSCOSO



Por Hernando Guerra Tovar

Acceder a la poética de Julio César Arciniegas Moscoso (Rovira, Tolima, 1951), no es tarea fácil. Desde “Números hay sobre los templos” (2003) y “Abreviatura del Árbol” (Premio Nacional Casa de Poesía Porfirio Barba Jacob, 2007), el autor ha logrado entretejer un lenguaje del tal virtud, que hace de su obra una de las más interesantes de los últimos años en Colombia, en tanto la calidad de sus imágenes, la hondura, la reflexión, y esa clave, ese misterio, el intrincado manejo de los recursos estilísticos, en donde se percibe un paciente trabajo de decantación, de búsqueda interior, que “obliga” al lector a una mirada atenta, con el consiguiente goce y plenitud espiritual, elementos que vindican el quehacer literario en un momento en que tantos “poetas” se pierden en el facilismo, la epidermis o la vana ostentación erudita, para no hablar de quienes confunden el ejercicio poético con el lugar de la bufonesca.



El lector honesto y comprometido, siente un renovado placer en allanar el complicado tejido de esta palabra cercana al surrealismo, caer en su precipicio de certezas, vislumbrar las raíces que pueblan de destellos y milagros la más profunda oscuridad de su silencio, independiente del resultado pragmático, es decir, sin importar que al final no se logre desentrañar el sentido o propósito de la palabra contenida en “Consumaciones”(Colección Escala de Jacob, Universidad del Valle,2008), porque de ese recorrido solitario por los predios de la grandeza de sus imágenes, de sus metáforas, surge una alegría y felicidad tan altas, que comprometen al ser integral del lector en una suerte de experiencia mágica, de realización interior, de placer profundo. La palabra poética, antes de comunicación, comporta disfrute, deleite, exaltación de los sentidos, experiencia vital. De este hallazgo, habla el poeta Arciniegas Moscoso en su poema “Hendiduras:


Encuentro la luz revelada entre las hendiduras,
bellamente construida como llave o un feudo de sol.



De las premisas en las que el poeta nos advierte que “la flor es el descuido de una ley” y que “el árbol es toda la herida del mundo finalizada la adivinación del aire”, contenidas en las dos obras anteriores, se llega a “Consumaciones”, en donde el autor nos revela esta hermosa y a la vez dolorosa imagen: “Mientras la tarde se toma el cuerpo de mi padre, / él penetra a un universo esquivo, / como un viejo ángel que no sabe de su materia”, para significar la continuidad en la temática y el tono, un camino que recorre lentamente a través de la poesía de valía ascendente, y que llega a un nivel en donde el padre, “que no conoció otro saber que la certeza de las raíces” (…) es motivo a la vez de abrazo en lo telúrico, restitución de y a la materia ignorada, y consumación de un sueño en que valoración y evocación se unen en la nostalgia de la partida:

Su despedida sucedió a mitad de los caminos,
aquellos que varían entre dos hileras de árboles,
junto a la intemperie, a la cavidad del hueso,
al cuerpo avasallado, y a la amnesia
como un agua maldita.

En este libro, el poeta como sacerdote, asume una realidad dual. Los dioses lo han dotado de unas condiciones especiales que le permiten realizar su propósito de guía espiritual de los pueblos, en el mejor sentido de Höelderlin, Blake, Nerval o Tagore, reduciendo el riesgo de la caída en su andar, en la inmersión por las profundidades del ser del hombre y de las cosas, en su trasegar por la aridez del sueño humano, del desvarío, de la noche profunda que es abismo, o del ascender a cimas no reveladas, ignotas, en donde habita el fantasma de la ilusión, de la utopía arropada de fuego: “Le pusieron alas ligeras, / dos espacios abstractos, ojos abisales, / una forma de fresco abismo, / lo vistieron de abatimiento, de vientre oscuro, / de acento, de glacial y de sombra”. (…) Y, es ésta posibilidad –Arciniegas la disfruta, además, en su doble sentir de poeta y trabajador de la tierra- , la que le permite ahondar en el contenido de la historia, del rumor que deja el paso del hombre o de la bestia, con sus construcciones de templos cimentados en el horror, del silencio, de la oración que convoca los elementales de “la cal, el agua y la escoria triturada” como argamasa que fija el derrotero del hombre hacia el “embargo” de la muerte, “porque la muerte y la semilla de la flor / siempre van juntas, / desde que las hadas danzaban alrededor / de las viejas piedras, del primer mundo, el del elíxir de las fuerzas de Dios, / de la labranza, cuando los árboles tenían lengua / y contaban cosas sencillas”.



Acaso el hombre, predador multiforme, no logre detener ni detenerse en la “geografía” de su sueño avasallante, de la guerra por la guerra, y como la polilla, continúe “en la mudanza del universo y la compulsión de las tiranías”. Una palabra solidaria en la lucidez de la caída, del fragor terco, inevitable, de la miseria que conmina al desastre, al alimento de la escoria, al despojo ineludible, de las migajas arrebatadas con mano firme y alma temblorosa, surge entonces como paliativo en este devenir de espanto. El poeta sabe, y así se lo dice al lector como una posibilidad de siembra, al formular la pregunta que lleva implícita la respuesta cálida de esperanza, de cosecha, tal vez de sosiego, luego de reconocer la filiación de la tragedia en el horror de la barbarie, que sólo la poesía nos puede salvar de la consumación de la condena: “¿Sin la palabra dónde viviríamos? / ¿En las landas salvajes de los infortunados, / los perseguidos y los proscritos? / ¿En los anfiteatros donde toda rebelión es sorda? Y puntualiza con otra pregunta-afirmación todavía más elocuente, quizás más acertada que la bala que busca el blanco entre la profunda oscuridad del fuego: ¿Qué es el guerrero sino una conjunción del verbo?



Apéndices, profecías, lengua de los átomos, consumaciones. Palabras que advierten la hecatombe, palabras dirigidas a quienes fungen y detentan el más sórdido poder: el de “las monedas hijas del saqueo”, el “del borde de la revelación del agua”, el de “la soledad apostada de los genocidios”; con el deterioro acelerado de los ocasos, de la contaminación del sueño, y toda desgracia de patologías de la mal llamada modernidad del ahora, del aquí, del albañal y la cloaca:

Quién sino la guerra se detiene a ver
el viento de estas tierras que lo dan todo.
Uno jamás dimensiona las cargas que dan
caminos de sangre.

Oscuro habitante de la tierra “con la flor del sol sobre el cuello”, Arciniegas sabe de su doble propósito, de su doble condición de Poeta y Arte-sano del surco, de la siembra, de la cosecha del signo como fruto. “Ella, la tierra, lo sustrae del escándalo de la sed, padeciendo el milagro de la esperanza y no el riesgo de la renuncia”. Entonces el signo, el acento, el invierno, la alzada, la sed, la montaña, el aroma y la aldea, se conjugan en la posibilidad del asombro, en la parcela infinita de las visiones, en el compromiso ineludible con el hombre: “algo fundado entre dos orillas permanece” y es que entre el monótono zumbido de dos moscas que oscilan de derecha a izquierda sobre el eje de un centro siempre evasivo, descreído del paraíso contaminado por los instintos de la sangre, del “riguroso infierno”, en la algarabía de las religiones y sus dogmas, de las leyes del cambio esputando miseria y bala, en la “tortura flagelante” de fieles y paganos, de civiles alelados, Arciniegas es consciente de su lealtad a la palabra poética, rara fidelidad aun la certeza de un cielo negado, de las puertas cerradas, de las mentiras del tiempo, de los fundamentalismos, de las lecturas ajadas, del símbolo y el signo de ideologías venidas a menos, de las confesiones en la fría noche de los desvelos del espíritu, para establecer la dura o feliz confirmación de su estado incólume: “Sólo pudieron salvarme los iluminadores incendios de mis consumaciones”.

Si “lo bello es gozo para siempre” (John Keats), Julio César Arciniegas Moscoso canta desde ya a la posteridad intacta, en la belleza de su amada, de su poética y de su aldea; las tres fundidas en el hechizo del poema:

No estoy seguro si la belleza se escribe
pero a través de mis letras se cumplen tus formas,
los humos de tu voz, la gracia de tu acento,
el extraño equilibrio de tus pies desnudos.
Hernando Guerra. Armero- Guayabal, Colombia, 1954. Poeta y ensayista. Abogado especializado en Derecho procesal. Dirigió por varios años una organización de trabajadores del sector financiero. Autor de los poemarios: Pájaro azul,1994; La noche del ärbol,1998; Ciega luz, 2004 y Sombra embestida, 2007. Hace parte de la Colección Internacional Los Conjurados de Común Presencia Editores; de la Muestra Siglo XXI de Poesía en Español, de la Antología Arquetípica de Poesía en Español y del Análisis Arquetípico de Poesía en Español de la Asociación Prometeo de Poesía, Madrid. Colaborador de la Revista La Pájara Pinta de España.

viernes, 24 de octubre de 2008

APOLOGÍA DE LOS DRAGONES / Conrado Alzate Valencia/ Por Hernando Guerra Tovar


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Por Hernando Guerra Tovar

Apología de los dragones de Conrado Alzate Valencia es una puerta abierta al mundo de la infancia. Sólo el poeta, eterno guardián del sueño, misionero de la palabra encantada, puede acceder a este universo de presencias lúdicas. En el territorio del alba, donde todo es posible, desde la verosimilitud de la fantasía a la increíble realidad de la inocencia, el poeta, sacerdote de la palabra sagrada, oficia el milagro. Comarca situada en algún lugar de la memoria, infierno o paraíso en donde pervive la bestia primigenia, serpiente o pájaro, tierra o fuego, ignorancia o conocimiento. El lector tiene la opción de elegir a través de la poesía entre lo divino y lo humano, entre la realidad y la ilusión, entre oriente y occidente, entre el Apocalipsis y el festejo. En esta posibilidad reside la importancia de la apología, de la defensa a ultranza del mito. Alzate Valencia posee la llave de este universo misterioso, y sin embargo, deja la puerta abierta.

En Apología de los dragones, del poeta de la Ciudad del Ingrumá, se manifiestan todas las opciones, todas las posibilidades del hombre. Aquí el albedrío es cosa cierta. Conrado Alzate eligió una de las dos interpretaciones del Dragón como símbolo, como arquetipo. Eligió la leyenda oriental, que en China y Japón alude a un dragón con poder espiritual, de conocimiento, arte, fuerza y cosecha. Un dragón alegre, carnavalesco. Un “personaje” fabulado que se sitúa en la infancia, en la lúdica de la primera edad. Poética, psicología, filosofía y religión entrelazadas. El inconsciente individual y colectivo (Jung) en favor de una percepción alejada del modelo platónico, al que occidente, especialmente la Iglesia, le da una interpretación de condena, relacionando lo divino y lo terrenal, para hablar del pecado, la culpa y la ruina. Conrado Alzate nos convoca en su intuición poética a decidir por la expiación, por la inocencia del hombre.

Imago o alegoría, el poeta abre la puerta de su obra de par en par, para que el viajante decida si entra o sigue de largo. Yo como lector he decidido entrar, y una vez adentro, entre las páginas de este libro maravilloso, he resuelto quedarme, para disfrutar de una palabra breve: “Sabio es abrir los labios sólo para decir lo justo”, una palabra mágica colmada de silencios, silfos, ondinas, de “espíritus nemorosos”. He decidido quedarme en la estancia fabulosa de este libro, no obstante la presencia de los mismos “Tigres del templo”. Y es que: “Para nosotros los tigres son inofensivos”, mientras que “Para otros, son el salto terrible de la muerte”. Irónica dualidad. Acaso el único poder del hombre consista en la capacidad de decidir, de escoger entre dos percepciones opuestas que, como mínimo, se le presentan en el cada instante de una cotidianidad sinuosa:
“Las estrellas son la brújula de los viajeros nocturnos.” (…)
“La noche ama las estrellas porque son los ojos del cielo.”

Un viaje por la ribera del río, por el recuerdo de los abuelos, su casa, que posee “el color opaco del olvido”, por la tierra en donde “espiga la llama dorada de los sueños”. “Cazadores visuales”, avanzamos por un paisaje pleno de miradas desde la sombra, “los espíritus del monte guían nuestro destino y ponen pensamientos dulces en nuestros labios”, porque “Desde tiempos inmemoriales estamos atados a la mitología y a los seres de este territorio”.

Una extraña sencillez elabora esta palabra: “¿Para qué mover los labios / en procura del mejor adjetivo, / si la piel, los ojos y las manos / son una hoguera de voces y deseos?” Extraña sencillez profunda que se transforma en ternura, que es ternura. Podríamos decir que la palabra es al poeta como el poeta a la palabra, para significar esa congruencia entre el autor de este libro y su poética, ajena a todo artificio, a cualquier especulación retórica. Valencia Alzate prefiere transitar por la orilla riesgosa de una palabra despojada, casi directa, peligrosa manera de asumir la estética entre precipicios, sin caer, sin desbarrancarse. El poeta no sólo conserva el equilibrio, sino que nos invita a disfrutar de la tierra, de los ancestros, los amigos, las miradas ecológicas, los monólogos, los olvidos, las apologías del silencio: “En las noches damos gracias al poder del fuego, / al viento, al jaguar, a los salmones del río / y a todo lo que esta tierra nos brinda con amor. / Aquí la vida es sencilla como gotas de rocío”. (…)

La presencia recurrente del abuelo, figura que encarna la sabiduría, la seguridad y el calor del hogar, la nostalgia de la casa perdida en el tiempo, la infancia; la impotencia y la inutilidad de la poesía para recuperarla: “Daría mi vida por tenerla en pié, llena de afectos, / de cuadros, de muebles antiguos y de rezos. / Pero yo no puedo rehacer la casa con estos versos”. El amor por la tierra, por la naturaleza, enlazado a un sentimiento existencial, como al final de su poema, “Si yo fuera árbol”: “Sería un ser silencioso como los peñascos, / amigo de la soledad y de los espíritus montesinos. / Si yo fuera árbol, sería la morada florida de los pájaros.” Y el deseo de trascendencia, de posteridad, que anima a todo creador, consignado bellamente en el poema, “Un verso para el recuerdo”: “Yo sé que mañana, los poderes fríos y enigmáticos / de otro mundo, vendrán por mis huesos y mis órganos. / sé que todo lo mío partirá dócilmente tras el olvido. / Pero tal vez un verso se revele para salvar mi nombre / y se quede anclado en los cálidos labios del recuerdo.”

Con este libro, ganador del concurso departamental de poesía de Caldas, el poeta Conrado Alzate Valencia se inscribe dentro de la más alta vertiente de la poesía de su generación en Colombia, al lado de autores como Gabriel Arturo Castro, Nelson Romero Guzmán, Omar García Ramírez, Gonzalo Márquez Cristo, entre otros, quienes tienen en común una estética alejada de la épica belicista, pero comprometida con el pensamiento, la reflexión; con la tierra y la palabra misma, en tanto lugar de encuentro con el hombre.

Apología de los dragones. Conrado Alzate Valencia.
Concurso de Literatura Caldas, modalidad poesía.
Manizales, 2007.

domingo, 1 de junio de 2008

ERÓTICAS/De Hernando Guerra




De pájaro azul, 1994
Poema V
Había siete pájaros sobre la noche
luna de canciones olor a piel
música esparcida en el paisaje
San Antonio lugar del encuentro
calles empinadas, patios
carcajadas carcomiendo el silencio
Después tu piel recorrida lentamente
/ a cada célula
cuerpo colmado de gaviotas
el ardor visitando los rincones de la hora
acoplamiento de susurros
Noche de avenida sexta
dispuesta al parpadeo de las tabernas
cacería de pasos y siluetas
Noche de luna prolongada
cuerpo habitado de pájaros
más allá del grito


De la Noche del árbol, 1998
Tu cuerpo
Remanso del viento
puerto de verano
lugar donde mis pájaros
reposan su viaje interminable


Tu cuerpo hoguera
Crece el fuego
se dilata
la luna discurre
por el paisaje amoroso
de la noche
Crepita la llama
Tu cuerpo hoguera
consume
mi penumbra


Acto final
Los deseos exaltados
sobre la noche sola
En la penumbra tu cuerpo desnudo,
cubierto de luz
Entonces penetré el umbral
hasta diluirme


De Ciega luz, 2004
A su lado el tiempo
La vi sobre el caballo
a su lado el cielo, las estrellas
los árboles de prisa
el día cayendo, deshojándose
la distancia
Por senderos del valle entrelazados
en la desnudez que agita la inocencia
descubrimos la fuente
manantial purísimo
donde abreva la sed de nuestros cuerpos
La vi llorar bajo el árbol de la tarde
¿Dónde ahora su olor que me estremece?
Monólogo del sueño
fulgor de la memoria
viento y brisa de infancia frutecida
¿en qué lugar
bajo qué fuego
galopa su silencio?
La vi sobre el caballo
a su lado el viento

lunes, 28 de enero de 2008

DOS LIBROS DE HERNANDO GUERRA




Circulan dos bellas ediciones, dos libros de poemas de Hernando Guerra Tovar (Armero, Guayabal, Colombia, 1954) Abogado de la Universidad Libre, seccional Bogotá. Dirigió por más de quince años una importante organización sindical del sector financiero. Es autor de los poemarios Pájaro Azul (Editorial Linotipia, Bolivar, 1994), y La noche del árbol (Ediciones Sociedad de la Imaginación, 1998) Tiene inéditos los libros: Los pecados de Ezequiel o El Hijo del Amor, Evocación Erótica y Correspondencia Secreta. Sus poemas han sido publicados en diferentes periódicos y revistas del país.



El poeta Hernando Guerra es uno de esos privilegiados que, sin recurrir a la palabrería, consigue en Sombra Embestida el milagro del pan y de los peces. Esto es, la multiplicación, mediante muy pocas palabras, de su capacidad semántica. En sus micro poemas -para quienes midan la poesía por metros- hay fantásticas premoniciones, mundos subterráneos que emergen, alucinaciones que en un instante se perciben como realidades. Pero, sobre todo, en su preciosa concisión ofrece al lector la posibilidad de leer poesía como se degusta un plato exquisito y maravilloso: en pequeños, minúsculos bocados que nos sacian. Y que, sobre todo, nos obligan, si no queremos perder la oportunidad de lo único, a detenernos en esa degustación. A cerrar nuestros ojos, a cerrar el libro y dejar que el eco del verso nos siga colmando.

Un ejemplo, entre las docenas que hay en el libro- en realidad, en cada uno de sus cuarenta y cuatro poemas, salvo un par de ellos más largos- , nos lo ofrece el poema "Mudanzas", que bajo una cita de Cluny, dice:

Como serpiente en el camino, en cada esquina, el pellejo del miedo, la duda. Y este gris que no se disipa, esta bruma que no cesa.

Juan Ruíz de Torres

¿Cómo se lee un poema? / Hugo Padeletti

Pido perdón por estas tres hojitas que voy a leer. Sé que la expresión improvisada es más vívida, aunque menos exacta, pero en est...