viernes, 10 de junio de 2011

LIBRO DE LAS ABLUCIONES, de Carlos A. Castrillón


Por Nelson Romero G.


El Libro de las abluciones, que se presenta en esta colección de “Cincuenta poetas colombianos”, es una acertada elección. En la poesía colombiana hay una cierta “Generación del silencio”, la cual podría designar a aquellos poetas que escriben una obra significativa al margen del afán por aparecer que tanto daño le ha hecho a nuestra tradición. En esa vocación del silencio hay obras que nos aguardan, tesoros que nos sonríen, duendes que se burlan. En el caso de Carlos A. Castrillón, conviven las tres formas de aproximarse al poema, inseparables, complementarias: el creador enfrentado a la palabra como algo vivo, casi inaprensible; el traductor exquisito que bebe en la tradición de la poesía oriental; y el ensayista asombrado que ve en el poema o en el oficio de hacerlo, una interpretación de sus múltiples sentidos.


Particularmente, el Libro de las abluciones responde en el tiempo a diferentes momentos de su escritura, pero en primer lugar a ciertos impulsos intactos de la palabra por reconocerse en el lugar de la memoria, sin estabilizarse en la historia, pero sustrayendo de sus lugares escondidos el sumun de la fantasía; aquí resalta lo biográfico apócrifo de las vidas anónimas de  Hispacia, Kikoyo, Kleis o Iclinia; en ellas, el juego, la ironía y sus vidas un tanto crueles y risibles,  burlan la erudición. En el apartado de “Libro de los motivos”, asistimos a un breve e intenso paso por una de las tradiciones más fuertes de la poesía del Quindío: el  haiku. Carlos A. Castrillón, fiel admirador y estudioso de esta exigente expresión, lo traslada a su entorno geográfico para hacernos ver flores bellamente extrañas, sin nombre, que surge de las alcantarillas; herencia de los poetas peregrinos es éste que trascribo: “La tumba de Cavafis/ es la Ítaca original/ dice el peregrino”. Finalmente, la poesía de Castrillón establece un diálogo distinto al de la “gran tradición” reconocible en la poesía colombiana. El prefiere leer y traducir a poetas “raros”, poco estridentes, pero esenciales; de ahí que en su libro hay un sitio especial para ellos, por donde vemos desfilar vueltos poema a Liu Zhanqiu, Ryokan el Gran Tonto, Liu Chang Oing o Dionisio Aymará, Huésped del Asombro.


El viaje por el río alegórico donde “Un buey leve escribe el mundo/ desde el comienzo”, la cotidianidad desesperanzada, la palabra imposible, el paisaje oculto en el hombre y la brevedad de la palabra hecha pincel en la escritura son, entre otros,  los motivos centrales de su obra.




Útero

Hay que pensar,
de vez en cuando,
en la oscuridad que nos da sombra,
en la ventana que guarda
nuestros primeros desgarrones.



                 

Pulmón izquierdo

Hermoso fuelle
con que nos bebemos el mundo todo;
el aire todo nos cabe dentro,
con sus vientos, sus polvos y vibraciones;
nos caben todos los nombres pronunciados;
los vientos ya respirados y vueltos a ser vientos,
también nos caben.
Se nos mete el olor del mundo,
y el acoso; nos cabe.
La huella del paso de la golondrina,
El aire; y la canción
Nos cabe. El aire y el dolor;
Vapores, ruidos, sarcasmos, miedos,
Todo eso y más nos cabe
En el fuelle hermoso de piel terciopelo.
Y nosotros, ingratos, en pago sólo damos
Vapor de agua y anhídrido carbónico.




Tu   fuerza

La noche pasa por ti
sin oscurecerte.
La lluvia no te desmorona.
Todo en ti es persistente:
Mis dedos no te desgastan
Ni te abren caminos.
Todo el frío de la tierra está sobre ti,
pero vives.
Tu cuerpo es una prolongación del aire,
baja la niebla cuando subes la montaña.




Poema para cruzar el río

1
Primero que todo, el ardor de los labios,
la sonrisa pronta a desgajarse
sobre el limo y las piedras.
Y una vara sin curvaturas
para levantarla al aire
y cortar la niebla que quita y pone las cosas
con total desparpajo.

2

El viento socava pedregales.
El río deja atrás las piedras.
Un buey leve escribe el mundo
desde el comienzo.
(Este poema
es una victoria contra las inclemencias del tiempo;
este poema
es áspero o suave, según el viento).

3

Sólo llueve donde estemos: bajo los árboles,
sobre los árboles.
Se debe ir con cuidado sobre el lomo de las piedras
porque el agua llama y se lleva los ojos,
el agua llama y se lleva las manos
para hacer gestos de amenaza al que cruza por los
puentes;
y los recodos aman con secreta armonía.
Vamos por el mundo como los recodos,
Que alimentan en lo profundo a sus criaturas.
Recogiendo aguas dispersas,
Luchando con el día y su tiempo invertido;
la mentira del agua no conoce silencios,
pero tiene memoria;
y un Ángel perverso nos desacomoda la orilla.
(La única perfección
es vivir el mayor tiempo posible).
El río es perfecto
en su desacostumbrada presencia.

¿Cómo se lee un poema? / Hugo Padeletti

Pido perdón por estas tres hojitas que voy a leer. Sé que la expresión improvisada es más vívida, aunque menos exacta, pero en est...