Por Julio César Correa
Solenoide de Mircea
Cartarescu. (800 páginas)
Editorial Impedimenta. (Se consigue versión digital)
La
anécdota podría decir que se trata de un profesor de lengua rumana, que labora
en una escuela de un barrio humilde en Bucarest – la ciudad más triste del
mundo- y que tiene aspiraciones de escritor o, mejor de poeta, y que esos
sueños se ven frustrados por los comentarios del grupo de escritores célebres
al que asiste y donde lee su poema La
Caída. Al no ser bien recibido por “la crítica”, el aspirante a poeta se
enconcha en sus quehaceres de docente, mientras va escribiendo su diario en
cuadernos sencillos; estos serán el material para la novela que llevaría por
título Solenoide.
Al
tiempo que asiste a su escuela, va narrando sus relaciones con sus inmediatos
colegas, la mayoría de ellos, personas dedicadas a su oficio de mala manera. El
profesor llega a su escuela y, por lo general, se extravía al momento de ubicar
el aula donde estará ejerciendo sus funciones. Los salones se extienden por un
corredor largo y sombrío; pareciera dar la sensación de replicarse de manera
infinita.
La
novela/poema empieza con el profesor despiojándose y luego extrayendo pedacitos
de hilo del ombligo, esos hilos con los que ataron el cordón umbilical y que
guardaría junto con sus dientes de niño en una cajita de mentas. Lo particular
de la novela es la forma en que está narrada. Se podría decir que Cartarescu
huye de los dictados del marketing editorial, y se niega a escribir para ser
“vendido” como bestseller, siguiendo
los cánones de la escritura que se oferta en cursos, talleres y doctorados.
Para el rumano es más importante escribir para uno mismo. Y Solenoide evidencia
ese dictamen personal.
La
novela muestra, entre otros asuntos, la pobreza media del rumano, las
peripecias que hacen a diario para sobrevivir, en particular, el habitante de
aquella Bucarest triste. Y claro, en ello no hay nada particular. Eso mismo lo
puede contar un habitante de un país como Colombia y no haría diferencia
alguna. El asunto está en la forma en que el rumano nos va metiendo en su
particular universo. Y lo hace sin recurrir a elementos y trucos de narrador
experto de novela policial, sino a través del mismo lenguaje.
Cartarescu
va creando ciertas atmósferas, como en los primeros capítulos, que podrían ser
de un personaje autista. Es el que se mira el ombligo -hecho que en realidad
hace- y desde allí invita a ver el universo, su propio universo, que se mueve
entre ese realismo que da cuenta de las circunstancias más elementales, hasta
asomar a esos grandes momentos en que introduce al lector en un mundo maravilloso. Quizá, la realidad en Cartarescu es esa
capacidad para mostrar una cotidianidad envuelta en giros que alternan lo
insólito con lo extraordinario, sin que pierda verosimilitud. Los giros narrativos,
por decirlo de alguna manera, nos permiten apreciar, en un primer momento, una
realidad que se puede focalizar, o reducir el foco de atención, en pequeñas
cosas como cuando describe esos asuntos del ombligo. Es como si el observador
estuviera obligado a ver esos particulares movimientos en los que va sacando
pequeñas hebras de hilo para seleccionar algunas y conservarlas por años. O,
ampliando la mirada, cuando sale de casa, cada mañana, para ir a la Escuela 86,
donde trabaja, usando el tranvía 21, y hacerlo todos los días, de la misma
manera. Seguramente, este hecho puede evidenciar una cotidianidad que con el
paso del tiempo puede producir estallidos emocionales. De allí que el autor, recurriendo
a los giros cuánticos, nos vaya introduciendo en un universo que se abre a
otros universos a través de puertas que no están diseñadas para ello, sino que
es necesario aprender a verlas con ojos de experto “abridor” de puertas donde
sólo hay muros. Al otro lado del muro hay un mundo que se puede observar a
través del microscopio y amplificado N
veces; es posible que se esté ingresando al inframundo, a ese particular
universo de los insectos, ácaros y demás bichos que pueden estar poblando el
mundo de la piel de cualquiera de nosotros.
Encontrar
puertas que comunican a universos impensados es parte de la vida surreal del
profesor. A ellos nos conduce con sus descripciones imposibles, llenas de
alusiones a científicos y teorías que estarían describiendo un mundo más allá
de las limitaciones de los sentidos. Lo mismo hace con sus sueños, contados en
páginas enteras. Se podría decir que el autor establece puentes entre eso que
llamamos realidad con ese otro mundo
al que no tenemos acceso de manera directa, salvo que se haga a través de los
sueños, de la poesía, de la física o la geometría no euclidiana.
Existe
un personaje que estará enviando señales al profesor para que lo siga y pueda
hallar ese inframundo: se llama Palamar, el bibliotecario, el único que puede
atender a nuestro personaje, a quien ya le había dado indicios de que había un
camino trazado y que lo llevaría finalmente a consultarlo. Este bibliotecario,
en realidad, sólo puede ser visto y consultado por el profesor.
Para
salir de la tosca realidad a la que son sometidos los rumanos, el
escritor/profesor nos mete en la búsqueda de la cuarta dimensión, en esa
realidad que trasciende toda realidad. Una dimensión que sólo puede percibirse
desde la poesía, quizá, o desde la fantasía y no por ello irreal, o desde la
meditación o desde la geometría. C. H. Hinton es el científico al que hace
referencia, lo mismo que a otros artistas- científicos como Escher o Möebius,
quienes pueden mostrarnos, mejor que nadie, que el universo tiene otras
salidas, otros planos, otros universos con sus realidades paralelas, correlatos
de un mundo que no se ve, pero que por ello no deja de existir. Tal como el
mundo de los insectos que crecen en nuestra piel o si pensamos que nosotros,
ubicados en esta realidad, no somos más que un universo de piojos, que alguien
es capaz de ver ubicado en una realidad superior. Palamar lo sabe y nuestro
personaje lo intuye. “…así
que uno llega incluso a preguntarse - ¿no es cierto que es una cuestión
inevitable? – si no seremos también nosotros los ácaros de un mundo superior,
tan gigantesco que escapa a la capacidad de nuestra percepción.” Dice el personaje de
Cartarescu, dejando en claro que esa podría ser una posibilidad, dentro de
muchas otras.
Sobre
cuarta dimensión y su relación con otros aspectos de la vida, mejor citar a
expertos, en este caso a Federico Ludueña:
Habiéndonos
internado en las dificultades de representación de la cuarta dimensión, pasemos
a su vínculo con la ética. Una propiedad decisiva de la escalera dimensional es
que todo objeto que habite en n dimensiones
puede ser invertido en espejo con una rotación por n+1 dimensiones. Un individuo bidimensional, habitante del plano,
que esté mirando hacia la derecha desde nuestra perspectiva, nunca podrá mirar
hacia la izquierda (a menos que se ponga cabeza abajo). Para mirar hacia la
izquierda manteniendo el eje vertical intacto, deberá salirse del plano y rotar
por la tercera dimensión para volver luego al plano.
Cuarta dimensión que podría estar basada en la
parte onírica, tal y como lo hace al autor en sus diarios, donde va consignando
sus sueños frecuentes, sueños que a la larga se van confundiendo con la misma
realidad que describe.
Sarriugarte
Gómez, dice al respecto:
Lógicamente,
la suposición de la existencia de la cuarta dimensión puede basarse en la
observación de las cosas y hechos del mundo que nos rodea para lo que la medida
en largo, ancho y grueso no es suficiente, o que, dicho en otras palabras, no
admiten medida; porque hay cosas y hechos cuya existencia no puede dudarse,
pero no pueden expresarse en ningún termino de medida. Tales son, por ejemplo,
varios efectos de procesos vitales y psíquicos; tales son todas las ideas, las
imágenes mentales y los recuerdos; tales son los sueños. Si los consideramos como existentes en un
sentido real, objetivo, podemos suponer que tienen alguna otra dimensión además
de las que conocemos nosotros, es decir, alguna extensión que nosotros no
podemos medir.
Y no le falta razón, los sueños en Cartarescu
van tomando forma y fuerza, en la parte final, donde son narrados con
frecuencia y van siendo intercalados con hechos de la “vida real” que
igualmente parecen sueños o pesadillas. En particular, hay una referencia al
mundo como infinito o esa cuarta dimensión asumida por algunos teóricos, en el
pasaje aquél donde la niña Valeria -una especie de Alicia de Carroll-va hasta
el lugar de la mancha y se hace aun objeto verde que tiene forma de cinta de
Möebius. Es el artefacto que la niña había donado a la escuela para “sacar la
patria adelante”, y que había llamado la atención del profesor, quien va a la
casa de la joven y la indaga por el origen del objeto en cuestión.
Aquí como en algún pasaje del libro habría
que decir “que el párpado que se cierra es el ojo que se abre para seguir
mirando”, quizá la realidad se observa mejor, se percibe mejor, cuando cierras
los ojos físicos, pero abres los ojos de la mente. Los meditadores lo saben.
Hay una realidad superior, más allá de las limitaciones a que nos someten los
sentidos y, peor aún, el mundo inmediato de los medios de comunicación, el
marketing, el exitismo y la preocupación por vernos mejor en las selfies, en
las apariencias constantes de un mundo de superficies. Estar engañados es estar
convencido de que la realidad inmediata es la única y la última realidad.
Solenoide es una mezcla particular de autores
que Cartarescu conoce muy bien: Kafka, Borges, Pynchon, Lovecraft y, en buena
medida, toda la tendencia surrealista en poesía y en pintura.
A diferencia de otras novelas, esas que
atrapan al lector desde las primeras líneas y no lo sueltan sino hasta el final
-pienso en La verdad sobre el caso Harry
Quebert, algo más de 600 páginas-, Solenoide no está cifrada en elementos
de tensión y acciones que involucren antagonistas, búsqueda de pistas y
criminales sueltos. Al contrario de las recetas formuladas en cursos sobre
novela, Cartarescu sólo cuenta con su particular forma de narrar, que no es
poco. El estilo del rumano, su sapiencia y su capacidad para hipnotizar al
lector desde la invocación del lenguaje, como arma predilecta para llevar
adelante el heroico acto de contar una historia a su manera, hacen de Solenoide
una obra monumental. Una novela que se
puede leer como un poema. O un poema que se puede leer como una novela.
Referencias.
Ludueña, F. (2010): La cuarta dimensión y la ética.
Universidad de Buenos Aires. Recuperado de http://www.aesthethika.org/IMG/pdf/luduenav5n2.pdf.
Sarriugarte Gómez, Í. (2014) Introducción a la cuarta dimensión y su
relación con la obra pictórica de Kazimir Malevich. Quintana. Revista de
Estudos do Departamento de Historia da Arte, núm. 13, 2014, pp. 283-300
Universidade de Santiago de Compostela Recuperado
de www.redalyc.org/pdf/653/65342954018.pdf
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