Editorial Kimpres, Bogotá, 2004,
118 páginas.
Por encima de las técnicas de construcción, la orientación valorativa y la intención comunicativa, al autor de Dios puso una sonrisa sobre su rostro, le importa más fijar y resaltar la sustancia de la expresión, es decir, el elemento cognoscitivo por medio de una incesante reflexión teórica, propia de la filosofía hermética y el ocultismo, aquél pensamiento atribuido a Hermes Trismegisto, quien combinó en estilo esotérico la filosofía griega y la religión egipcia. Igual encontraremos, de manera explícita, las teorías de Giordano Bruno, el filósofo, poeta y sacerdote dominico italiano, influido por el neoplatonismo, el estoicismo, la mística y la magia.
El autor, bajo el peso de las obras de los escritores mencionados, procura divulgar una doctrina mística secreta, cultivada por un grupo de “iniciados” , entre los cuales él se encuentra. Es un trabajo de reflexión sugestivo pero no original, donde “se notan las abundantes y selectas lecturas del autor”.
Conoceremos la importancia de fusionar los sentidos con el fin de constituir uno suprasensorial que capta el lenguaje cifrado de las cosas; los secretos de una morgue, los latidos de la muerte, sus estertores, el rictus de cada ser fallecido, el mutismo del ambiente, el tiempo que parece un mar de regresiones y reflujos, la vida frente a la muerte, las analogías del sueño, la música que agita las telas de los cadáveres, el espacio extrafísico del espejo que se confunde con la suprageografía, la interactuación de lo extraespacial y lo atemporal en las orillas inimaginables de las cosas, sobre lo cual el narrador manifiesta:
Todo queda flotando, todo ruido, todo eco, cualquier rumor, por más pequeño que sea, toda resonancia se repite en un número indeterminado de objetos; toda cosa queda untada del sonido como si se tratase de un ungüento o una pócima mágica que proporciona vida al oído colectivo de la coexistencia. La música, la poesía, la novela, la pintura y todo lo que lleve inmerso una teoría comunicativa nunca deja de escucharse, y por el contrario, es capaz de instalarse en un alma virgen, en este caso un resorte olfativo virgen, pues el olfato supraesencial también escucha y lee.
De igual manera, el autor nos expone ciertas hipótesis acerca de la belleza de un muerto, la ausencia de sabor de todos los objetos, la virtud de los números extraídos de los nombres propios, la lectura de los cuerpos sin vida, el fenómeno de las correspondencias, el erotismo centrado en los talones de los píes, la búsqueda del sentido de la realidad, del presente, del sueño, del tiempo; la fascinación del fuego, el concepto de infinitud, donde se detiene el tiempo físico; la existencia de lo supranormal, la runa metafísica, la estructura suprafísica, el Nirvana, la energía gravitacional, la tanatología, el desierto de los tártaros, el número de Dios, lo antitético, la pansofía, el delirio órfico, la levitación, el daimon universal, el numen sideral o el éxtasis suprahumano.
Estamos de acuerdo, la novela como género no se desliga de desempeñar la función de instrumento de conocimiento. El escritor le toma el pulso al mundo y registra las voces del concierto del cosmos. Se diría que en Dios puso una sonrisa sobre su rostro existe una necesidad exterior, del autor de la presente obra, de manifestar y ostentar, al mismo tiempo, una cuestión intelectual que lo inquieta hace tiempo, desde la composición de su libro anterior Memorias de Alexander de Brucco.
Informar y reflexionar son las dos direcciones claves de la obra, y claro, revelar el universo del autor, reconocible de antemano. Veamos un fragmento donde se muestra el exquisito bagaje y la hondura teórica: Sin embargo, el caudal intelectual y filosófico de la novela constituye por sí solo la calidad de la misma, su punto fuerte, es decir, la profundidad de su pensamiento le falta ser expresada estéticamente para conformar un todo. Pese a la estrategia de composición donde se alternan enunciados, toda la novela se basará en la transcripción y exposición de datos, referencias y nociones teóricas. Los “recuerdos” o aparentes evocaciones, reminiscencias o recuentos artificiales, estarán plegados e insertados como láminas ilustrativas.
El autor posee los argumentos pero adentro de su composición narrativa no realiza, articula y desarrolla sus razones y proposiciones, desde una óptica original y una modalidad concerniente al acto de narrar. La rica teoría no se transforma en manifestaciones vivenciales sólidas y el acontecer exterior de la lectura (origen y fuente del universo de la novela) se impone sobre el mundo interior del creador. Ello quiere decir que la teoría pura queda intacta, pues no está sometida a la interiorización o asimilación, primero del autor y luego de los personajes de la novela, lo que impedirá la obtención de una visión nueva de la vida, pues la teoría no se torna experiencia, es decir, acción interior, diálogo, polifonía, acción recíproca, mutua, del acontecer exterior y del mundo interior, en otras palabras, jamás se constituye como acto narrativo u obra de arte. El conocimiento del autor se impone frente a los demás participantes de la narración y del acto narrativo, lo que implica también al lector, quienes asistimos a su dictadura. El narrador escogido, identificado con el autor-escritor o quizás con el autor implícito, o sea, la imagen del escritor que el lector construye, un segundo yo o una versión superior del autor, su alter ego, (el verdadero sujeto de la obra, biográficamente caracterizado e individualizado), es un enfermero encargado de la morgue del hospital de Neiva, Colombia. Su padre, lo manifiesta, es quien le ha enseñado lo que sabe acerca de filosofía hermética y el esoterismo:
A partir de esas disertaciones muy suyas traté por todos los medios de confrontar sus posiciones y de auscultar la autenticidad de lo que afirmaba. Por eso me hice guardián de la morgue, por eso mi cercanía con el hospital, por eso mi gusto desaforado por NN a quien contemplo mientras en el espacio repica el cuerpo disonante de Daylight, canción de Coldplay, que obliga mi retorno sobre el espacio amarillento de los pisos.
La NN es una joven que murió y está albergada en la morgue y sobre cuyo cuerpo el narrador vierte su discurso acerca de la muerte y la belleza. NN es el narratario más importante de la obra, la depositaria de las reflexiones, a veces monólogos, del enfermero. Su inclusión como personaje es uno de los principales aciertos.
Pero es el autor implícito el que modela la existencia del narrador, asumiendo la función de quien ostenta la instancia informativa más profunda del relato, la “competencia” más sólida. El narrador de Dios puso una sonrisa sobre su rostro jamás se sobrepone a la presencia asfixiante del autor implícito, un yo para nada impersonal ni anónimo, quien impone su ángulo de visión y subordina lo restante al ejercicio de su propia óptica. Aunque el narrador y personaje central de la novela, son el lugar de las reflexiones e intenciones del autor real, este último origina de manera directa tales meditaciones y acciones intelectuales. No existe por parte del narrador y demás personajes una introspección de las teorías explayadas durante el transcurso de la obra. Debido a tal divorcio, la relativa técnica de construcción de la novela y de presentación de los personajes, están ligadas a una concepción del hombre y de la existencia muy particular, propia del autor: el devenir, así como el arte, deben ser asunto-reflejo de lo teorético, especulativo, erudito e intelectivo.
El novelista no se oculta fingidamente detrás de la realidad misma y no alcanza a disimular su constante afán de auto –expresión.
La razón es porque existe aquí una clara voluntad de objetivar un mundo específico, singular, el del autor, a través de una historia y una serie de personajes, caracteres, acontecimientos y cosas. Sin embargo, al autor le es muy difícil desligar su propio yo, omnipresente desde los comentarios que teje constantemente sobre las figuras y los acontecimientos, hasta el modo de insinuar los personajes. No existe la polaridad entre el narrador y el mundo objetivo.
Las figuras se diseñan como opiniones y las acciones son de carácter ornamental e ilustrativo del discurso sustentado. Ejemplo de ello es la desaparición de las aves en los espejos, la huída del gato por el lavabo, las referencias a la tragedia de Villa M (la casa bomba en Neiva), los atentados terroristas en Bogotá, la música de Coldplay, las cartas del padre de la chica NN, las localizaciones espaciales y geográficas, el asesinato del niño X, la persecución a la profesora de matemáticas, los cuales son sucesos temáticos, acuñados, encajados e impresos para probar las hipótesis presentadas. El ambiente teórico condiciona la autonomía de los personajes. El novelista no penetra en su intimidad y por lo tanto no recurre a su voz propia, al gesto independiente, al silencio y escenificación libre del carácter conductivo, las actitudes y la visión del autor, quien domina mediante los hechos intelectualizados a sus seres de papel.
Los personajes son planos, dotados del mismo trazo único –la retórica erudita e intelectual-. No evolucionan, no experimentan las transformaciones íntimas. Personajes de contornos simples, para nada vigorosos, ni dotados de complejidades y acentuaciones, sin densidad ni riqueza. No se tienen en cuenta sus facciones peculiares, pasiones, cualidades y defectos. Lo propiamente humano queda relegado.
El protagonista principal, el enfermero, se identifica con una obsesión intelectual, a la cual se encuentran íntimamente sometidos los demás actores individuales.
Dios puso una sonrisa sobre su rostro es una novela cerrada, poseedora de una trama claramente delimitada. El autor explica todo, desde la esquina exclusiva de su “sabiduría” (instrucción-información) personal. Es así como encontramos la fuga de la realidad, una desvalorización de la trama, acompañada de una exhibición, presunción y jactancia intelectual desvelada y constante, tediosas descripciones, carentes de interés artístico, aspectos evanescentes, imprecisos e incoercibles que no son expresados mediante una estructura narrativa.
Novela de lances y contingencias intelectuales (¿novela abstracta?). Si este texto fuera despojado de los personajes y de la casi inexistente actividad dramática, quedaría reducido a mero discurso expositivo o ensayístico, homenaje a una vida puramente intelectual: sólo acción mental y exposición de ideas, razón por la que se nota la ausencia de sensibilidad creadora. Digámoslo así, Dios puso una sonrisa sobre su rostro, es la antítesis de la novela, un texto preocupado por mostrar el yo exterior, no los desafíos intelectuales interiorizados y vueltos nuevo lenguaje. La obra se disuelve en una especie de aguda y reflexión metafísica y cerebral, donde el valor dominante es la meditación sobre el sentido de la muerte. De esta manera, como hace mucho tiempo, el propósito primario y tradicional de la novela, contar una historia, se oblitera y desfigura.
GABRIEL ARTURO CASTRO
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