El túnel fue la única novela que quise publicar, y para lograrlo debí sufrir amargas humillaciones. Dada mi formación científica, a nadie le parecía posible que yo pudiera dedicarme seriamente a la literatura.. Un renombrado escritor llegó a comentar: “¡Qué va a hacer una novela un físico!” ¿Y cómo defenderme cuando mis antecedentes estaban en el futuro?
El túnel fue rechazado por todas las editoriales del país; hasta por Victoria Ocampo, que se excusó diciéndome: “Estamos medio fundidos, no tenemos un cobre partido por la mitad.” Qué auténtica me pareció entonces esa frase de Oscar Wilde: “Hay gente que se preocupa más por el dinero que los pobres: son los ricos.” Aún recuerdo la tarde en que se abrió la puerta del Querandí –el mismo café que luego frecuentaría en mis encuentros con Gombrowicz-, y vi aparecer a Matilde llorando, encorvada, trayendo entre las manos los originales de mi novela, que yo no me había atrevido a retirar, tanta era mi vergüenza.
Finalmente, el préstamo de un generoso amigo, Alfredo Weiss, hizo posible la publicación en Sur, y fue inmediatamente agotada. Al año siguiente, recibí noticia de su edición francesa, gracias a la generosa iniciativa de Camus.
Cuando años después comenté la historia en un periódico, Victoria me llamó hecha una furia para recriminarme del oprobioso recuerdo, ya que el libro había sido recibido entusiastamente por uno de los máximos escritores de Francia. Pero, “c’est la vie”, como ella hubiera dicho. He hablado de lo importante que ha sido su aporte a nuestra cultura; pero el mutuo y sincero aprecio que nos teníamos, no me dispensaba del inconveniente de no ser francés.
Nunca me he considerado un escritor profesional, de los que publican una novela al año. Por el contrario, a menudo, en la tarde que quemaba lo que había escrito durante la mañana. Y así, cuentos, ensayos y obras de teatro los he visto consumirse en el fuego, al que también estaba destinado Sobre héroes y tumbas; tantas han sido siempre mis dudas. (…)
Lamentablemente, en estos tiempos en que se ha perdido el valor de la palabra, también el arte se ha prostituido, y la escritura se ha reducido a un acto similar al de imprimir papel moneda. Como he dicho en el El escritor y sus fantasmas: “Quedan los pocos que cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura pero obsesiva de testimoniar su drama, su desdicha, su soledad. Son los testigos, los mártires de una época.” Están destinados a una misión superior, no pertenecen a ninguna capilla literaria o cenáculo y, por eso, no tienen como fin tranquilizar a individuos encerrados en una sacristía, sino el de derribar todas las conveniencias, devolviéndonos el sentido de nuestra trágica condición humana. En esta vocación, muchos han sido empujados a la locura, a las drogas, o a tantas otras formas de suicidio. Recuerdo cuando el doctor Cárcamo me decía que debía empezar urgentemente una terapia psicoanalítica, porque estaba al borde de la locura. Seguramente se preocupaba de verdad, porque era un buen hombre, pero yo le respondí que sólo me salvaría el arte.
Nunca sabremos la angustia con que Beethoven compuso su última y maravillosa sinfonía, o los momentos de soledad en que crearon sus obras los grandes compositores. Por eso, si el fracaso es triste, el fracaso es el arte es siempre trágico.
Emocionadamente he estado en varias ocasiones en la tumba de Van Gogh, aquel desdichado que nunca pudo vender un cuadro, y de quien ahora se disputan sus obras en millones de dólares, para ser exhibidas en un supermercado. Pobre Vincent; habitado por Dios y por el Demonio, humilde y bondadoso, que iba a predicar el Evangelio a los mineros y que a la vez violentamente atacaba a Gauguin; que recogía a pobres prostitutas de la calle, como aquella con un chiquito, para ser su modelo, y terminaba llevándola a vivir con él, probablemente porque la comprendía, ya que los dos sufrían el mismo desamparo. Como señala Artaud, otro poseído a quien siempre admiré, Van Gogh murió suicidado por una sociedad que no podía seguir soportando sus terribles revelaciones. Cómo dudar que Artaud estaba hablando también de sí mismo; en una carta a su médico, luego de terribles electroshocks, declaró sentirse “tratado como un alienado y maltratado a raíz de un gesto, de una actitud, de una manera de hablar y de pensar que fueron en la vida las de un hombre de teatro, del poeta y del escritor que yo era”. Finalmente murió como un perro; el jardinero lo encontró una mañana, sentado en su cama con un zapato en la mano. Jamás sabremos hacia dónde se dirigía aquel día de su última soledad.
Por eso, la raza de artistas a la que siempre he admirado es aquella a la que pertenecen estos hombres.
Quienes han unido a su actitud combatiente una grave preocupación espiritual; y, en la búsqueda desesperada del sentido, han creado obras cuya desnudez y desgarro es lo que siempre imaginé como única expresión para la verdad.
2 comentarios:
Adios ERNESTO SABATO. Lei y relei varias obras suyas. Mi hermano me hablaba de " Sobre Héroes y Tumbas ". Siempre quise leerla, pero solo ahora que ya su cuerpo no esta corrí a comprarla.
Ahí la tengo y ud sigue vivo.......en tantos ojos . como los míos que empezaron a leer , a conocer nuevas palabras e ideas suyas... YOLANDA ORTIZ R.
Y Sabato tiene más valor que nadie: víctima de sus depresiones que nunca ha ocultado nos ha dejado la visión de un mundo más limpio. Y sobre todo la resistencia de una mente poderosa a los contratiempos. Cuando en los cuarenta abandonó su brillante carrera científica, sus colegas cruelmente sentenciaron: “Sabato abandona paciencia por el charlatanismo”. Su primera novela que la ha hecho inmortal ‘El ´tunel’ fue rechazada por todas las editoriales, incluso las de sus mejores amigos. Sabato fue de los primeros en denunciar como se ha perdido el valor de la palabra. En España la falta de confianza y credibilidad es moneda de cambio: nadie cree a nadie. Y Sabato suma más que los Hessel/Sampedro que tanto nos venden ahora.
Un saludo
Jorge
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