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Por Hernando Guerra Tovar
En el libro de la poeta colombiana Esperanza Carvajal Gallego (Palocabildo, Tolima, 1964), el fantasma, forastero de este mundo, muestra su imagen des-leída, nos observa desnudos, averigua nuestros secretos, repasa cada detalle del sueño y la vigilia, en los confines de una existencia en que, “Hemos recostado / la cabeza en el naufragio.” Acaso sabe el fantasma que el tiempo se necesita de este lado como recurso de aprendizaje, que una vez cumplido este propósito sobreviene el regreso, para volver con una nueva misión, y así por siglos en la rueda de Samsara o como dijera Orfeo: en el “abismo de las generaciones.”, hasta el logro de la iluminación. Del otro lado, en la otra orilla, ¿qué advierte el fantasma? La poeta intuye su conocimiento y pregunta: “Cuéntanos si hay otra manera / de nombrar las cosas / en esa orilla / que nos prometieron alcanzar.” Porque “Qué puede haber de eterno / en las cosas que nos rigen, / o somos nosotros / los que regimos los instantes.”
El tiempo y la eternidad son los fantasmas mayores en la poética de Esperanza Carvajal. Sus primeros libros lo anuncian desde el título mismo: “El perfil de la memoria”; “Las trampas del instante.” Pero es en este, su tercer poemario, donde la poeta encara con mayor rigor el tema del devenir y de la inmutabilidad: el tiempo y la luz; tánatos y el tiempo; el tiempo onírico; la cuidad interior y el tiempo; la hora propicia del crimen en la alta noche; el tiempo y la expiación; el fruto y el tiempo; las cadenas del tiempo; los oficios del tiempo; el tiempo y la huida; el puerto en el tiempo; el tiempo ulcerado; la intemperie del tiempo; el tiempo y la libertad; el exilio y el tiempo; el tiempo sin el tiempo. El pasado –tradición, memoria y recuerdo- como cadena de dolor y sufrimiento, en perjuicio de la sustancia del vivir:
“Cada quien arrastra sus cadenas
y no hay tiempo
de comparecer ante la vida” (…)
La eternidad se presenta en este libro desde una mirada de escepticismo no exento de ironía y desencanto. Una manifiesta resistencia a aceptar las heridas existenciales como punto de encuentro entre la hora y el misterio de una promesa incierta. Como buena poeta, Carvajal Gallego resuelve esta duda en interrogante que es videncia:
“¿Pero a qué cosas
se tiene derecho
cuando la memoria porfía
atrapar el instante?” (…)
Su profunda inquietud metafísica toma forma en cada texto en imágenes desgarradas, en donde el “otro” es necesidad reconocida, urgente: “Me tiendo en el costado / más temible de la noche / y reconozco el tiempo / en la sed de los espejos.”, anuncia en su poema “Teorema”. Y prosigue: “Escrito está: / soy el tiempo que se quema / y la luz que lo consagra.” Tiempo y eternidad, luz y sombra, premio y castigo: “Dicho sea: / Condenados están al tiempo y a la sed. / La luz, / me la reservo.” Un determinismo trágico convoca igualmente esta poética. Herencia milenaria en la “palabra ciega”, en el dolor que causa la conciencia del ser, el reino incendiado de la errancia, donde el fuego es actor y testigo, arte y parte de una existencia en llamas: “Cuántas cosas se dejan al camino / cuántas palabras encienden / la furia en las praderas (…).
La noche es el lugar en donde Esperanza Carvajal Gallego desata sus fantasmas, sus poemas, en el festín de la soledad que apura, como fuerte licor, en espiral de fuego y viento. La etérea figura del forastero recorre sus predios, entra y sale del sueño, asciende y desciende su escalera, visita la pesadilla, esconde la luz, alza el cáliz de la desesperanza en sus rincones, puebla, en fin, este universo de tiniebla con su presencia vaporosa. Y la poeta recorre con el fantasma, su invitado, estos territorios en donde el sueño, la pesadilla, el crimen, el homicidio se convocan, porque todo es posible en el reino de la sombra. Así, aunque parezca una dicotomía, la noche, paciente y generosa, le brinda refugio y placer: “Sólo la noche no se cansa de abrir sus brazos / donde convergen las horas de placer y de dolor.” La escalera, su peldaño incierto entre la bruma, la huella de un milagro inconcluso, el sigilo y la huida, y el dolor siempre presente, el dolor de la conciencia como luz injuriada.
Desde la más profunda interioridad brota esta poesía colmada de ausencia y soledad. La partida del ser querido y su dolor, hacen más hondo este silencio, trascendido en milagro. Si “La vida significa para nosotros un constante transformar en luz y llamas todo cuanto somos o nos sale al encuentro” (Nietzsche), la propuesta estética de Esperanza Carvajal en Festín entre fantasmas es consecuente y consistente con el más caro propósito de toda poética. Aquí se dan los presupuestos necesarios, vitales, para hablar de una expiación a través de la palabra: “Sólo a los ángeles caídos / les asiste el derecho de la perfección”, dice la autora, y ya nada nos sorprende:
“Algo esconde la eternidad
tal vez pronto
lleguemos a saberlo”
Esperanza Carvajal Gallego
Festín entre fantasmas
Editorial La serpiente emplumada
Bogotá 2008
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