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Entre muchos recursos, hay dos que para mí son relevantes: el primero es el formidable poder de imaginación humana y su gran producto que es la imagen. La imagen que nos pone delante, como diría Paul Eluard, que nos da a ver la realidad. Y junto a la imagen el poder de la plenitud del pensamiento, de todo lo que significa profundidad, inteligencia, sutileza. Todo lo que el hombre lleva en sí, aunque a veces no lo confiese.
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La poesía es una forma de despertar. Es una forma de volver a abrir los ojos, de empalmarnos con lo que todas las corrientes de filosofía y sabiduría han dicho a través de los siglos: no basta con nacer una vez, es preciso volver a abrir los ojos; es preciso nacer de nuevo.
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Nacer de nuevo a qué y de qué. Nacer de nuevo de todo lo que la costumbre, el hábito, la falsa cultura y los estereotipos han estancado dentro nuestro y no han dejado que se transforme en fuerzas realmente creadoras.
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Nacer de nuevo, despertar de nuevo, abrir los ojos. Porque la poesía no puede hacer otra cosa en su búsqueda de la realidad, que es su principal sentido inasible e inexplicable que convertir en presencias que de alguna manera acompañen más la soledad del hombre. Y la poesía no puede hacer otra cosa que una simple ruptura, una triple ruptura para eso. Una triple ruptura que es, quizás, el gran aporte de la poesía moderna.
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Ruptura en primer lugar de una visión consuetudinaria y estancada de la realidad. Apertura de la visión de la realidad, de la visión del mundo. Esa apertura que supone entender y percibir aquello que dijo William Blake y que algún novelista importante utilizó como epígrafe de su libro: si se limpian las puertas de la percepción, todas las cosas aparecen tal cual son, es decir, infinitas, todas las cosas aparecen tal cual son dándonos la prueba y la verificación de que la realidad no tiene límites. Como dijo Paul Klee, lo visible es solo un ejemplo de lo real.
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La tercera ruptura, la más difícil, es la que provoca aquel miedo que mencionaba Albert Beguin. Cuando le preguntaron por qué la gente no lee mucha poesía, él contestó simplemente: porque le tienen miedo, porque la poesía debe abrir las cosas, debe ponerlas al desnudo, debe ponerlas a la intemperie ¿y quién resiste esos climas de alta tensión y de alta presión?, ¿quién resiste que la muerte sea tan natural como la vida?, ¿quién resiste que el amor puede ser ascenso o caída?, ¿quién resiste que nuestra vida esté llena de todas las cosas que pueblan nuestros mundos, los árboles, los ríos, los cielos, la lluvia, pero no como decorado sino como algo que forma parte de nosotros?. Entonces, todo esto asusta, es lo que constituye esta tercera ruptura que es transformar nuestro propio modo de vida, transformar y convertir la vida en algo más activo, más potente, más intenso y por utilizar la palabra de hace un momento, más despierto.
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Para ello recurre a la imagen, el giro nuevo, diferente, insólito, el giro imprevisto del pensamiento. Aquello que se presenta en el pórtico de la poesía moderna en "Las flores del Mal", estoy hablando del poema "Correspondencias". Allí podemos sentir que si el hombre despierta a la realidad y cambia la escala de lo real, entendiendo que la poesía es un ejercicio de realismo y no de evasión, el universo es un conjunto de correspondencia, de relaciones que se corresponden entre sí, y que el artista o el poeta o el ser que despierta pueden recoger, plasmar, transmitir.
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La tradición de la ruptura que deja de lado la anécdota, lo pintoresco, el mero adorno, el mero juego, para alcanzar a través de la polisemia y a través de la imagen una trascendencia que no consiste necesariamente en proyectarnos a ningún mundo ultraterreno, sino aquella que consiste en decimos que cada cosa es otra cosa y que hay que buscarla. Que cada elemento es, como diría Antonio Machado la otredad, la profunda otredad que invade y domina la vida y todo lo que la vida percibe. Esa trascendencia, sería una trascendencia vacua, sin un objeto definido, que sin embargo tiene la plenitud de este pequeño poema de Rimbaud: "Tiré cuerdas entere todos los campanarios,/ vinculé con lazos todas las ventanas, uní con un collar de oro las estrellas, el cielo./ Ahora yo danzo."
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Hay una hermosa expresión de un autor alemán, Henrich Berger, el novelista. En alguna parte escribió que el poeta no necesita la libertad. Toda la poesía moderna es una aventura detrás de una libertad, de la libertad expresiva que hay encerrada en el hombre, de la libertad de la comunicación con lo real, de la libertad contra todos los poderes infaustos que tratan de dominar al ser humano. El poeta no necesita la libertad, porque es la libertad. La poesía, sobre todo en su forma moderna, en su actitud moderna, en su indagación eterna, en su búsqueda eterna, es la libertad.
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Pero yo creo que aquí, en relación con el silencio y su expresión, hay algo por recordar: NO HAY POESÍA SIN SILENCIO. No hay poesía sin que el poeta haya tomado en su plenitud el hecho de que cada palabra es, además de una carga de sonido, una carga de silencio. En poesía (y en cualquier poema) es tan importante lo que se dice, como lo que no se dice. Como dijo una vez un poeta: un poema no son estos dibujitos sueltos como clavos sobre una página, sino el blanco que los rodea.
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El profano, el que no sabe, pero que cree que sabe, escribe con palabras, el poeta escribe con silencios.
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La "inspiración" es palabra que está desprestigiada por los impostores. Un poeta se "inspira". El problema es que hay poetas que sólo se "expiran" y nunca se "inspiran".
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"Para ver un mundo en un grano de arena / y un cielo en una flor silvestre, / sostén el Infinito en la palma de la mano / y la Eternidad en una hora". W. Blake
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