Julio César Correa
La Pipa de Magritte
La lectura, más allá de los incrédulos, tiene una función reparadora. Mejora el malestar más que un alkalsetzer, restituye el ánimo mejor que el viagra, permite viajar a otras galaxias sin haberse enchufado un porro de marihuana; mejora la concentración igual que el tonificante café negro, (que nosotros llamamos tinto); revierte los males que aquejan a las personas por aquello de la edad, permitiendo recuerdos más frescos y lozanos. Cura la desmemoria, el dolor de cabeza, la impotencia sexual, la rigidez mental; cura el insomnio, mejora el apetito, combate la gripa, nos hace sudar y hasta nos permite adicionar unas cuantas palabras nuevas en el léxico personal.
Leer es tan estimulante como diez tazas de café, tan emocionante como un viaje a la luna, tan excitante como una sesión de streap tease con Demmy Moore jugando en la barra. Leer es una suerte de masaje directo sobre las neuronas. Eleva el nivel de las endorfinas, por eso nos permite creer que podemos igualar a los tarahumara en su capacidad para correr la maratón, sin apenas agotarnos.
Leer, señoras y señores, rejuvenece, es el elixir de la eterna juventud; si no me creen piensen en un hombre que siendo mayor parecía un joven: Julio Cortázar. Otro ejemplo: Álvaro Mútis, Henry Miller. Leer es la dicha más hijueputa que uno se pueda imaginar.
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