Por: Gabriel Arturo Castro
La obra poética de Juan Manuel Roca confirma la existencia de la poesía a través de la imagen, la revelación y el asombro, tres instancias que se convierten en seres vivos, sustanciales, así su génesis provenga del sueño, la extraña voz y las visiones de un mundo sobrenatural. Colección de poemas donde es posible hallar la poesía, la voz del corazón, la autoridad de la voz interior, la fuerza creadora e inspiradora de quien traduce la existencia de un mundo invisible y lo hace aparecer sobre el espacio de nuestra gravitación: una madreselva que habita la memoria, un rumoroso tren estacionado en la conciencia.
Roca corrobora el devenir del poema como un excelente acto espiritual que desafía al tiempo, desde su ruina, su ruptura, su evocación y magia atrayente. Su legión de fantasmas, su geografía, su suerte de vampiros, los saqueadores de un país, las estrechas celdas, las cosas humildes y complejas a la vez, habitan por igual al poema y su centro poderoso. La imagen se hace visible, surge tras el texto poético a la manera de un instante especial y advertido que se convierte en esa aparición (visión), en relámpago creado que deja relucir la percepción particular a partir de un todo que tenemos a la vista y al que nos dirigimos. La memoria y la expectativa enlazan la aparición con las experiencias y los sueños más antiguos de la humanidad, y con los tanteos de las búsquedas más recientes.
El poema, a través de la memoria, se dirige a ordenar los objetos del mundo. La poesía de Roca es memoria que cuaja, que se vuelve visible en aquel lugar, trozo no limitado, espacio ocupado por la imagen y finalmente por el arte, considerado como un intento de traducir el fantasma en realidad, singular cruce de tiempos, vuelta a la infancia, transformación del pasado y del presente, destrucción del exilio. Así lo afirma Heidegger: “La poesía despierta la apariencia de lo irreal y del ensueño, frente a la realidad palpable y ruidosa en la que nos creemos en casa... Y, sin embargo, es el contrario, pues lo que el poeta dice y toma por ser es la realidad”.
Se intuye en Juan Manuel Roca, en su búsqueda en la memoria, un trazado de esencias espirituales: revela lo que estaba oculto, desafía a las sombras, a la máscara del tiempo y a la profunda raíz que se empieza a conocer. La palabra se hace verbo de adentro hacia fuera, el rostro pasado se interioriza, toma vida, tras la rememorización del tiempo. Pero la memoria de Roca siempre solicita su mundo espontáneo: las imágenes aparecen tras la escogencia y el aprecio, luego se alternan gracias al azar, al enigma, al júbilo, y producirán, en el lector que vislumbra, el asombro y la fascinación de quien se anima a la aventura.
Poesía que punza al lector, lo subyuga cuando la imagen es ya una explosión, un grito, un fogonazo que sirve a manera de hecho generador, imaginería poética que sustenta diversas raíces: el estado de ilusión o la magia sugestiva a la manera de Baudelaire, donde “la imagen estalla con el esplendor repentino de la flor de áloe”; la exaltación de la mirada de Rilke; la imagen tajante y sugestiva del expresionismo alemán, acompañada de su latigazo irónico y la hondura de pensamiento; la misteriosa virtualidad del lenguaje de Vallejo, su alta tensión emotiva, su sentir íntimo, a menudo combinado con un acento coloquial y familiar; la proposición de un mundo onírico, herencia surrealista, donde se configuran predominantemente imágenes arquetípicas; y el influjo de las imágenes metafóricas de bastante valor expresivo, legado de Silva, Aurelio Arturo y Charry Lara. Imaginería de una obra que se ha erigido como un arte de significación perdurable, de plena madurez, de fuerza y sobriedad al unísono.
No en vano, encontramos en Roca la palabra como punto de partida, la capacidad del creador para descubrir caminos ocultos, la fascinación que crea fantasmas y el deseo permanente que convierte la vida en literatura, diciendo con Emerson que “la poesía es el continuo esfuerzo hacia la expresión de las cosas, en su razón de ser”. Vehemencia y ánimo del arte de la poesía, que en manos de Juan Manuel Roca y logrado en el paciente y cotidiano valor, consigue alcanzar aquella “mágica esfera” otorgada a la palabra, la palabra como acontecimiento fundacional, la palabra como centinela y aliento de la obra. Allí un rumor misterioso del mundo y del trasmundo que llama desde afuera de la realidad y la ensancha tras una nueva visión que penetra en lo invisible de lo cotidiano, estableciendo una distancia encantada que atraviesa todo el texto. La mirada a la obra significa un desafío y un llamado que ahonda en las tensiones y resistencias de la comunicación inefable.
Dentro de la concepción de la escritura de Roca hay un Eros que la arrastra, un impulso insaciable, avidez profunda que transita en medio o detrás de voces que, adquiere la distancia transmutadora de un ceremonial. Nosotros comulgando ante la imagen y el tiempo metafórico, frente a las líneas sensibles que apoyan y fecundan su poesía, rasgos sensitivos que nos detienen y despiertan a otro sueño, sensaciones y memorias traídas a la escritura con toda su frescura original, casi táctil a la manera interior.
La palabra de Roca, más que una aventura verbal, es nutrimento esencial, nueva mirada que entraña nuevos lugares, nombrados territorios donde las palabras mueren para resucitar con la memoria y volver a encarnar para darle otra vez sustancia al universo, viaje y retorno de la poesía ante un “paraíso recuperado”, donde encontramos el saludo de aquella memoria, la aparición (presencia – ausencia) de los sueños, espectros y épocas, al lado de una conciencia visionaria, de imaginación y apetencias de otros estados del mundo, diciendo tal vez con Novalis que “los deseos se mudan en realidades”.
- GAC poeta y ensayista colombiano, ganador de varios premios nacionales de poesía. Su ya larga y prolífica obra aparece en periódicos y revistas del país y del exterior. Colaborador permanente de esta bitácora.
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