Por:
Luis Alfonso Ramírez Peña
Instituto
Caro y Cuervo
El
origen del poder en el lenguaje. El poder no nace en las entrañas de las
formas, de los códigos o de los significantes, nace de las relaciones
comunicativas que los usuarios del lenguaje establecen con sus interlocutores
virtuales a través de la creación de los
discursos por diferentes necesidades. Son poderes nacidos en la construcción
del discurso, ya sea en la condición de autor de su escritura o de su
recepción. Poderes con respecto a los interlocutores, ejercidos en la jerarquía
enunciativa de la significación. Poderes del saber para avanzar y controlar los
conocimientos; poderes sobre sí mismo para cuidarse y poder manifestar su más
intima visión y expresarse con lo mejor de sus lenguajes.
No
es lo mismo el ejercicio del poder en la producción del discurso cuando se
requiere influenciar o controlar al otro, que el poder necesario en el manejo
del lenguaje para que responda a las necesidades del desarrollo del
conocimiento en el discurso de la ciencia o la tecnología, que es más bien un
poder sobre el mundo conocido; y tampoco es
lo mismo, el poder sobre las palabras para expresar las más íntima
visión creativas de los mundos circundantes.
Es
la diferencia del discurso de un hablante sin voz propia, repetidor
incondicional de las voces de los otros. Diferente es el discurso de la
ciencia, que aunque reitera otras voces no son incluidas sin reconocimiento y
con sus propios comentarios nacidos de la voz propia. Discursos diferentes a
los discursos de la literatura, cada uno de
los cuales es una voz auténtica, sin mediaciones y, aunque aparecen
otras voces, están sometidas a las necesidades expresivas de lo propio. En
todos los poderes discursivos, el control del lenguaje, del interlocutor, de
los mundos soñados e imaginados y recreados son el resultado de la existencia y
la vivencia de un sujeto actor de sus discursos. Condición de sujeto que se
constituye por su capacidad de entrar en comunicación con los otros manteniendo
los niveles comunidad pero no manteniendo la responsabilidad y el respeto en la
distinción entre lo mismo y lo diferente.
El
poder surge en las acciones comunicativas cuando estas son estratégicas para el
logro de un fin. La producción de la obra literaria se inicia cuando su autor
pretende mostrar su propia visión de los mundos alterando el orden frecuente de
los discursos utilizados en la diario transcurrir de la repetición y sin
diferencia.
En
la literatura el sujeto es actor pleno de sus discursos, de su poder. Estoy
pensando en la literatura cuyo lenguaje cae bajo el control y el poder del
sujeto por sus propias representaciones; es el uso más original y auténtico de
las expresiones; el poder es propio y los únicos límites del poder son los del
mismo lenguaje. La literatura no ejerce poderes sobre colectivos, y los
escritores más críticos en sus obras no han logrado ninguna revolución, ni
ninguna transformación del orden social importante
El
lector de literatura, también se realiza por la liberación de todos los poderes
que lo asedian, impone su poder, incluso sobre el poder del texto y del autor.
También es actor de sus lecturas con sus propios discursos, sus propios
imaginarios y sus propios deseos.
Poderes, saberes y deseos reparten en cada uno de los individuos, la
interacción entre individuos en esos discursos que están más en la estrategia
que busca efectividad del poder sobre los otros.
La
lectura es un juego de poderes entre el texto, lo dispuesto para ser comprendido, y los poderes de acceso
concedidos por la experiencia de vida y permitidos por los discursos dominados
por el lector. Son poderes de unos pocos que gozan de la indiferencia de las
masas para quienes, según Baudrillard (1993) “No hubo jamás manipulación. La
partida se jugó por ambas partes, con las mismas armas, y nadie sabría decir
quién ha ganado hoy en día: la simulación ejercida por el poder sobre las masas
o la simulación inversa tendida por las masas al poder que se asume en ellas”.
Los
medios y el ejercicio de la masificación crean la indefensión del lector, y
logra asimilar la repetición y la indiferencia. La escuela, piensa uno, podría
haber sido el escenario adecuado para crear actores capaces de reconocer y
acceder a la diversidad y a los sentidos necesarios de la inagotable capacidad
significativa de los enunciados. La educación, ilusión posible, debería
afectarnos y debiera ejercer en uno el poder
para avanzar en su condición de sujeto actuante responsable de los discursos
recibidos y producidos.
Poder
de advertir las voces ocultas en significantes con sentidos explícitos por intereses
particulares. Y es cierto que desde que se nace se aprende a leer los mundos
inmediatos repitiendo la identidad con la familia; con los medios la
masificación de los interlocuciones rutinarias. La escuela piensa uno, debiera
contribuir a romper la transparencia aparente de los mensajes con la incursión
de las voces ingenuas e interesadas del otro, el interlocutor, las voces de los
otros, los referentes del discurso.
La
literatura es el espacio de la intimidad de los sujetos con el lenguaje, acceso
placentero con la experiencia vital de la realidad en sueños de palabras
disidentes, es conquista de una voz propia con pretensiones originales por
miradas que otros no ven. Con la literatura se quiere liberar de la opresión de
las palabras aletargadas en sus constantes significados, se abre caminos para
la diferencia sin acosar a los otros, quienes permanecen en la mismidad.
Así, la literatura es resultado de un acto solo,
que sólo interfiere en la soledad de los demás cuando estos le dan cabida en
sus interpretaciones; resulta así un contrasentido y en aras de una supuesta
objetividad inexistente, quitarle a la
literatura a su autor (Barthes y Foucault) y reducirlo a un juego de lenguaje y
de saberes que se autodefinen con sus propias formas.
El
poder de la literatura nace en la apropiación de la abundancia intertextual del
escritor, quien convierte su obra en una selección de las voces capaces de
responderle a la dimensión y las perspectivas requeridas por el autor para la
presentación de su visión de mundo. La literatura es quizás el único discurso
al que se le puede atribuir la originalidad. Originalidad de un sujeto que hace
pleno uso de su poder expresivo para conjugar la diversidad de voces de las
culturas en su propia voz. Un indicio de esta condición de la literatura fue Borges. Las culturas
de oriente, de occidente, norte y
sur, tuvieron su confluencia en una polifonía literaria de su obra que acaba
también con los límites de los géneros. Y en uno de sus más elogiados relatos Pierre
Menard, autor del quijote, muestra que las obras literarias se deben a sus
momentos históricos, a sus culturas y a la condición irrepetible del acto de
creación por su obra.
Resulta
así, para muchos críticos, extraña la ubicación cultural de este autor porque
escribió en todos los lenguajes posibles, incluido el lenguaje y los modos de
ser de los gauchos, de los argentinos, en relatos como el fin, El
hombre de la esquina rosada, en los temas sobre Evaristo Carriego, en
los poemas del tango. Es un pleno poder ejercido no sobre la lengua, sino sobre
el lenguaje y los discursos. En nuestro territorio, García Márquez universalizó
su cultura en el sentido de hacerla oír por los otros, los considerados del
primer mundo. Y en general, los escritores latinoamericanos desde el siglo
pasado, a pesar de las grandes influencias recibidas del otro continente,
convirtieron su literatura en discursos de reconocimiento y de interlocución
con los europeos.
Para
terminar, es conveniente recordar que el poder se ejerce y se sufre con el
lenguaje, se produce o se acepta casi en una rara coincidencia con la pasividad
en que tradicionalmente utilizamos la lectura, dejando el ejercicio del poder
en la escritura a la cual difícilmente se accede. Pero en la literatura no hay
tanta coincidencia entre el poder y la escritura porque los escritores
generalmente no están con el poder político, aunque sí podrían ejercer algunos
poderes personales. Un poder podría ser, cautivar a sus propios lectores, entre
las mayorías silenciosas que no les gusta leer. Estas mayorías siguen siendo
destinadas a ser intérpretes y ejecutores
pasivos de las acciones que les implican. La educación tiene el
imperativo de convertir a todos en poderosos usuarios del lenguaje en todas las
variedades de su uso.
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