Por Lucía estrada
Bajo el sugestivo título de La urdimbre, el hilo oculto, el poeta colombiano Gabriel Arturo Castro nos presenta aquí una magnífica selección de textos pertenecientes a tres de sus más recientes libros publicados: Tras los versos de Job, Pequeño mito del bosque y Día antes del tiempo. Esta selección (Antología Doble Fondo IX, Biblioteca Libanense de Cultura) conforma en sí misma, por su unidad temática, el tono y la rigurosa disposición formal, uno de los libros más bellos que un lector pueda encontrarse hoy por hoy dentro del abigarrado y disímil paisaje lírico de nuestro país. La calidad de una voz poética como la de Gabriel Arturo. su depurado registro, la modulación a la vez contenida como sutil y misteriosa reflejada en estos poemas, señalan en verdad una singularidad, una vertiente original (de origen), una poética de ascendencia mayor.
Como lo deja entrever en la intención de su título, para el poeta el tiempo comienza a aclararle una perspectiva, una mirada sin duda más amplia y serena respecto a lo que ha sido esa exploración incesante, a veces tan incierta como plena y gozosa, de la belleza, de la verdad de las cosas, entrevista desde la experiencia interior, el sueño, la imaginación y la propia sensibilidad abierta al misterio del instante, al mundo como fluir de imágenes, sensaciones y revelaciones. De esta experiencia intensa y solitaria el poeta nos enseña, nos deja ver el hilo que relaciona, que une y va fijando el tejido, este texto vivo en el que un lector imbuido, igualmente prendido al hilo mágico de las palabras, comienza también a entretejer lo invisible en él mismo.
En la gran tradición de la poesía visionaria de occidente y por supuesto, del oriente, desde Lao Tsé hasta Blake y Yeats, cruzando a vuelo de halcón el gran bestiario que desde Ovidio hasta Dulce María Loynas y Borges ha recreado la poesía, soslayando la presencia mítica del animal y los seres de la naturaleza que a través de las edades y las más diversas literaturas acompañan el trasiego del hombre, el símbolo del animal, su sombra, su imagen, su presencia, constituye uno de los más fuertes y definitivos motivos de creación estética y aun espiritual. Los poemas de Gabriel Arturo están habitados, poblados por estas presencias a veces extrañamente alegóricas, inquietantes, feéricas junto a las cuales, la propia presencia del hombre y la mujer se abrazan y confunden en tanto la misma naturaleza retoma su carácter sagrado y protagónico, restableciendo la antigua unidad de los seres.
Están los pájaros, los árboles, las piedras, la luna, el lobo, la araña, la tierra, los ríos, las serpientes, la aurora, el bosque, el cielo, la noche, el espejo, la lluvia, la sangre, el miedo, el fuego reunidos en la primera parte (la más bella para mí) de estos poemas, no como simples y anodinas referencias neorrománticas, sino como manifestaciones de profunda raigambre poética, de asombro y revelación. Y es la voz de la poesía la que los nombra y los desoculta para nosotros, involucrándonos desde lo hondo, remontándonos al despuntar de toda memoria.
En la segunda parte del libro, la palabra "Resistir" replantea, vuelve a emplazar la presencia de lo humano como especie, como historia pero también como convención y donde la palabra no es más unitiva que los elementos primordiales que nos conforman. Y son otra vez los gestos, la materialidad de la vida el único espacio y vínculo, las señales que nos reconocen y reconocemos.
No obstante, también es el canto de la resistencia, y el de la protesta—el poeta, un Job humillado por las potencias cuya humildad se erige a la postre como otra suerte de rebelión–, lo que permitirá al humano sobrevivir al tiempo, a la vicisitud existencial desde la individualidad, como miembro de la tribu, para dar cuenta y asumir el derrotero de su destino. Destino que es noción de una pérdida ancestral, memoria de una culpa original.
El poeta es aquel que ve y hace ver no sólo el presente sino el pasado y el futuro imbricados en la imagen y la condensación expresiva y connotativa que alcanzan sus palabras. Gabriel Arturo Castro, poseído por la visión, atravesado como un espejo vivo por reflejos de edades y espacios cuya procedencia no podría identificar racionalmente para nosotros, logra interesarnos y llevarnos a respirar de esos ámbitos valiéndose del recurso más expedito y probado: la palabra iluminada que dice y recuenta un tiempo que es todos los tiempos.
Porque además, tal como concluye este libro en su tercera y última estancia, La urdimbre, el hilo oculto, es el tiempo nuestro, el del poeta, el de la infancia y el de la cotidianidad atravesada de angustia y desconcierto.
Esa vuelta a casa, al origen al cabo de las grandes migraciones del lenguaje, el sueño y la experiencia, es lo que mueve acaso la mano del poeta, de todo poeta verdadero, a tejer y destejer el entramado de su memoria bajo la luz y la gracia definitiva de una palabra recobrada en su madurez, plena de emoción viva, e incluso de amor, todo el amor que la muerte no ha podido destruir.
Queda en el lector de esta hermosa obra la inhabitual conciencia de una cercanía, una proximidad real con lo leído, y la sensación de tener entre los labios y entre los dedos también el hilo de esos versos, ese hilván con el que podemos continuar tejiendo o destejiendo nuestra propia memoria, nuestro propio texto.
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