Por: Carlos Orlando Pardo*
Son más que numerosos los libros de poemas que aparecen casi a diario en el
país. Nos invaden como la lluvia en invierno sin que quede otro camino que
resguardarnos de sus consecuencias, ante todo porque están habitados por
insoportables lugares comunes, frases cortas o extensas sin sentido jugando a
la abstracción para mostrar supuesta agudeza, palabrerío inútil que raya en la
banalidad y lo superfluo. Asumen sus autores una pose de figuritas trasnochadas
mirando por encima del hombro como dueños del mundo y sus secretos y nos
recuerdan simplemente la sentencia de Jorge Boccanera que dijo: “no es que la
poesía mienta sino que los mentirosos se pusieron a hacer poesía”. Verdad al
desnudo que por fortuna queda lejos en poetas auténticos cuyas palabras nos estremecen
y conducen a un mundo diferente y al ámbito de lo que el género significa. Por
eso me alegra hasta el júbilo estar al frente de Entre la vorágine y las sombras, el poemario de Jesús
María Stapper.
Allí las sensaciones nos sugieren un viaje a lugares remotos y acaso inexistentes, desconocidos o imaginados, figuraciones de culturas lejanas salvo en las perspicacias de la memoria y los sentidos como la voz de una nave perdida que busca sus claves para transportarnos bajo sus peripecias. Se respira un aire universal y un sabor al mundo clásico y del Medioevo respirando en sus palabras luminosas. Es como la escritura de los sueños y un reclamo sereno desde el olvido, como la voz de un muerto que sabe de la vida y respira su aliento entre memorias. Nada se escapa a la poesía ni al manto de sus palabras alucinantes y esplendorosas. Nos regocijamos frente a un verdadero libro de poesía. Universo de barcos, fogones marinos, añoranza de mareas y aventureros sin rumbo, ríos, águilas, arenas móviles y arcillas. Estamos frente a un libro extraordinario.
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