viernes, 15 de junio de 2007

LA CULTURA EN SANTANDER






Por ANTONIO ACEVEDO LINARES *
Son tal vez los pintores los que en Santander más gozan de espacios y convocatorias, catálogos y patrocinios para la exposición de su arte. Somos una región de pintores o de artistas plásticos como se denominan ahora, tal vez porque fuimos un pueblo agricultor y de allí esa destreza de la mano y esa introspección del paisaje y de la luz característica de Santander. El cuadro como adorno en la pared hace que sea un arte que comercialmente venda mejor. Observar un cuadro no es mucho el esfuerzo que hay que hacer y si nos refleja con imágenes de colores como paisaje, rostro o ciudad. Con la literatura es distinto, tal vez por eso no abundan mucho actualmente los poetas, ni los cuentistas o novelistas. El lenguaje literario es el instrumento más difícil de trabajar y sus imágenes a veces son el resultado del delirio del autor, allí están en juego la imaginación, la técnica narrativa, el poder de fabulación etc, el don de la palabra es algo que está en los genes, eso explica porque la literatura en Santander es más bien escasa, y además una condición esencial para su interés y creación es la cultura, eso podría explicar provisionalmente porque no son más frecuentes las convocatorias, los concursos, los patrocinios, las lecturas o las publicaciones para los escritores, o tal vez porque, como dijera Saint-John Perse, los poetas son la mala conciencia de su tiempo.
Las leyes del mercado del libro en Colombia se miden también por la ley de la oferta y la demanda. Una editorial no publica a un autor que no garantice la venta de su libro aunque todavía se diga que la poesía no es un buen negocio en Colombia, que los libros de poesía no se venden, etc. Los editores publican libros que comercialmente vendan sin importar mucho el género o la calidad estética, lo que se debe garantizar principalmente es su venta. La poesía es un arte de minorías porque no se ha aprendido aún a gozar de su espíritu y se tiene todavía una visión muy sentimental de ella, se cree que el poeta anda en las nubes y que leer poesía es falta de oficio o es un arte inoficioso. Ante todas estas razones se cree que se debería escribir la poesía como un “hobby”. Nada más ajeno al espíritu del poeta verdadero, la poesía es su pasión y es la razón de ser de su vida. Los poetas de fin de semana no llegan muy lejos y además a los buenos poetas no los hacen los lectores, esto es, aunque en la actualidad haya poco interés por este género, siempre habrá poetas. El poeta escribe así lo lean o no, así lo publiquen o no. La historia de la literatura está llena de poetas que no publicaron o no fueron reconocidos en vida, sin embargo nunca dejaron de escribir. La poesía es una pasión, un estigma o un vicio; el poeta escribe para si mismo y si los hombres se identifican con su obra, magnífico, pero no es su afán convertirse en una vedette, esto es, ser popular o famoso, porque entre otras cosas puede ser contraproducente para su oficio literario. Los malos poetas salen hasta por la televisión, decía Milcíades Arévalo, el director de Puesto de Combate, la revista de la sociedad de la imaginación editada en Bogotá que más ha publicado a los poetas en Colombia.
Son poco los talleres de escritores o lectores que existen en la ciudad o la región, y los pocos que puedan existir funcionan como rebaja de penas para prisioneros en la cárcel Modelo o como sucedáneo para la fatiga de la academia en la universidad pública (aunque la poesía de taller son como los niños de probeta, como el amor es más hermoso a la antigua). Desde los tiempos de la revista literaria Tierra Nativa o el Gran Burundú-Burundá, los escritores y poetas en Santander no hemos podido asociarnos alrededor de una revista (indudablemente por falta de apoyo económico) que amplíe los espacios y contribuya a la difusión de la literatura, sin embargo en Bucaramanga una propuesta literaria como la ESKINA, cartel de la poesía que dirige Javier Félix y Claudio Anaya Lizarazo, con el auspicio de Sic Editorial, es un desafío a la escasa circulación de la poesía que intenta darle voz y rostro a los poetas de la ciudad. En las carteleras de colegios, universidades, bibliotecas, conjuntos residenciales, restaurantes etc, se fija su presencia como una alternativa literaria que reivindica el poder, el valor y la imaginación de la palabra poética. En la ciudad también se registra otro fenómeno en torno a la poesía y es la de “La Casa de los poetas,”corporación que los asocia, donde ninguno lo es, pero la poesía ha servido como terapia ocupacional para sexagenarios.
Santander es de las pocas regiones donde no funciona el Fondo Mixto Departamental que es una entidad fantasma que solo figura en el papel, y que genera un desangre presupuestal en nómina sin que se lleven a cabo proyectos culturales, entidad que en otras regiones es la que más ha publicado a sus escritores y poetas y que permanentemente hacen presencia en las ferias del libro en el país. Desde la liquidación y desaparición de la Dirección de Cultura Artística de Santander, DICAS y a pesar de la creación de la Escuela de Bellas Artes de la UIS, no se ha llenado el vacío que dejó esta entidad de formación artística por donde pasaron y se formaron muchas generaciones de artistas santandereanos en la música, el teatro, la danza, la pintura, la escultura etc. La cultura también se ha privatizado con la creación de nuevas escuelas de música en las universidades, pero también se han creado nuevos proyectos regionales como Espacios Alternos que promueven exposiciones de los artistas plásticos.
El Fondo Bibliográfico Regional, que fue un proyecto del Instituto Municipal de Cultura para publicar a los escritores en Santander, está muerto y todo parece indicar que no se va a volver a convocar. Su primera publicación fue de exiguos cien ejemplares por libro de los cuales se publicaron cinco libros (novela, cuentos y ensayo filosófico) y hubo que insistir dos años largos para su publicación luego de que un jurado diera su fallo. A su vez la Biblioteca Departamental, valiosa por sus archivos y la colección de libros de autores santandereanos, se ha dejado a su suerte en franco deterioro arrumada en algún rincón de la llamada ahora Casa Mutis, antes Luís Perú de la Croix. El sector cultural debería lanzar un S.O.S. por su recuperación. En Santander las casas de la cultura cumplen una labor silenciosa en la formación de lectores y exposición de las obras de los artistas, pero requieren de mayores incentivos presupuestales para elevar su nivel de formación en los talleres artísticos. La creación de bibliotecas y la dotación de libros por parte del Ministerio de Cultura ha sido oportuna en la región, como por ejemplo en la Casa de la Cultura de Cimitarra y Barbosa, para solo mencionar esas dos. Por su parte, en el Consejo de Cultura Municipal, en el área de literatura, figuran individuos que no representan al sector de los escritores, pero que por el amiguismo llegan a estas consejerías y solo trabajan para su propio beneficio, y con su actitud negligente demuestran la pobre capacidad de gestión cultural, conocimiento y valoración de los escritores de la ciudad. Su resentimiento y desidia les impide trabajar por el sector que los eligió y así torpedean el trabajo que por la literatura se quiere hacer en la ciudad. Se hacen elegir en representación de los escritores pero no son escritores ni simpatizan con sus causas y oficios. Se han reconocido como comerciantes pero para los proyectos culturales carecen de ideas y propuestas y las que proponen son visiblemente provincianas.
Son ejemplo de trabajo en el Consejo de Cultura Municipal, en las áreas de Teatro y Artes Plásticas, Jaime Lizarazo (Llevó a cabo el Primer Festival Nacional de Teatro, Santander en Escena que proyectó que el teatro santandereano logrará participar este año en el Festival de Teatro de Medellín, el Festival Latinoamericano de Teatro de Manizales y el Festival Nacional de Teatro de Cali) y Walter Gómez. (Ha convocado a exposiciones a los artistas plásticos en la sala de la Biblioteca Pública Gabriel Turbay y es designado para ejercer la Coordinación de la Zona Oriente del Salón Regional de Artistas, convocado por el Ministerio de Cultura). Hay que hacer justicia poética de las actividades culturales en beneficio de la cultura regional por los resultados visibles de la gestión que hasta el momento no se ha visto en el área de literatura. Los escritores y el sector literario (profesores de literatura, estudiantes, lectores, etc) están en mora de nombrar a un auténtico representante en el Consejo de Cultura Municipal que trabaje seriamente por el sector en beneficio de la literatura en Santander.
profunda, de examinar la condicia no es un pasatiempo ni una evasilos hay quiera ruborizarse.as.
El periodismo cultural en Santander, aparte del que pueda originar las emisoras culturales UIS Stéreo y la Luis Carlos Galán Sarmiento y el suplemento Vanguardia & Cultura, casi no existe, los medios privilegian el deporte, la farándula y las reyertas de la clase política. Los temas de la cultura y sus creadores son para el final de los noticieros o como notas de relleno. La actividad política parece ser la fuente principal de los medios, tal vez por ese maridaje que siempre ha existido entre periodismo y política en tanto que los periódicos en Colombia surgieron como un instrumento político de los partidos. La noticia cultural todavía no es consumida como las otras noticias de los periódicos y la televisión, y en los canales regionales tampoco la cultura tiene un programa destinado a sus creadores.
Las comparaciones son odiosas, como dicen las señoras, pero en Santander en relación con ciudades como Medellín o Bogotá en el fomento o auspicio de la cultura, es una región que todavía no ha comprendido y valorado su importancia social para su contribución en el desarrollo económico, y que atrapada en el prejuicio o complejo social de que la cultura no da dinero, es un renglón de la economía que no ha sido lo suficientemente explorado y explotado. El turismo cultural, por ejemplo, no ha sido promocionado lo suficiente a pesar de que en la región hay numerosos atractivos naturales e históricos que podrían hacer parte de los paquetes turísticos y aunque hay una incipiente conformación de la microempresa cultural en artesanías, podría convertirse en un renglón importante de nuestra economía si la empresa cultural que es otra franja de la economía en la que se podría incursionar con éxito, supera el síndrome de que la cultura no es rentable.
eado su propia enticos eshay en Santander, tambi
Los burócratas de la cultura (que además nunca han tenido un discurso sobre la cultura) y que lamentablemente también existen en Santander, han ejercido el poder para excluir o ignorar y han creado sus propias roscas o cuotas políticas que usufructúan conferencias, talleres o lecturas. En la burocracia cultural no nos salvamos tampoco del tráfico de influencias o el amiguismo. Desde universidades, alianzas, extensión o área cultural y academias han ignorado y subestimado la creación artística y la producción intelectual de los nuevos jóvenes escritores y poetas nuestros. Nunca tienen propuestas para la divulgación o la publicación de sus trabajos ni facilitan los espacios para los lanzamientos de libros de los autores regionales. Han ignorado olímpicamente los creadores y sus obras. Son los que con su desidia administrativa también han contribuido a mantenerlos en la marginalidad. Se dice que nadie es profeta en su tierra pero es en la propia tierra nuestra en donde debemos comenzar a valorarnos para que nos reconozcamos en los otros que son los que nos dan plena identidad y existencia, como decía Octavio Paz.
Construir ciudad o región es también hacerlo mediante la cultura y no quedarse en las obras de cemento. Las obras del espíritu y de la imaginación son las que dan identidad y reconocimiento a lo que somos y reconocerse a si mismos es fortalecer los signos de pertenencia. Santander y su capital en la literatura regional han sido noveladas y cantadas por sus escritores y poetas, sin embargo no se han fortalecido en sus imaginarios. La memoria de una ciudad, una región o un país no se conserva por sus libros de historia únicamente, sino fundamentalmente por su creación literaria; su poesía, sus novelas, etc. Ernesto Sábato ha señalado (El escritor y sus fantasmas, Seix Barral, 1963) que el artista es el único por excelencia, es el que gracias a su incapacidad de adaptación, a su rebeldía, a su locura, ha conservado paradojalmente los atributos más preciosos del ser humano y que la literatura no es un pasatiempo ni una evasión, sino una forma, quizá la más completa y profunda, de examinar la condición humana.s a su incapacidad de adaptaci Barral,1963) as obras del espiritulorado y emento.
* Poeta y Sociólogo. Ha publicado los libros de poesía: Arte Erótica, 1988. Los girasoles de Van Gogh, (Antología poética, 1980-1999) Vol 1, 1999. Atlántica, (Antología poética, 1980-2004) Vol 2, 2004. CD, Poesía de Viva Voz, 2004. Su próxima publicación; En el país de las mariposas, (Antología Poética 1980-2005) Vol 3, 2006. antonioacevedolinares@msn.com.

domingo, 10 de junio de 2007

FERNANDO VALLEJO EN EL JABALÍ



El polémico escritor colombiano, ahora nacionalizado mexicano, también asegura que García Márquez tiene una "prosa muy pobre" y que el idioma castellano "está perdido". Provocador, afirma que Manuel Mujica Laínez es el mejor escritor de los últimos mil años.

POR HUMBERTO ACCIARRESSI

Más delgado que la última vez que nos vimos, hace un par de años, pero con los entusiasmos intactos. Ahora, en plena promoción de "La puta de Babilonia" —un libro en el que vivisecciona a la Iglesia Católica y saca a luz crímenes y pecados documentados por todos los historiadores—, Fernando Vallejo pasó otra vez por Buenos Aires.

La obra tiene, justo es decirlo, esa voz tronante y casi dogmática que el propio escritor critica. Cuando se lo hacemos notar, tiene la sinceridad de reconocerlo: "Es cierto —confía—, por momentos parece un dogmatismo de cuño inverso. Como si fuera un antipapa". La risa que corona la frase, así como la amabilidad que lo caracteriza, permiten que le propongamos no hablar de lo que todos le preguntan por estos días y sí de literatura. Vallejo acepta, pero antes aclara —para sentar un punto de arranque— que "hoy nadie sabe qué es eso de leer".

Suponiendo que tuviera razón, ¿por qué cree que ocurre eso?


Es que en la actualidad casi nadie puede distinguir quién escribe bien y quién escribe mal. Hay quienes creen que el idioma literario y el coloquial son lo mismo. Por eso, por ejemplo, no se dan cuenta de lo que vale un escritor como Mujica Láinez.

Es curioso que lo mencione, porque en la Argentina, lamentablemente, hace rato que no se lo lee.


Y eso habla muy mal de los argentinos. Los lectores, porque no lo conocen. Y los escritores, porque no saben escribir. Es pura ignorancia. Pero no te preocupes, que en Colombia pasa lo mismo. Ignoran a "Manucho", el mejor escritor en lengua española de los últimos mil años, y se entusiasman con Cortázar y Bolaño, que no sabían escribir.

¿Y Borges?


Es, apenas, un prosista menor. Y como poeta no existe. Es puro sonsonete. La,la,lá... la,la,lá... la,la,lá. Otro de los grandes, a quien en España le sucede lo mismo que a Mujica, es Azorín. Ese fue un escritor de verdad.

¿Y por qué será que nadie lee sus libros, algunos tan actuales como "Confesiones de un pequeño filósofo", o su hermosa biografía de Lope de Vega?


Porque la moda es desconocer a los grandes prosistas. Y además tenemos que el idioma se ha desvirtuado totalmente. A los escritores jóvenes les tocó este adefesio que tenemos hoy. Y por eso les gusta García Márquez, que tiene una prosa pobrísima y sin gracia. ¡Y pensar que en algún momento a Colombia le decían la Atenas sudamericana y tenía presidentes gramáticos!

Vamos a coincidir en que sus juicios son, al menos, escandalosos.


Pero yo desafío a cualquiera que sepa de lo que habla cuando se refiere a la literatura, a que hagamos una polémica pública. Yo les voy a hacer dar cuenta que el idioma está perdido, que ellos escriben mal, que Cervantes era un pésimo prosista, que Borges no conocía los recursos literarios y que, salvo Mujica Láinez y Azorín, casi no hay nadie que se salve.

¡Pero suele decir que hace años que no lee literatura!


Y es la verdad más pura. Trato de no perder tiempo. Por ejemplo, para escribir "La puta de Babilonia" —que es un término de los albigenses—tuve que estar años documentándome, para completar lo que ya sabía por haberlo vivido en carne propia.

¿Cómo es eso?


Claro. Estudié con los salesianos, de manera que conozco el monstruo desde dentro. Pero, para ser honesto, debía documentarme. Y eso me llevó el tiempo que hubiera perdido leyendo novelitas de mala muerte.

¿Se arrepiente de algo?


De haber nacido. Pero eso, en todo caso, fue culpa de mi madre. Deberían haberla esterilizado y adiós problemas.

sábado, 9 de junio de 2007

EL VERANO DEL COHETE/ Cuento de Ray Bradbury



Enero de 1999
Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, el hielo adornaba los bordes de los techos, los niños esquiaban en las laderas; las mujeres, envueltas en abrigos de piel, caminaban torpemente por las calles heladas como grandes osos negros.

Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire tórrido, como si alguien hubiera abierto de par en par la puerta de un horno. El calor latió entre las casas, los arbustos, los niños. El hielo se desprendió de los techos, se quebró, y empezó a fundirse. Las puertas se abrieron; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres se despojaron de sus disfraces de osos; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último verano.

El verano del cohete. Las palabras corrieron de boca en boca por las casas abiertas y ventiladas.

El verano del cohete. El caluroso aire desértico alteró los dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Esquíes y trineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que venía de los cielos helados, llegaba al suelo como una lluvia cálida. El verano del cohete. La gente se asomaba a los porches húmedos y observaba el cielo, cada vez más rojo. El cohete, instalado en su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor. El cohete, de pie en la fría mañana de invierno, engendraba el estío con el aliento de sus poderosos escapes. El cohete creaba el buen tiempo, y durante unos instantes fue verano en la Tierra...


En Revista de Poesía el Jabalí- Isaías Garde

miércoles, 6 de junio de 2007

BORGES Y EL TIEMPO



Colaboración enviada por Jairo Hernán Uribe Márquez

En : El Hacedor (1960)
Argumentum ornithologicum
Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número? El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos pájaros. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe.
La trama
Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: "¡Tú también, hijo mío!" Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): "¡Pero, che!". Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.

La lluvia

Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.
Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.
Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto
patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.


Epílogo
Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un
espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas.
Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.

CLUB LECTOR/UAM/2007

viernes, 1 de junio de 2007

JULITO, CAMINO AL PURGATORIO/ Cuento/ Jairo Hernán Uribe


Por Jairo Hernán Uribe Márquez

“He aquí que hemos resucitado”, piensa Julito. No alcanza a decirlo, sin embargo. A Julito se le ocurren frases así, de tono ampuloso, cuando las cosas van mal. Y esta mañana van francamente mal. No recuerda con precisión casi nada. La memoria, envuelta en el sopor del guayabo, maniobra con lentitud. Y el cuerpo resucita, dolorosamente, exigiéndole a Julito que lo tenga en cuenta. Y Julito no obedece. La conciencia de Julito, menos. La conciencia de Julito, pienso ahora, es en estos casos una conjetura apenas. “Hemos resucitado”, vuelve a pensar Julito y, cuando trata de expresarlo, en vez de palabras le salen gorjeos y chapuceos de bramidos. Ni siquiera ayes le salen a Julito. Y los tiene, a miles, a montones. Su mamá suele decir, en la alcahuetería de episodios similares, que Julito no es un ser humano sino un envoltorio de quejas. “Hemos resucitado”. Julito se queda en el “hemos”. “¿Somos varios? Somos legión”, se responde. Hurga un rato en la memoria vacía y halla milagrosamente el origen de la respuesta: el Apocalipsis. Julito tiene propensión a los textos bíblicos. “Ah, el Apocalipsis, libro de místicos y agonizantes”. Y de borrachos, le dije yo alguna vez. Con esa certidumbre despierta del todo. Le duele el muslo de la pierna derecha, calambre típico. Le duele algo adentro de la cabeza. No la cabeza, en sentido estricto, sino algo allá adentro, a lo mejor el alma o el tuétano del alma. Le duele todo, seguramente. Con la presencia del dolor vuelve la memoria entera y con ella la vida o lo que eso signifique. Julito no profundiza en esas cosas. Le basta estar vivo, su madre y unos pesos. “La plata, hijueputa”. Se tira de la cama y va directo al nochero donde acostumbra, casi automáticamente, poner sus cosas. No encuentra ni pantalón, ni camisa, ni chaleco.
- ¿Dónde putas?… ¡Mamá, mamá!
Escucha un trotecito animoso. No es la madre. Otra mujer lo interroga, apoyada en la puerta del cuarto.
- ¿Señor?
Julito reconoce a Doris, la muchacha de al lado, especie de chaperona de su madre.
- ¿Dónde putas está la ropa?
- La estoy lavando, Don Julio. Eso estaba pasado a pucho…
La especie de sirvientica habla más rápido de lo que aparenta. Tiene cara de lánguida, cara cuyana. “A mí me gustan / las niñas tristes. / A mí me gustan / las niñas lánguidas”. Julito no puede luchar contra la libre asociación que, siempre en los guayabos, es cuyana.
- ¿Y los papeles, las llaves? ¿Y la plata?
- Todo se lo puse en el escritorio, Don Julio. Cuente a ver…una nunca sabe.
La muchacha reflexiona con mayor velocidad de lo que aparenta. Y sin dar tiempo a una respuesta deja vacío el marco de la puerta.
Julito vuelve a la cama sudoroso, medio inconsciente. Se da cuenta que estuvo casi desnudo frente a la muchacha. Pero una sola cosa le preocupa: la plata. Se levanta otra vez, con gran esfuerzo y va hacia el escritorio que hay en el pasillo. Sumamente ordenados encuentra sus haberes: billetera, llaves, dinero, maletín y un sobre de manila tamaño carta. Recorre todo como si lo viera por primera o quizá por última vez. Constata que cédula y libreta permanecen en su sitio. “¿Para qué carga uno la puta libreta militar?”. Roza las llaves y evita el dinero. Tantea el maletín: “lleno, menos mal”. Levanta el sobre y lo vuelve a tirar sobre el escritorio. “La plata”. Con un profundo temor, que sabe va a extenderse sobre toda su humanidad maltrecha, cuenta despacio los billetes y monedas. “¡Hijueputa!”. Se da cuenta que ha gastado lo que no era suyo y en qué proporción. Recupera de una vez la noche anterior: funeraria, sentido pésame, amigos, mediecita no más, sesión chistes verdes, amigas, cotice, no sea tacaño, parque, mercado, testamento, declamación, taxi, puerto arruga, camajanes, yo invito, ¿fueron una o dos medias más?, deje así, casita, mamá, tan.
Julito, resurrecto, está indeciso frente a la puerta del edificio. Lo esperan los cuatro pisos, las escaleras siniestras, el descanso iluminado por un vitral circular, la puerta de metal, la calcomanía de los sesenta: PEACE. No tiene ningún deseo de entrar. El “publicano” es una presencia indeseable; atrae como una fruta, pero repele por lo amarga o lo podrida. Parece una puta. Julito está harto de malos ratos, de buenos tragos echados a perder en burdas peleas, de mujeres posibles esquivando todos los acosos y de amigos resentidos. Julito decide borrar el pasado con una inspiración profunda que le produce un escalofrío insoportable: el guayabo que, a las dos horas del baño, regresa con una cuenta de cobro impregnada de sudor, pucho y alcohol juntos. Seguramente el “publicano” tiene uno parecido. Estuvo en el velorio, bebió con la gallada, se exaltó, se sobrepasó, se volvió una mierda. Julito, sin embargo, no está seguro que la mierda sea tan inofensiva como se dice. Con un dedo en el timbre trata de concebir una estrategia. No puede. Timbra de todas formas. La voz que lo interroga es la que, finalmente, lo decide. Clarita, nombre con resonancias místicas, con imágenes agregadas, mensajes de auxilio. Eso cree Julito. Clarita no rima, de ninguna manera, con esa voz de hembra que sale por el intercomunicador. Lo sabemos todos, Julito no. Sube los escalones de dos en dos con riguroso conteo. Ochenta y cuatro. Repite el rito colectivo de acariciar el PEACE, empuja la puerta y se estrella con Clarita tendida en el sofá, camiseta-piyama, largas piernas, profundas incitaciones, bareto en la boca, ojos verde-maligno, sentáte, Nacho está en el baño, ¿querés un porro? Julito ha fumado marihuana ocasionalmente, pero no es un habitué.
-Un vasito de agua- dice, colocando el maletín sobre la mesa de centro y arrojando encima el sobre de manila.
- Debajo del poyo tengo ron; hacéte un desenguayabe- ordena la voz del publicano desde el baño-. ¿Trajiste las fotos? ¿Cuántas copias son?
Julito siente un mareo repentino de ignorancia. No recuerda los detalles técnicos del trabajo, ni siquiera sabe cómo son las fotos. En la litografía todo va de esa forma; no hay recibos, no se hacen los mejores cálculos económicos, no hay buenas comisiones. Además el “Ñato” le dijo que le mandaba una nota al “publicano” con el sobre. “La nota”. Debió haber esperado que el patrón la hiciera. Debió…Vuelven a su mente Doris, la plata, los cuyos, la plata, la libreta militar, la plata, las llaves.Y de nuevo la plata.
-Necesito que me hagás un favor, Cano- se atreve a gritar Julito.
Ni Clarita ni el “publicano” dan muestras de escucharlo. Únicamente se oye el estrépito del chorro de agua en el baño como una gigantesca máquina dispensadora de monedas. Julito tartamudea, se traga cualquier palabra. La monedas se detienen y hay un tremendo silencio. Pasa el ángel, si es que Julito convoca alguno con su miseria.
- ¿Son en sepia o en alto contraste?- dice el publicano.
Julito quiere insistir. No es capaz. El guayabo no admite repeticiones muy largas; el guayabo condena a la torpeza. Julito opta por servirse el trago. Sólo encuentra un pocillo usado, con un resto de café o de sopa en el fondo. Enjuaga el vaso con desmesurado cuidado y vierte el licor. Agrega un poco de agua. Duda. Acaba de llenar el vaso con ron puro. Desde la cocineta puede ver a Clarita, todavía recostada, extrayendo del sobre una ampliación fotográfica. Como le cubre el rostro, Julito aprovecha y acaricia con la mirada, detenidamente, toda la extensión de su cuerpo: las colinas a medio derramar de los senos, el vientre formidable, el delta milagroso y luego las doradas y firmes piernas, el pelambre apenas perceptible y los delicados pies. Regresa, por supuesto, al pubis. Tanga y pubis son un único y definitivo triangulo azul claro. Se regodea con la sugerente elevación venusina, la transparencia de la tanguita, la hendidura inefable, el provocador englobamiento de los contornos, la invitación – casi la súplica- a pasar rozando la nariz o aunque sea la punta de los dedos. El sueño mullido se sacude y en un parpadeo se reencuentra con los ojos indiferentes de Clarita.
- ¿Y esto es dónde?- interroga ella-.Parece una foto de pueblo.
- Si se siguen muriendo los amigos….-canta el “publicano”, inmerso en ecos jabonosos.
- Debía ser una foto de bodas- viene a recordar, por fin,Julito .
Perdido todavía en la fugacidad del premio erótico tronchado, Julito bebe la mitad de su vaso y siente que el placer amenaza una metamorfosis de angustia. Detalla el sobre despedazado y la ampliación que abandonó Clarita. Intenta establecer en qué momento se trocaron las fotos y desde el ayer remoto, inaccesible, sólo acude el “Ñato” entregándole de mala gana el trabajo, el reguero de papeles a medianoche y en el parque, el maletín abierto en puerto arruga, la ordenada disposición que siempre hace Doris de sus cosas, algún encargo de su madre y, en fin, el afán y el miedo que, vaya uno a saber, siempre vienen en grandes y homogéneos sobres de manila. Y claro, claritacucos, claritapaquete, claritamorbo, agitando y desnudando su equivocación en el ostentoso infierno del “publicano”.
-¿Qué decís, Julito? – rezonga, impaciente, el “publicano”.
- ¡Que boté las putas fotos!…¡Carajo!
- No, que qué es lo que necesitás, hombre.
-Que cuándo putas vas a salir del baño…
-Cuando haya terminado de cagar- remata el publicano. Y agrega como si nada-. ¿Ya te serviste el desenguayabe?
/Si hubo uno en la vida /que soportó todo / ese lo fui yo/. Julito lo dice de corazón, blandiendo el vaso, solemnemente, como un cáliz. Estantes, mesas, fotos antiguas y calendarios, contrastan en su inercia de siempre con el cuadro de la puerta, agitado por los reflejos del tránsito y por las alargadas sombras que entran y se van detrás de los transeúntes. La voluptuosa de un afiche tropical, pierna levantada y mohín soberbio, parece increparlo: /Mentira, mentira, / Tú no me quisiste/. “Puerto Arruga” es devastador con los clientes y más con los que tienen cuentas pendientes. El cantinero lleva ya como cinco vueltas, haciéndose el servicial y limpiando sin necesidad las mesas vacías. Julito lleva, a contrapelo, la cuenta exacta: seis cervezas. Debe éstas y otras tantas, una docena tal vez. /Quizá cuando muera…/, se dice. De todos modos tiene que pagar si quiere volver. Y este es el único sitio a donde se vuelve, de noche y sin miedo. Y donde todos repiten, aferrados a los vasos y a las copas, /no me nombrarás/ o alguna otra conjura similar contra la mala suerte. Julito limpia con excesivo celo el vaho que forma la bebida fría alrededor del vaso. Un maloso, poco conocido y de mal aspecto, se recuesta en la vitrina del pan y de los dulces. Es temprano para los comensales tradicionales. Todavía es “Puerto Nuevo” para señoras, niños y mandaderos. Un poco más tarde será puerto de “aquellos que no tienen a nadie” y, claro, de los vejetes que hacen honor al apodo del sitio. Julito espera que a eso de las diez y media aparezca el “publicano”. Vendrá con cara de quien no quiere encarar nada. Vendrá con todos los tragos juntos, arremolinados en el rostro fiero. /Nómbrame/, vuelve a repetir la chica entangada del afiche. /Ahora/ Julito comienza a animarse y bebe un sorbo más largo, como solía hacerlo su padre /en vida/. El camaján de la vitrina reprende con violencia al cantinero. En la modorra que da inicio a la noche, este es un incidente sin importancia y el eco de una súplica / y di que fui bueno / se mezcla con un reguero de amenazas y tartamudeos. Abrazado a una gordita del centro viene el profesor Ochoa. No es amigo de Julito, pero le hace una venia cordial. Julito sabe que será una media de aguardiente, tres tangos de Corsini, unos manoseos y besuqueos flojos y una gran borrachera. El maloso, que ahora es meloso, insiste en lavar y cuidar el carro rojo en el que vino el “profe”. Promete lo imprometible en esa esquina. Jura y rejura / que después de muerto / lo seguirá cuidando. El profesor Ochoa, como siempre, se quita el estorbo de encima con una cerveza. Julito, en cambio, bebe lo que resta de su cerveza y aún así no acaba de despabilarse. Ni siquiera puede remontar su resurrección matutina, la rabia por la plata malgastada, el pubis de clarita en la tarde y, claro, el desenguayabe. Tiene, por lo menos, la certeza de que con ese breve repaso del día / ya se olvida todo/, hasta el amigo muerto, el publicano y hasta su mismísima madre. Menos la plata, “¡carajo!, la puta plata”. En el orinal siente todo el peso de su opaca vida. Un largo chorro promete otros días mejores, de más trabajo y de mejor humor. La oscura y apestosa orina, entre tanto, anuncia la vejez o la enfermedad y la espera, seguramente tediosa, de la muerte. /Es la realidad/, considera Julito, sujetando un rato el blando, pero todavía efectivo, miembro. Intempestivamente, piensa en Doris, la muchachita de al lado. “Doris, Doris, bendita reina de todos los afiches”, murmura, sacudiendo los restos de orines y quejumbres y descubriendo feliz que esta sencilla evocación bastaría para volver poderosos a todos los solitarios “miembros” de la tierra.
Unos cuantos puños sobre el PEACE y la puerta se abre. También la algarabía gigantesca de una fiesta improvisada. Julito no reconoce a la mujer que lo recibe: gafas intelectualoides, ojos intensos, blusa oriental y zapatillas. Como telón de fondo se sacude toda la gallada del “publicano”. Éste baila un son montuno con la flaca Gómez, Clarita forcejea con el “costeño”, Iván maniobra un solemne discurso ante la mirada enternecida de una brujita rara. Fabio sirve ron en pocillos de tinto y trata de arrebatarle un bareto a la de gafas. Julito, que no acostumbra saludar a nadie, se sienta en la mecedora, junto a la ventana abierta. El “publicano” tiene una borrachera de miedo. No termina de bailar y de fumarse otro porro y ya quiere que todos reconozcan en Julito al gran amigo desdichado, al poeta en ciernes, al rebuscador, al mago, al no sé qué más vainas.
-Allá lo sigo esperando, Cano- intenta ironizar Julito.
-“Te sigo esperando” es un bolero, viejo man…-responde Cano, en una imitación de baile que culmina en payasada.
-Vos prometiste…-replica Julito.
-Y eso es un ¡tango!-se burla la de gafas.
-Les dije que era un artista-vuelve a rebuznar Cano, tratando de encuadrarlos a todos con un gesto vago de sus manos.
Clarita, como otras muchas veces, es un salvavidas glorioso.
-Disculpá, Julio- ella no dice Julito-.Pero teníamos cita con estas niñas…Para lo de la exposición. ¿Te acordás?
Julito advierte entre la flaca Gómez y la brujita rara una relación más que expositiva. Se fija en los muchachos que, en ese instante, ajustan una vieja discusión sobre el rock clásico. Iván es sensacionalista y se extiende en gráficos argumentos que demandan cuanto objeto tenga a mano. Aunque inquieto, el “costeño” solamente escucha y de vez en cuando escurre sus abucheos bovinos. Fabio parece un tótem ebrio, con los ojos cerrados, dejando que su gran barriga cubra el trago que tiene entre las manos. El “publicano”, trepado en una silla, es Jimmy Hendrix después de los chuzones de heroína. Los cuatro, así reunidos, semejan una convención de autistas. Julito se concentra, por descarte, en las madamas. La flaca Gómez es una antorcha melosa que no desampara a su nueva conquista: la rodea, la acaricia, la levanta y protege como si fuera una mascota. Clarita, enorme y ondulante, rehuye los palmoteos del consejo varonil y va y viene entre la cocina y la sala con platos de frituras y la indispensable cajita de los porros. La de gafas, la más inquisitiva, canturrea algo y contempla a todos como una generala. Enseguida bailotea con Cano y aprovecha un descuido de Julito para tomar por asalto la mecedora. Julito la observa con todo el descaro de que es capaz, a esa hora, con los tragos y la rabia atravesados: tiene un culo grande, bastante aceptable, pero habla demasiado y, encima, espolvorea sobre Julito un halo de desprecio. Julito intenta escapar pero la rumba arrecia. No le queda más que dar vueltas en torno a la mesiánica que se mece, los tres hablantes, las dos bailantes, la anfitriona y el único fumante, que además es “publicano”. Una extraña sensación de desafecto arrincona a Julito en cada esquina, contra los muebles, sobre los candelabros y aún debajo de los coloridos colgandejos del apartaco. Sin pensarlo mucho, con ademán infantil, toma una cámara fotográfica que encuentra sobre una de las repisas del baño. Se mira en el espejo, a través del visor, y a duras penas se distingue persona o paria. Se declara a sí mismo árbol, fantasma o exótico pájaro. Accidentalmente acciona el aparato y recibe una poderosa descarga de luz que lo deja ciego. Atontado, dispara dos fotos más. Los relámpagos atraen a todos. Rodean a Julito, les hace gracia, beben y fuman en su honor, exigen retratos y asumen mil poses estúpidas. Julito dispara unas cuantas fotos más, atrapa un vaso lleno que hay cerca de la puerta y decide darle la espalda a ese carnaval ansioso. Se marcha para su casa con la cámara sobre el pecho, como un gran medallón de verdades que se le cuelga a quien va a ser estrangulado.
“Lázaro, Lázaro, como es que nunca mencionaste lo mucho que duele resucitar”. Y tan temprano. “Levántate, Julito”, se dice Julito, con el convencimiento de haber errado el ca­mino de la libertad y haber tomado –entre el apartaco, las azarosas callejuelas, la esquina de matasietes, puerto arruga y su casa – el camino del purgatorio. Julito, que podría desempe­ñarse como actor dramático, ha intentado antes el primer sendero, sin éxito: la vez que se tomó unas drogas vencidas. Bueno, y las muchas veces que le puso el pecho a la noche y a sus camajanes. Pero el camino de los suicidas no está abierto para los dolientes premedita­dos. Julito ha elegido, por defecto, el otro, el de la resistencia sin razón. Por eso se resiste a las ganas de orinar y a la sed pavorosa que lo hace dar vueltas en la cama. Se resiste, ade­más, porque escucha voces: una muy áspera que inquiere por un encargo fotográfico y otra dulce, paciente, que niega y oculta y convence. Julito reflexiona, con sedienta indolencia: “las fo-tos-que-me-en-car-ga-ron”. Luego, en un abrir y cerrar de los hinchados ojos, vis­lumbra el problema: el anticipo, la plata que “ya no es” gracias al velorio y al “publicano”. Y ese era el favor, “maldita sea”. Julito puede juntar ya sus peores pensamien­tos: “Favor­fiadoreproducciónpagocomisiónilusiónremisiónconfusiónperdiciónmicción.Mic-ción”. Julito salta, como canguro, hasta el baño. Expulsa, entre largos ayes, sus contenidos temores y se mira en el espejo como un nuevo y encantador sujeto. “Henos aquí, juntos, el animal y el hombre, vivos después de haber vivido”, exclama en voz alta, sintiendo en cada orificio de sus narices el sórdido aleteo del tufo. La micción, que ahora es erección, le renueva la sangre y en zancadas atléticas corre a su pieza por la cámara. Presume -más bien está seguro-que Doris la tiene alineada junto a sus pertenencias. “¡Doris!”. La sola mención del nombre provoca un sacudimiento literal en sus calzoncillos. Se contempla de los pies a la cintura. “Demasiado evidente esta conmoción”. Opta por componerse un poco y se envuelve en una toalla. “¡Doris!”. La toalla no hace gran diferencia, pero es cosa de no asustarse. Coloca la cámara sobre el escritorio y se aleja unos pasos. Luego llama a la muchacha, chaperona del cielo, que trae un rictus de amable regaño. La muchacha sonríe más ladinamente de lo que aparenta. “Que descuido, el señor, el trabajo aquel, las mentiras, su Mamá, el mandado”, murmura esa piel femenina, olorosa a esos jabones que ahuyentan el pecado. Azorado pero resuelto, Julito acciona el temporizador y se abraza a la hembra con cierto aire matrimonial, hasta que el flash los estampa en un cegador instante de dicha. Julito intuye que para las futuras veleidades de su amor siempre tendrá ventaja si se sabe resucitado.

lunes, 14 de mayo de 2007

LA MAGIA DEL HACEDOR / Gabriel Aruturo Castro M.



(Texto derivado de la lectura de la antología Las Esquinas del Viento de Héctor Rojas Herazo, preparada por Juan Manuel Roca y Felipe Agudelo Tenorio, editada por la Universidad EAFIT).
“¿Cuál es la magia de este hacedor?”,se pregunta Juan Manuel Roca: “El hacernos sentir, asomado como está al mundo desde el hueco de una tapia del patio de su infancia toludeña, los pálpitos y las epifanías de ese pedazo de barro sublevado que es el hombre”.
Con toda razón y verdad interior, la poesía en Héctor Rojas Herazo es una manifestación espiritual que se revela en el lenguaje, a la manera de un momento delicado y fugaz. El espíritu descubre la cualidad de la luminosidad, lo olvidado se ilumina. Contra el poder del tiempo una santificación del instante que nos torna infinitos, imperecederos.
El tiempo interior y vivencial es el lugar utópico donde los distintos tiempos se concilian con el conjuro de la palabra escrita. Un tiempo inacabado, inconcluyente, que hace valer a esta poesía el ejercicio y la sentencia de retornar sobre los pasos y encontrar un mundo propio, intocado, inédito.
En el poema el tiempo da una sensación de movimiento circular o de espiral. Cuando el origen se recupera, el movimiento prosigue en una esfera superior. Lea,os aRojas Herazo:
Todos esperábamos al huésped en el umbral de nuestras moradas.
Todos habíamos traído lo que nos pertenecía verdaderamente.
Bajo las lámparas dulcemente reconocimos nuestros rostros,
en la alegría y el ungimiento.
El movimiento es de una perspectiva ontológica-existencial, pues las imágenes parten de lo personal pero lo superan. Moviendo que en Rojas Herazo adopta la facilidad del viaje evocativo e imaginario, ganancia de mundos posibles.
Para la poética del tiempo, el instante ha sido la categoría principal. Gracias a él, según Bachelard, “hallamos en nosotros una infancia inmóvil, una infancia sin devenir, liberada del engranaje del calendario”, o en un poema de Rojas Herazo:
Te hago el relato de estas cosas ahora,
cuando todos han muerto.
Cuando ya solamente la memoria
es río, cosecha, solitaria espuma de patios,
trinos que se deshacen en el calor
mientras dulces mujeres
parlan bajo las horas, en la tarde,
frente a tiestos de orégano.

De modo que basta decirlo para que el tiempo reanude su marcha. Ahora cualquier cosa es la señal: volver la mirada, reconocer los rostros bajo la lámpara, soltar los cocuyos en medio de la sal, dibujar un nombre en la piedra, preguntar por Dios, nombrar otra vez el vaso y la ventana.
El pasado tiene la extraña capacidad de retornar, gracias a lo cual el presente resulta atrayente por su misma extrañeza o ambigüedad, “especie de réquiem por la materia, aunque casi siempre la ronde la ironía de que los objetos sobrevivan a sus dueños y a sus voces, que fueron la traducción de esas cosas”, según lo expresa Juan Manuel Roca.

El tiempo y la eternidad, todo lo que dura se justifica por sí mismo:

O como todo aquello que, fastuosamente unido, consumándose,
reaparece y estalla en el suplicio de un instante.

La mirada retrospectiva es una cuestión de tiempo, ordenación y discriminación de la materia poética. La distancia en el tiempo reafirma la memoria. El hecho de actualizar el pasado en el presente ofrece el horizonte de otra realidad atravesada por la imaginación y el ensueño:

Pero somos nosotros, opuestos, ocupados,
en un duro recuerdo, en una terquedad lujuriosa,
en un tiempo nutrido de vapor, de gajos exprimidos,
que madura, que canta,
que oxida nuestros bordes al derramar su lava.

Encontramos en Rojas Herazo la recuperación del pasado desde la imaginación y la ensoñación, sobre todo alrededor de lo espacial. Extraña fuerza poética, cargada de dolor, basada en la profunda comprensión de las grandes y pequeñas tragedias de la vida. Inyecta la más pura y doliente poesía dentro de la ruina, encima de un mundo aunque caído es mágico.
Afirma Juan Manuel Roca, al respecto, que la ruina es una obsesión que recorre toda la obra del poeta: “Y no es que Rojas ponga la huella antes de dar el paso, como ocurre con las viejas vanguardias y sus dudosos manifiestos. Se trata de algo que conoce desde siempre: la casa, lo que todos en la familia llamaban pomposamente la casa, no era nada distinto a un montón de fieles y voluntariosos escombros, escribió alguna vez”.
El poeta interpreta el afecto del ser estremecido ante la ruina temporal y responde por él por la metáfora, la figura del tiempo anterior, el del origen, el de la matríz donde siempre se regresa:

Atravesando gestos, piel,
vagos asuntos,
dejando atrás mi sombra,
lo que soy en presente,
penetro en mí, me siento,
me palpo en lo profundo,
hurgo en orígenes,
piso en húmedos soles,
oigo mi cal blanqueando mi memoria.

Imágenes sugerentes dispuestas con reciprocidad analógica del universo, todo lo relacionado dentro de la casa se vincula mágicamente con el universo del cosmos. Rojas Herazo alude a la memoria universal, asociada a los sueños y a aquella infancia, como un estado de conciencia visionaria: sensibilidad, afecto, magia, exploración.
“Encontraremos al mundo cuando nos comprendamos a nosotros mismos”, decía Novalis. Geografía sagrada, rito y ceremonia del poema, aliento de la palabra, el verbo, la respiración y la sangre.
Es la función mediadora y gratificante de la escritura para conocernos y aceptarnos, la literatura como destino de lo humano, búsqueda, composición, reconstrucción de unos orígenes y raíces. La memoria deja de ser una parcela reductora para enriquecerse con visiones y miradas que generan una disolución ontológica, “el sonido de un hombre, el retrato, el reflejo del aire sobre el pozo y el día con su firme venablo sobre el patio”.
Preguntaba Nietzsche: “¿No sentimos acaso el aliento del espacio vacío?”
La memoria no se debilita ni se evapora, tampoco se desvanece. Queda en ella la afirmación llena de una presencia, como lo dice Rojas Herazo: “O sigues, por un filo de luna, el olor que te conduce a los viejos baúles”.
Es la memoria que se impone y llena nuestra visión de todo lo que se puede transformarse. Es vida a los ojos muy lejos de la catástrofe, pues el espacio de la experiencia sobrevive, se torna visible otra vez, resucita la casa, las campanas, las lámparas, el camino, el agua entre las piedras, los árboles sombreando un corazón, el valle de Caín, el mar de las noches oscuras y el viento en las tumbas.
La voz es la urdimbre, la trama viviente que unifica el espacio de los acontecimientos en la evocación, confección de tiempos vivos que dialogan. La memoria se hace visible por medio de la invocación de las voces, de la búsqueda que conjuga la experiencia y la realidad. La frase convoca a la realidad y la realidad es una prolongación de la frase, del mundo verbal que da cuenta del sentido espiritual del texto:

Todo este vasto, inmerso, sonido de nosotros.
Estos lagos de luz que, de súbito, apagan sus vidrios
y se funden en un lodo de memorias y días
para luego (un verano también nos aniquila
cosechar los terrores de unas horas concisas.
Cuando despiertos, enteros, ampliamos nuestro límite.

Así pone en presencia y aún en concordancia la voz y la escritura. Hay en Rojas Herazo “una elección de la escritura, una voluntad del libro plural”, donde escribir “es entregarse a lo incesante”. El poema es entonces el cuerpo de una forma plasmada, presenciada y mantenida por la vivencia, la aventura que se vale de la palabra. La palabra ocupa al mundo, descubre la realidad en el revés de la forma, brinda ecos, reflejos, metamorfosis, síntesis de lo más actual y de lo que de forma mítica se oculta.
De esta palabra parte un eco de sustancia misteriosa, ya que asistimos a la fe de juna poética, al alcance místico de las palabras y de las imágenes.
La experiencia se revela. Pero aún así el secreto no se rompe del todo, ya que Rojas Herazo concibe al poema de una manera interior, una visión casi de fino tacto, enseñando pero ocultando un objeto de índole espiritual, cuyos bordes “no son determinables con absoluta nitidez”, para ceñirnos a las palabras de Bousoño, ese camino “real de lo imposible fascinante”, del cual nos hablara René Char.
Palabras que ayudan a construir el gesto litúrgico del poema, de su vacío ya poblado y de su silencio de hombre interior, “escriba de sí mismo”, de “ese ser expósito y hondamente humano, que duda de sí mismo y es un manojo de temores, que es un obseso coleccionista de agujeros habitado por presencias tiránicas, lleno de patios arruinados, de cachivaches podridos, de mugido de mar, de luces perdidas, de papeles de alcaldía cuya tinta convierte la lluvia en lágrimas moradas”, volviendo al decir de Juan Manuel Roca.
Porque somos habitantes de la memoria, del corazón, de la interioridad. La historia personal y social (la poética del otro) se vuelve íntima, la fatiga del hombre es la del poeta y la del prójimo, igual su afán de subsistencia, su agotamiento y la condición humana e irreducible del verdadero del verdadero creador.
Rojas Herazo propone una interrogación sostenida e intensa, una religión que pregunta por lo ignorado, la razón de la crítica desnudez del hombre, una suerte de mapa que impone sus propios caminos, temores y pasiones.
Ahora la luz de la lectura debe irrumpir en la obra y el lector será un confidente: “Ves ese niño que contempla tu rostro en el espejo y vibra y te envejece mientras arde?”.
Una poesía que deja traslucir la complejidad de la condición humana: la esperanza y la consolación, la ruina y el castigo, lo perenne y lo eterno:

Tu presencia es, siempre, siempre,
una estación imprevista.
Somos inferiores a la energía de tu secreto.
Somos intrusos de un orden que aniquilamos con nuestra llegada.

lunes, 7 de mayo de 2007

JULIO CESAR ARCINIEGAS / Premio Nacional de Poesía "Porfirio Barba Jacob"



DEL LIBRO ABREVIATURA DEL ÁRBOL


EXHORTACIÓN DE LA PRINGAMOSA

A ustedes hablo caballeros que aún intentan
probar el acento, la picazón o el tormento de
mis hojas.
Les digo que no son más que debates azules
de la piel, el ardor de la endeble apariencia.
Me dirijo a ustedes que me reputan fuera
de sitio entre los ponderados de la luz.
Les ruego escriban sobre mi reino oscuro.


HOJAS DE VENCIMIENTO

El iletrado limpia la memoria de la luz,
abre su funda para contar las fugas de la sombra,
el espectro que en las exactitudes del aire
apetece la ausente claridad y mancha con números
todos los seres increados.
El árbol es un guerrero que olvida las ondulaciones
del arco para caer en el sueño de la estalactita.
Gentil desde sus círculos, estira los actos de sus
ramas y su sangre asciende por la figura de quien
lee imágenes transportadas a lomo de hormigas.


EL ÁRBOL SUMERGIDO

Un árbol entra en otro
y tiene que aprenderlo todo;
llevado a otra dimensión ingresa en la hilera
de las luces.
El no ser le aturde y lo acerca a las durezas.
Nadie nombra aquí el silencio. Todo empieza
desde las voces de adentro, donde se pierden
las materias y las hojas del neón se agrupan
impávidas como una jungla rígida de motores,
fluidos y paraderos. Aquí se aprende la
alfabetización del hierro. Aún en la fisura de la
palabra el hormigón tiene ideas. Volúmenes de
ignorancia devienen de los carteles.
Preso entre la omisión de los octaedros,
el árbol grita sumergido entre otro que no es nadie.


GUADUA

Alzada por encima de sus apoyaturas,
de su pelusa ondulante,
de su segunda savia,
la guadua con su belleza y su distancia,
urde las hileras del dolor.
Sobre sus fondos teje una mujer sus colores,
la multiplicidad,
los mil vientos revestidos,
las sustancias traídas por el viento
para rechazar la fijeza de lo vivo.


PALMAS

A ustedes que aman las palmas,
les confío una desmemoria de hojas,
el follaje de la otra vida,
la luz que mece la fortuna,
el don del ave, su estremecimiento,
la hoja perenne y la caduca también,
la evocación del sol, el temblor del
viento, la huída de las fiebres,
el descubrimiento del agua.
A ustedes que plantan cráneos amarillos,
que repiten la semilla sin consuelo:
la de la muerte en una tierra sin medidas,
la de la herida después del rezo,
les dejo lo que se prepara bajo la palabra.


POMARROSA

Debajo suyo tiembla el habla de las corrientes,
los primitivos pliegues de la manzana de
llaga verdosa, hundida, la nuez agria de Adán.
Esclarecida la liturgia de las hojas, de los
pétalos abiertos o cerrados, confiere el firme
ascenso que se transforma en anillos.
Mientras silba entre las hileras de maduración,
imagina que es sagrado cambiar de sol todas
las mañanas.


El Premio Nacional de poesìa "Porfirio Barba Jacob", convocado por la Casa de Poesìa del mismo nombre, en la ciudad de Medellìn, fue ganado por el poeta Julio César Arciniégas, nacido en Rovira, Tolima, en 1953. Arciniegas es autor "Del color del miedo" (Tiempo de palabra) y "Nùmeros hay sobre los templos" (Sociedad de la imaginaciòn) y otros libros que se encuentran inèditos. Julio Cèsar Arciniegas es un escritor autodidacta, excelente lector y autor de disciplina y compromiso.

El poemario premiado se titula "Abreviatura del àrbol" .

¿Cómo se lee un poema? / Hugo Padeletti

Pido perdón por estas tres hojitas que voy a leer. Sé que la expresión improvisada es más vívida, aunque menos exacta, pero en est...