Por Claudio Anaya
Tal vez Antonio Acevedo sea el poeta más convencido de su oficio en nuestro medio, una disciplina inamovible lo ha conservado fiel a su ejercicio literario a lo largo de varias décadas, tal vez la única fidelidad que ha observado en su vida; consignar con paciencia de cronista del mundo y de sus cosas sus vivencias o su visión de la vida, filtrando los hechos, los conceptos y las imágenes a través del deseo de configurar o consolidar una obra literaria ambiciosa en la medida en que trabaja una infinidad de temas en su poesía, y se asoma a los temas universales y a la gran cultura con la confianza que debe tener un escritor con respecto a estos trajines.
Ha publicado cuatro autodenominadas antologías poéticas: Arte erótica en 1989, Los Girasoles de Van Gogh en 1999, Atlántica en 2005 y En el País de las Mariposas en 2007; además de una serie de plegables y folletos en los que ha resaltado otros perfiles de su trabajo; publicaciones que han sido extractadas de una colección de tal vez más de once libros de poesía. Escritor prolífico del cual hace algunos años otro colega, nuestro Kipling boyacense, al enterarse de su fecundidad literaria dijo; “a Antonio hay que conseguirle trabajo o amarrarle las manos”.
Su principal medio o recurso expresivo es una suerte de monólogo asordinado que nos recuerda el sonido de la lluvia y en el cual el lector va encontrando encastadas las perlas de algunas imágenes, delicadas y tiernas algunas como en su poema Al paso de mi mano sobre tu pelo:
Al paso de mi mano
sobre tu pelo por mí
cuerpo sobre tu cuerpo
estremecida te abres
como un cielo despejado
en donde acaba de cesar
la lluvia que hace dibujar
el arco iris en la tarde
húmeda y respiro bajo
su arco como reposo
bajo tu cuerpo cuando
he llovido dentro de ti.
Y audaces y hasta procacez otras, de marcada tendencia erótica como en su poema La Hierba púbica:
En el origen del vértice
de sus muslos como tierno
follaje nace la hierba púbica
que alucina como amapola
y conjura olorosa como una
misteriosa flor nocturna
acaríciala con mágica ternura
y ámala con secreta dulzura
que ella es la hierba púbica
en donde aflora la rosa
carnívora que hermosa devora
como el cielo a la noche.
Otro poeta en nuestro medio, hacía énfasis en que la poesía no es un género sino una materia, un éter o una substancia común a todos los géneros y sus híbridos, y que a lo que llamamos poesía deberíamos llamar poema; como decir cuento, relato, ensayo, o novela. Ahora bien, toda obra literaria de valor en cualquier género debe tener ese voltaje o atmósfera poética, que dicho de otra forma, son esos alcoholes de la nostalgia destilados en las palabras por nuestro espíritu, es ese ámbito creado conjuntamente entre el autor y el lector. Los tiempos cambian y con ellos los géneros literarios evolucionan. Hoy en día tienden a borrarse los límites entre los géneros, y un ejemplo característico son estos poemas de Antonio Acevedo que se originan en una anécdota y con una base narrativa, de ahí su monólogo que se centra en el discurrir de la memoria del Voyeur (del observador o el mirón; o como menciona Mario Rivero en uno no sus poemas: “Soy un cuenta cosas, soy un humea cosas”) y que pasan luego a la revelación de la imagen.
Los poemas de Antonio nos dan un paseo por la memoria de la cultura, principalmente por la historia de la literatura, que encontramos como esos comentarios ya sabidos y que por cálidos es bueno volver a comentar para recordar, y que sé que son tenidos por él, como el sustrato fecundo, el subsuelo nutricio de la cultura y del cual emana la vida espiritual, la actitud civilizada y la confianza en la razón.
Casi todo lo que nos dice en sus poemas, es visto tras el cristal de una ventana empañada por la lluvia o tras la cortina del tiempo, como en su poema Guevara, en memoria del Chè.
Bajo su boina su
melena la agita
el viento con su barba
entre el humo de un puro
que se fuma con una
mirada intensa que como
en un cuadro de Da Vinci
yace vivo en la memoria
que arde con sus fuegos.
Su corazón se oye aun
latir en el futuro.
Poesía de estirpe intimista y solitaria que se desgaja como una conversación anónima que flota en los vapores de la tarde y en las penumbras de la casa, que habla de la soledad en medio del ruido del mundo, y de la necesidad que tiene el hombre contemporáneo de reconstruir su vida, así sea contándosela el mismo.
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1 comentario:
Que bueno que se publicaran otros poemas del poeta Antonio Acevedo Linares.
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