Por Gabriel Arturo Castro M.
A veces uno se pregunta cuál es el fundamento de un
tipo de narrativa posmoderna. ¿Es especulativa, totalmente empírica? ¿Hay más
razones prácticas que filosóficas en la interpretación de los acontecimientos
que se narran?
Lo cierto es que subsiste el realismo (describir se
ha vuelto más importante que buscar la esencia y el sentido de las cosas
narradas), un testimonio contemplativo e hipnotizado del presente, aunque lo
importante es la novedad del ejercicio narrativo. De esta manera es claro que puede
haber innovación a partir de la creación de un texto, ingenio, imaginación diferente, autenticidad, fuerza
de libertad inventiva, parodia (en cuanto el oficio de la escritura se
desacraliza, el protagonista ya no es el héroe y su mundo puede ser cuestionado),
reescritura de un género, tras la combinación ecléctica de elementos
provenientes de diversos estilos y expresiones que intenta la obtención de un
conjunto armónico.
Hay obras posmodernas que apelan a los elementos de comunicación
directa con el lector, en forma disyuntiva y abierta, proponiendo una especie
de juego de perfomance, donde la escritura se vuelve “ejecución” de un texto
que se traduce a experiencias existenciales, cuyo lenguaje puede ser
interpretado por el lector en términos de sus propias situaciones privadas o,
peligrosamente, desde otra óptica, es posible que lo entienda de modo literal.
Es menester apuntar el alejamiento total que hace esta narrativa de la metáfora
y su acercamiento a la metonimia, lo cual implica la expresión de una palabra
de sentido lógico, sobreentendida, explícita y denotativa. La lectura se da en la orientación estricta
del contenido del texto. Podemos hablar, entonces, de la hibridación de los
lenguajes, de la existencia de una palabra funcional de distintos orígenes.
Según características del quehacer posmoderno, el texto
se asume desde la dispersión, fenómeno que hace de la tensión algo
secundario, pues no importa si la historia suscite emoción o intensidad en el
lector (las leyes de la causalidad están por encima de la intuición, la
irrupción de lo inesperado, el asombro y la extrañeza). Asistimos a una crónica
donde sucesiones, personajes y destinos se llevan a cabo a través de un
movimiento lento, pausado y cinematográfico. Hay un gusto por el episodio, por
la elaboración de flujos inconexos de acontecimientos, por el cambio incesante
que da una sensación de provisionalidad de lo narrado.
La tarea de
interpretación, de este modo, es bastante sencilla, ya que el narrador expone
pero no cifra, haciendo de la escritura una suma de informaciones, impresiones
y noticias. Un tiempo abierto al pasado en forma de percepciones y crónicas,
pero asumido de forma racional y controlada, sin asomo de su dimensión
dramática. Ausencia que deja un vacío en esta especie de relatos, de retratos
verosímiles, alrededor del juego de
espejos, similitudes e identidades.
Si continuamos invadidos por esta literatura, ¿cuál
será, entonces, el futuro de la
imaginación, la escritura y la creación en los próximos años? La respuesta
puede estar situada dentro del reto de pensar en los peligros de la cultura
masificada. Noción inquietante. La cultura de masas (efectos del capitalismo y
de la posmodernidad) es una degradación-comercialización
de la cultura, una fuerza alienadora, una expresión segregada por los medios de
aglomeración y su sistema de valores que someten al individuo a una fuerte y
amplia presión de seducciones.
Entre ellas es posible citar la legitimación del
hedonismo y el individualismo; la incorporación triunfante de la realidad
virtual; la limitación de las libertades sustantivas; el reemplazo del Estado
por las transnacionales; el dominio, mando y señorío de la noticia y la rapidez
de los eventos; la coexistencia pacífica entre las modas, la imposición
vertical de la eficiencia y del éxito, la profundización de las desigualdades,
la vida cultural al ritmo dictado por el neoliberalismo, la quiebra del
concepto de historia universal, el hábito de lo desechable, la informática como
el reemplazo de las cosmovisiones religiosas y filosóficas; la desconfianza en
el poder de las ideas, la pérdida de la solidaridad humanista y del sentido
colectivo de la existencia; la banalización de la información de los medios, la
dicotomía entre lo público y lo privado, la abolición de la reflexión social y
filosófica, el imperio de lo económico y lo burocrático, el divorcio entre
racionalidad y libertad, la vuelta a la retrógrada tradición del provincianismo, el ahondamiento
de la crisis cultural, la entrada a una
nueva Edad Media y su orden feudal (complejas redes de dependencia, vasallaje,
absolutismo, distribución de feudos, el oscurantismo y la nueva Inquisición),
tal como lo advirtiera Umberto Eco; y como consecuencia, el nefasto abordaje
del postmodernismo, la otra cara del neoliberalismo, un difuso movimiento que
se define por adoptar posturas eclécticas, individualistas, pragmáticas,
facilistas, carentes de compromiso social, bajo los esquemas decadentes de la
antiforma, la casualidad, anarquía, descreación, antítesis, performance,
diferencia, combinación, dispersión, inmanencia, antinarración e
indeterminación.
Es una nueva época que desea uniformarlo todo en
beneficio de un individualismo anárquico, “al paso que tiende a destrozar toda
universalidad en el orden espiritual”, según sabias y visionarias palabras de Igor Stravinsky, quien afirmaba
que ciertos artistas contemporáneos y lectores ingenuos, hacen parte de esta infernal maquinación
cosmopolita. Dicho compositor hacía la diferencia entre lo universal y el
cosmopolitismo. Lo universal supone la fecundidad de una cultura esparcida y
comunicada por doquier, mientras que el cosmopolitismo no prevé acción ni
doctrina y entraña la pasividad indiferente de un eclecticismo estéril.
¿Cuál es el peligro de esta moda, producto de la
cultura de masas, de las nuevas formas que toma el capitalismo?: caer en el
simulacro o la simplicidad; reducir todo a la ironía (a su versión
empobrecida); aceptar el ocaso de la profundidad por la superficialidad de las
obras; la limitación del concepto de lo lúdico, de la intensidad y lo visual;
la abolición del sentido crítico; la expansión de maneras televisivas, la
telenovela y el espectáculo, como el centro de la producción “artística”;
acatar con docilidad la extinción de los límites entre arte y vida cotidiana, y
aprobar una arbitraria promiscuidad estilística general. Tal aberración sólo
lleva al pragmatismo y al preferente
utilitarismo, donde las ideas de comodidad, escape, contraimaginación,
decoración, liviandad, simplicidad, esquematización, reducción, estilización,
vaguedad, palabrería superflua (el arte como desecho y relleno, o lo que es lo
mismo: ripio), consumismo, docilidad y conveniencia, se imponen.
Pero el verdadero Arte puede retar la cultura de
masas y sus tendencias actuales, sin importar el disfraz que ellas asuman o los
rimbombantes nombres, bajo los cuales ocultan sus intenciones.
Si es así,
entonces, ¿será capaz de restituir la cohesión, la correspondencia entre las
condiciones de existencia del hombre y de la sociedad, con el universo
simbólico que lo interpreta, recrea y transforma?
En la medida que el Arte se resista a ser sustituido
por nuevos o viejos fetiches de la sociedad capitalista, la respuesta a la
anterior pregunta será positiva y el arte no morirá, ni el lenguaje artístico y
sus contornos van a desaparecer hasta límites fantasmales. La sobrevivencia de
los cimientos antropológicos y estéticos del arte actual se colocará por
delante de las sensaciones y pronósticos apocalípticos. Como lo escribe Antonio
García Berrío: “El arte continuará siendo reconocible como ficción literaria,
como exhortación lírica de la imaginación y el sentimiento o como la tecnología
narrativa de la memoria”.
Las bases humanas, éticas y estéticas del arte,
aunque sean variadas o transfiguradas, resurgirán entre las necesidades del
hombre. El arte cambiará sustancialmente si se transforma la medida de la
imaginación antropológica sobre las estructuras espacio-temporales de la sensibilidad
y la simbolización. Mientras tanto deberá convivir con las presiones de una
sociedad que ha separado la tecnología de la humanística, relegándola al puro
asunto mecánico, a la exclusiva idea de productividad material, sin reparar en su dimensión social e intelectual.
Claro que la constancia del arte se halla junto a su
variación, dinámica y modificación, pero todas sus expresiones seguirán con su
influencia y continuarán enunciando, como lo pensó Kant, las intuiciones del
individuo mediante formas inventadas por éste, siendo capaz, una y otra vez, de
comunicar, conmover y de dar goce universalmente.
Ese extraño progreso tecnológico que ha hecho
infeliz al hombre, no puede asfixiar al arte, pues según Walter Benjamín, la
actividad artística es una anticipación utópica. Es más, la utopía coincide con
el origen. Este no es un pasado histórico, sino un presente eterno, “un tiempo
del ahora”.
Michael Ende nos enseñó que el acto creativo siempre
se produce en el instante actual y es, por naturaleza, acausal, libre,
indemostrable. Indica el autor alemán que en los diarios de Kafka hay una
extraña anotación: “Cristo: el instante”. “Suena como una paradoja: sólo en el
aquí y ahora aparece lo no-temporal, lo eterno-creador, lo único que libera
verdaderamente al hombre”.
Ello distingue el “presente”, de la repetición
postiza en la que se halla inmerso el gesto artístico. En la reproducción
(llámese inmovilidad, yugo, ceguera, mutilación o cautividad) y reiteración
mecánica, el arte pierde su autenticidad.
1 comentario:
Una reflexión crítica acerca de la estética de la postmodernidad. Cada época determina la expresión creativa y si vivimos en la esquizofrenia del neoliberalismo, es normal que la literatura, el cine, las artes plásticas, la música deriven cierto tipo de miradas, de conceptos y de estéticas, sin embargo, la modernidad no ha muerto, tampoco la tradición, vivimos en un mundo múltiple y diverso en el que conviven Homero y Borges, uno clásico y el segundo considerado postmoderno.
Ahora, es cierto que hay que buscar con mucho cuidado entre tanta hojarasca.
Un saludo amigo Gabriel Arturo.
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