Por Jaime García
Pulido
Hay poetas que son diplomáticos o
abogados, empresarios o publicistas, periodistas o vendedores de arte. Hay
poetas que no son más que poetas. No les alcanza la vida para más. Viven en tono
menor. Tal es el caso de Gabriel Arturo Castro. Nacido en Bogotá en 1962,
irrumpió por los lados de la Casa Silva y la Universidad Nacional a fines de
los años 80. Luego desapareció para volver a aparecer con su lira intacta en
Ibagué, donde hoy reside ganándose la vida como profesor.
Primero nos sorprendió a los lectores
con Libro de Alquimia y Soledad
(1992). Un texto que es como las entrañas de una manada de unicornios
pudriéndose en un aljibe de vino blanco.
Después vinieron Alquimia de La
Media Luna (1996) y Tras Los Versos de Job (2009). En estos
últimos viene a confirmar una tesis que al propio Gabriel no le disgusta para
nada: es un antropólogo poeta, o quizás un poeta antropólogo. Uno de tres.
Hoy, en plena Feria del Libro de Bogotá,
el poeta nos sorprende con Ceniza
Inconclusa, editado por la Universidad del Tolima en el 2012. Un mural que
en todo caso ya se veía venir. Es una compilación de notas, comentarios,
críticas y mil cosas más, arrancadas al vacío de los magazines dominicales, de
las revistas literarias y los periódicos clausurados a destiempo. Se trata del
mundo propio de un lector exquisito. Aquí abandona con noble gesto la zona de
sol, para entrar con su pincel en la de sombra. Casi uno lo puede ver leyendo,
anotando, sopesando cada palabra de este impresionante libro, lleno de
erudición viva, no de academia o protocolo de medicina legal.
Resulta imposible reseñar un libro así
en pocas líneas. Tiene un solo defecto: el reloj de sus páginas supera y arrasa
con mucho al reloj interno del lector. Uno termina abrumado, sin aire, con
rubor en las mejillas. Uno no sabe si empezar a leer tantos autores o quemar
este catecismo pagano de una vez por todas. Y es que son muchos los años de
intensas y jugosas lecturas decantadas en unas cuantas páginas. Baste decir lo
que ya se dice en los bares y tabernas bogotanas por los lados del barrio La
Candelaria: Gabriel Arturo Castro es hoy por hoy el mejor crítico joven de
literatura con que cuenta Colombia. ¡Y ya pisa los cincuenta! ¡Y bien podría llegar
a los cien años, rodando sobre sus eternas botas universitarias de suela de
goma!
Pero él sigue siendo ese gran poeta
menor, sin mucha repercusión, ni mayor visibilidad. Y con esa proverbial mirada
de fraile fugado de un cuadro de Zurbarán, con esos pasos de gnomo extraviado
en este tiempo. A nadie podrá engañar. Ni aquí ni allá se puede quitar el
tricornio de poeta.
Muy a pesar de sus anuladores o detractores, este profesor sigue siendo el
poeta in vitro de siempre: habita ese
lugar entre la página en blanco y el café del desayuno de mañana. Está hecho por dentro y por fuera de ceniza,
para bien o para mal, inconclusa. Pero también enamorada del legado de Quevedo.
Sólo le resta el favor de los muchos lectores que acaso lleva dentro y lo
persiguen, y aún no lo encuentran por los caminos...
Y también de eso se trata, en su fatum, desde sus propias palabras:
El perseguidor de la
montaña no necesita de lazo,
ni la trampa, ni el dulce metal fundido de una
ballesta. No. Sólo le basta lanzar las astillas
de la
palma para cazar los pájaros nocturnos.
1 comentario:
Excelente texto para invitarnos a cruzar el umbral de un Laberinto Extremo, y perdernos, asombrados, con los ojos llenos de ceniza viva y mágica en esos senderos que trazan la geografía de sombra, soledad, silencio y oficio de Gabriel Arturo. Celebro su Ceniza Inconclusa, libro al que le auguro, por supuesto, el favor de lectores cómplices, agradecidos. Seguramente más de uno encontrará una bandada de pájaros nocturnos cruzando sus páginas.
Daniel Padilla.
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