viernes, 19 de septiembre de 2014

LICOR DE LODO de Daniel Padilla, Comentario de Gabriel Arturo Castro



Licor de lodo hace parte de un tiempo fabuloso de naturaleza y encarnación mítica, un tiempo, a su vez de fecundación y paciencia. Es la nutrición en las fuentes originales del mito, su fogueo con otras palabras e imágenes, repletas de relaciones mágicas, de la potencia al acto creador, constructor, fundador de mundos posibles.


Se advierte un lenguaje propio de la ambición creadora, una invitación a leer lo desconocido, la oscuridad que ilumina, según el Novalis que apunta. Esta poesía hace referencia a un lejano tiempo que se actualiza a través del ritual y de la ceremonia de la escritura. Es el tiempo del mito arcaico, la pulsión herida que quedó atrapada se revela en la embriaguez nueva de limo y cieno. Todos los elementos reminiscentes se dan cita en Licor de lodo: el caos, el silencio, la lucha, la luz, el olvido, un sentido teogónico los envuelve, lo sagrado y lo profano juntos.


En este libro hay un impulso poético, compuesto de hechos poéticos, es decir, de poesía auténtica, ascendente y progresiva. Licor de lodo es una batalla sagrada ante la conmoción de las realidades espirituales y materiales que nos invaden. Dionisos se hace presente, “un viejo noctámbulo escribe ciervos”, porque su lucidez es hostil, cruel, despiadada, rigurosa. Libro de la noche, transita de la edad infantil a la madura en un viaje iniciático y cíclico, de la esperanza a la ruina. Se desafía a la noche mediante la emoción del descubrimiento, porque la poesía es la llegada de la luz, donde la fábula de la luz se reconcilia con lo visible. Sí, salta lo onírico y la alucinación del mito. Leemos, asistimos al viaje progresivo del libro, gracias a una imaginación activa, medida y justa, respetuosa, sensible, cuya raíz empieza a emerger, desde la oscuridad a la inteligente transparencia, procurando hallar el esplendor de la forma. 

Habita el libro la profundidad de la esencia y la lucha afanosa de hallar un molde de certeza, de trascendencia, unidad y sentido. Licor de lodo consigue recrear un universo y grita su novedad debido a la fidelidad de sus motivos, preocupaciones y fundamentos: el origen es su centro, los mitos recreados según la experiencia del poeta, carne y espíritu de su trayecto, fuente primigenia siempre renacida que busca otros sentidos, reencarnación, transformación al interior del poema, reencuentro con otros orígenes distintos, antiguos e inéditos a la vez.


¿Realidad encantada?, sí. ¿Avistamientos de otros mundos, otra percepción?, sí.  Es el descubrimiento de otra faz a través del paisaje interior de la fábula interminable, dado que el tiempo de la escritura de Licor de lodo es cíclico: se expresa una realidad por medio de una metafísica que pretende un renacimiento. La poesía aquí es rito y ceremonia que intenta modificar la naturaleza, o cambiar la realidad mediante un orden simbólico e imaginativo.


Al final del libro se da cuenta del extravío del hombre y entonces se da a la tarea de remitologizar, valiéndose de una voz genesiaca y antigua que se apropia de las imágenes de todos los tiempos. Visión de mundo que tiene un sentido espiritual, que trae de vuelta a las palabras, las cuales restituyen al unísono los movimientos interiores de la primera palabra, en ese “estado de ilusión”, como decía Novalis, de la sugestión y la magia que quisieran liberar al hombre de la sombra inhumana que nos acecha.


Por fortuna esta poesía nos brinda caminos y llaves, convicciones. La poesía como abrigo y baluarte defensivo, movimiento de fe, única certidumbre de aceptación austera. Licor de lodo: después del paraíso, desafío para captar la tensión, los encuentros casi insostenibles con la existencia profunda del hombre, su aventura, su desnudez ceremonial.


Gabriel Arturo Castro 

Muestra 




III. 



En largas órbitas perfectas
astros abandonados
primicias de lo eterno.
                                  
Frutos de magma echados a rodar
pulen las paredes del cántaro y ennegrecen
hasta volver a ser materia oscura.

Con discreta prontitud
galaxias diminutas se besan en la cara
y esperan el milagro.





  
VI.

En el segundo día la tiniebla tuvo nombre y fue llamada Ojo.
Los buitres escaparon para saciar su apetito en la pulpa de la materia.

Un feto reposa en el estanque:
suspendido en humor vítreo
sueña despierto con su nada más próxima.

La distancia que separa al iris del picotazo
se mide con agua oscura
empozada en las calladas oquedades del miedo.


  
XII.

En tres días un cuerpo en ruinas
no resucita ni desaparece.
Tampoco se pudre totalmente.

Tres días no bastan
para purificar un templo
con incienso y latigazos.

En tres días un cuerpo lacerado por la fe
tímido despojo de un milagro
saciará el apetito de  los cuervos. 


  
XIV.

Hombres:
esclavos de los ciclos
condenados a ser hombres.

Tristes reyes con coronas de ceniza
expuestos a la piedra
pulida por la tradición de los sacrificios.

Tiempo:
epifanía de muertos
que se tocan la cara.




POKOLPOK

Mi mano sostiene los códices donde se lee que el Quinto Sol de Ometecuhtli es el sol del movimiento. Mi escudo se adorna con cabezas cortadas.

Otros le dieron nuevo cauce al río, fertilizaron el valle y levantaron sus templos. Todo fue propicio para la casta de los sacerdotes. La tierra infestada de serpientes se cubrió con los cráneos del aro ritual. A lo lejos vimos nubes de sangre. Las Abuelas ordenaron trazar muescas en las cortezas de los árboles para cosechar la savia de las galaxias. De allí salió el hule, recuerdo del paso de los días como flechas de jade.

Esperamos en la orilla las señales, la guerra por las joyas del cielo la perdimos en el fango de los siglos.

Con vino de maíz sueño sin dormir en este desierto de piedra que migra con el viento. Sigo el camino de las estrellas. Yo, general de los vencidos, levanto el estandarte del linaje más espurio y te saludo con el pecho abierto, mi corazón como presente para alimentar la hoguera negra de tus comienzos.          

 



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