Mamá está en la televisión. Papá en la cocina preparando maíz pira en el microondas. En unos minutos el resumen de La isla del tesoro terminará
y comenzará de inmediato el programa de hoy. Es por eso que papá está
haciendo palomitas. Arriba, en su habitación, mi hermano espera a que yo
grite para bajar a ver el programa. Antes de hacerlo espero a que
llegue papá con un vaso de gaseosa con hielo para mí. Cuando bebo el
primer sorbo, La isla del tesoro comienza y yo grito y mi hermano baja corriendo por las escaleras.
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El fin de semana pasado empujó a un
tipo en plena competencia. Gracias a eso no perdió; le decían El paisa y
cayó en un charco de algo que parecía petróleo. Mamá hizo equilibrio
sobre el falso petróleo sin problemas. Mientras celebraba pude ver
detrás de ella el mar salpicado por un atardecer de color rojo. Papá
celebró la jugada sucia de mamá como si hubiera visto un gol de la
selección Colombia en la final del mundo. Mi hermano, en cambio,
permaneció callado. No aplaudió cuando el tipo cayó y tampoco lo hizo
cuando mamá dejó de gritar y nos dedicó el triunfo a nosotros, sus
hijos, a través de la pantalla del tv.
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Cuando mamá se fue y apareció por
primera vez en televisión, decidí no volver a la escuela. Papá me
despertó y dejó el desayuno sobre la cocina. Esperaba que comiéramos y
luego camináramos directo a la escuela, orgullosos de mamá. Fueron los
pitidos en el televisor cada vez que abría la boca. Parecía que la mitad
de las palabras que decía eran insultos y eso me avergonzaba. No quería
que mamá estuviera en la tv, diciendo malas palabras una y otra vez.
Era como un grillo gigante que aparecía y gritaba a su lado. En la cama
recordé el programa y prometí que no volvería a la escuela; los
profesores se reirían en los pasillos y en los baños escucharía chistes
sobre mí. Por eso no volví. En cambio mi hermano sí comió y salió al
colegio como si la mujer del programa de la noche no fuera mamá. La
primera vez que decidí no salir me miró desde la puerta y solo dijo que
me hiciera el enfermo. Así que eso hice.
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Algunos amigos me han llamado varias
veces, siempre preguntando lo que se siente tener hepatitis. Imagino que
fue mi hermano quien les dijo eso a las profesoras y ellas, como
cotorras que son, lo habrán repetido en clases. También me dicen que
cada noche ven a mamá en televisión y hacen fuerza por ella. A veces les
creo, pero la mayoría del tiempo no lo hago. Es mejor así. Mi papá no
dice si está orgulloso o no, aunque si alguien me preguntara diría que
sí lo está. Lo habitual en casa era ver a mamá en la cocina mientras
papá veía repeticiones de fútbol en la sala. Ahora papá cocina y los
partidos de fútbol fueron reemplazados por las imágenes de mamá en La isla del tesoro.
Para ser sincero, nunca antes los había visto tan juntos; ella en la
pantalla y él abrazando al televisor, esperando abrazarla sin importar
los miles de kilómetros que los separan.
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Hace unos días papá regresó a casa en la mañana y me encontró en la cocina, desayunando Zucaritas en
leche. Olvidó su maletín y al regresar por él encontró a su hijo menor
en piyama. Debía estar en la escuela, sentado en el pupitre y mirando al
tablero, no en la cocina de la casa desayunando tarde como solía hacer
mamá cuando no había nadie. Sin embargo, y a pesar de que esperaba un
grito para mí y una amenaza peligrosa contra mi hermano por no llevarme a
la escuela, lo único que dijo papá fue que debía vestirme para la
noche, cuando empezara el programa.
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Ayer ocho concursantes, incluyendo a mamá, se balancearon en ocho cuerdas que colgaban, según la presentadora de La isla del tesoro,
a veinte metros de altura de una playa hermosamente blanca. Quien
soportara la mayor cantidad de tiempo arriba, colgado como un simio de
peluche con abracaderas, obtendría “el parche del pirata” que lo
salvaría de la próxima eliminación. Después de casi una hora allí
arriba, tres participantes seguían balanceándose a veinte metros de
altura. Después de otros veinte minutos mamá ganó. Por alguna razón papá
no saltó, como yo esperaba que hiciera.
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Algo ha empezado a suceder alrededor de mamá y he sido el último en comprenderlo. Los tres estábamos en el sofá, viendo La isla del tesoro,
pero yo estaba concentrado en la playa. Solamente cuando oí los gemidos
de papá quité los ojos de la arena y el mar, y volví a mirar el cuadro
entero del televisor: ella era rodeada por dos brazos musculosos y no se
resistía. Lo más curioso fue cuando miré al sofá, donde mi papá lloraba
y mi hermano abría la boca tan grande como una rosquilla. La pantalla
del televisor mostró la mirada entre mamá y Brazos musculosos, y papá
presionó el botón de Off en el control remoto.
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Ahora parece que papá y mi hermano son un equipo. En La isla del tesoro ha
desaparecido el número suficiente de participantes como para que cada
uno de los que está allí compita ahora por su propio bienestar,
decididos por completo a retener el parche del pirata para
llegar a salvo al siguiente fin de semana. Sin embargo, fuera del set
natural del canal de televisión existe un equipo conformado por un padre
calvo y su hijo mayor. Cada noche se agarran de las manos y oran por
ver la derrota del novio de mamá. Trato de ignorarlos a ellos y a mamá
también; cuando las cámaras la enfocan junto a Brazos musculosos busco
la palmera más próxima dentro del televisor, me siento bajo su sombra y
veo los trazos azulados de las olas interrumpidos solamente por la
espuma que salpica el aire.
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Me alegro de no haber vuelto a la
escuela. En el programa de la mañana hablaron del romance entre mamá y
Brazos musculosos. Ahora ella es el chisme de moda de la televisión,
como si siempre hubiese sido una mujer famosa y nunca nuestra mamá. Papá
está destrozado, siempre sentado en el sofá con la mirada perdida en
algún punto del televisor. Sin embargo no es el único que sufre. También
mi hermano lo pasa mal, eso lo sé así no lo diga. La verdad es que son
muy pocas las veces que hablamos. Siempre está callado, como concentrado
en una persona que nadie más puede ver. Yo no necesito oírlo para saber
lo que dice en su cabeza. Es obvio que se burlan de él en el colegio.
Ahora no solo es un pitido de grillo cada vez que abre la boca -cosa que
él soportó-, sino que también es la mujer que se besa con un tipo de
dos metros que no es su esposo. Cuando llega a casa arroja el maletín al
suelo y sube las escaleras corriendo. La puerta de su cuarto se oye en
toda la casa y no vuelve a salir hasta que grito para avisarle que el
programa ha empezado.
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Después de la competencia del barco,
donde debían esquivar barriles de ron para luego subir por una cuerda,
en busca de una bandera pirata enredada en ella misma por culpa del
aire, papá dejó de ir a trabajar. Brazos musculosos llegó hasta la
calavera y mamá, proyectada en millones de televisores en el país,
aplaudió y celebró el triunfo de su novio; papá apagó el televisor y
dijo que nos fuéramos a la cama. Al día siguiente me desperté y ya el
sol estaba en la casa, colándose por las persianas de mi cuarto. Aunque
no voy a la escuela desde que comenzó La isla del tesoro,
igual papá me ha despertado cada mañana para que me duche, vista y
aliste mi morral. Esta vez no fue así. Caminé hasta el cuarto de mi
hermano y ahí estaba, dormido aún. Abajo, en el sofá, papá también
dormía. Tenía recogidas las piernas como la gente que duerme en la
calle. El televisor estaba apagado y por eso en la pantalla se veía a
papá reflejado en tamaño pequeño. Viéndolo en el televisor parecía un
nuevo programa donde muestran su vida sin mamá.
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Mi hermano dejó de ir al colegio al
mismo tiempo que papá dejó de ir a trabajar. Entonces empezamos los tres
a reunirnos por la mañana alrededor del sofá y el televisor. Cualquiera
presiona el botón de encendido y buscamos en el canal de La isla del
tesoro a mamá, así fue como la vimos en la playa besarse apasionadamente
con Brazos musculosos. Papá escondió su rostro entre sus manos y creo
que volvió a llorar. Mi hermano se acercó y lo abrazó pero papá no se
dio cuenta. Yo, en cambio, seguí mirando el video de mamá con su nuevo
novio, solo que los borré a los dos y me puse en su lugar, con medio
cuerpo dentro del agua y mirando la línea azul del mar a lo ancho del
mundo.
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Parecemos anfitriones del show de
Barney. En lo único en que nos diferenciamos es que ninguno de nosotros
hace bromas; vestimos todo el día con piyamas y saludamos únicamente al
televisor. Mamá aparece en la noche, junto a los cuatro concursantes que
sobreviven, y mi hermano y yo automáticamente le pedimos la bendición.
Papá dice otra cosa, la cual no logro entender. Es noche de eliminación y
mamá tiene el parche del pirata sobre
el ojo izquierdo. Creo que es por eso que papá ha dejado de cocinar.
Ahora pide hamburguesas, arroz chino y pizza. En el momento de la
eliminación, donde el participante expulsado debe saltar desde un
trampolín al mar, papá y mi hermano se agarran de las manos. Ambos han
llamado sin parar a La isla del tesoro durante
los últimos tres días. Creen que han hecho la cantidad de llamadas
suficientes para que Brazos musculosos desaparezca de la isla y de la
vida de mamá. Sin embargo quien sale es el costeño que quería ganar para
pagar las cirugías plásticas de su esposa. Los tres vemos cómo el
hombre salta y desaparece en un círculo de burbujas.
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Ayer mi hermano cortó el cable del
teléfono. Después de que dejamos de salir, el repiqueteo de llamadas que
nadie quería contestar fue inevitable. A veces eran mis amigos que
insistían en saber si seguía enfermo; a veces llamaban de la oficina de
papá y él nos ordenaba que dijéramos que no estaba. Cuando lo hacíamos
nos preguntaban en dónde podían encontrarlo y nosotros, como no
conocíamos otra respuesta, contestábamos que en el trabajo; cuando no
era para mí o para papá, las llamadas buscaban a mi hermano. No eran
amigos porque realmente mi hermano no los tiene. Eran profesores del
colegio preocupados por la salud del único alumno inteligente de la
clase. Cuando sospechábamos quién podía ser nos mirábamos y decidíamos
quién contestaba y mentía. El problema llegó cuando fueron las llamadas
de la prensa las que empezaron a sonar una y otra vez en la casa.
Ninguno sabía qué responder cuando preguntaban por mamá y papá. En una
de esas llamadas mi hermano agarró el cuchillo de la cocina y cortó el
cable de conexión, dejando en la casa el fantasma de un teléfono que
retumbó por un segundo o dos.
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Mamá está en la parte final de La isla del tesoro.
Compite contra Brazos musculosos. Los dos han sobrevivido a todas las
pruebas de eliminación y parecen felices, como si no importara cuál de
los dos gane. Veo el barco donde graban ladearse en la pantalla del
televisor. En la última prueba deben subir por una malla hasta una
canasta, en la parte más alta del barco. Cada tanto unas gaviotas
entrenadas por el canal la atacan a ella y a su novio. Cuando eso pasa
los pitidos del grillo gigante interrumpen su voz y Brazos musculosos
intenta golpear a las aves. Recuerdo el día en que mamá se fue. Estaba
contenta porque sería la envidia del barrio. Una camioneta del canal de
televisión la recogería en la casa y la llevaría hasta el aeropuerto,
donde viajaría por primera vez en avión. Nos despedimos de ella antes de
que subiera al carro; a papá le dio un beso y él le dijo que no se
asustara cuando el avión despegara. “Es como un ascensor pero más
rápido”, fue lo último que le dijo antes de que ella partiera.
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El primero en llegar a la canasta, y
por lo tanto el ganador indiscutible del reality es Brazos musculosos.
Cuando mamá lo alcanza en la cima él la alza hasta tenerla a su lado.
Rodeados de un cielo salpicado de gaviotas, ellos dos se besan. Atrás de
ellos, y sin importar que las gaviotas sigan ahí, fuegos artificiales
estallan en luces que se reflejan en el mar. Veo a papá y llora
desconsoladamente. Cuando estaba aquí era ella la que lloraba. Papá
solía desaparecer por días y cuando eso sucedía ella dejaba de hablar y
reír. Papá la ignoraba y ella nos buscaba para abrazarnos y llorar. La
presentadora de La isla del tesoro le
pregunta a Brazos musculosos lo que va hacer con tanto dinero.
Conoceremos el mundo, es lo que afirma a la vez que rodea a mamá con su
cuerpo. Una tarde, y después de que mamá y papá se gritaron, me dijo que
tan pronto tuviera la oportunidad se iría lejos, donde no pudiéramos
encontrarla nunca. La agarré del vestido y le rogué que me llevara con
ella. Me miró un segundo y no dijo nada, solo se fue caminando a la
cocina. Esa tarde estábamos solos los dos. Papá salió insultando y
cerrando la puerta de un golpe, y mi hermano esos días estaba en la casa
de los abuelos. A nadie le conté lo que dijo pero creo que ya no es
necesario ocultarlo. Los créditos de La isla del tesoro descienden
a través de un mar de fondo. Imagino a mamá cruzando el océano en un
yate blanco. Brazos musculosos está a su lado y conduce el yate como si
supiera a dónde ir. Estoy en la punta del barco, mirando hacia abajo,
donde el mar es partido en dos por el yate. Vuelvo al sofá, donde papá
está envuelto entre sus piernas y brazos, y me preguntó qué diría ella
si volviera y viera el desorden que es ahora la casa. A mi lado está mi
hermano y por primera vez en mi vida lo veo llorar. Siento lástima por
él y por eso intento llorar también. Intento unirme a los dos en la
despedida de mamá. Lo intento varias veces, pero no puedo. Ya les
pasará, me digo a mí mismo. Guardo silencio y espero a que se detengan.
Cuando por fin se callan miro la hora y casi es de día. Los dos duermen
abrazados y yo subo las escaleras hasta mi cuarto. Una vez en la cama
pienso que será difícil pero podremos estar sin ella. Cierro los ojos y
sueño que nado hasta llegar a una playa donde mamá me espera sonriendo.
@Miguel Castillo: joven escritor santandereano, ganador de varios concursos nacionales de cuento. Perteneciente a las nuevas generaciones de la literatura de la región. Tallerista, jurado y cuentista de tiempo completo. Es egresado de la UIS.
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