EL
ÁRBOL, poemas de Gabriel
Arturo Castro
Desde tiempo atrás me han atraído los temas y
motivos de la naturaleza interior y exterior del hombre, según la conocida
síntesis aristotélica, donde la psiquis y la realidad circundante forman un
todo, una unidad interrelacionada, llena de conexiones y relaciones que varían,
evolucionan y cambian todos los días.
Dicha metamorfosis es a veces invisible para el hombre que contempla los
espacios y lugares que lo rodean.
Siempre ha existido una
dicotomía entre la naturaleza y el hombre, gracias a una visión antropocéntrica
del mundo, aspecto que ha permitido el total dominio del hombre sobre su
entorno, una doble condición de creación y destrucción. Esta visión
judeo-cristiana, reforzada por la revolución mecánica, tecnológica e
industrial, desconoce la existencia sagrada en los otros seres vivos que nos
rodean, por ejemplo, animales y plantas, quienes no poseen principios
espirituales propios. Los no humanos, en este caso, están desligados de nuestro
origen, separados del mundo humano y por lo tanto pueden ser destruidos sin
atenuantes morales. La contaminación es un
ejemplo, junto a la deforestación y pérdida de la biodiversidad,
actividades realizadas por el hombre quien su razón práctica erradica lo que
considera extraño a su naturaleza: la lógica del depredador, “cuya razón
produce monstruos”. Dicho comportamiento pragmático ha llevado a la pérdida de
contenidos vitales en la naturaleza, sobre todo el plano simbólico e imaginario
de naturaleza humanizada. Hoy en día asistimos a todo lo contrario: la deshumanización
del entorno propiciado por el racionalismo capitalista, profano, secular, de
acuerdo al mito del “progreso”.
La cultura dominante ha
impuesto una visión pobre y limitada de la naturaleza, según los modelos de
consumo. Los seres que rodean al hombre entran sólo a tener valor de cambio y
no valor de uso. Entre ellos están los bosques y el árbol, cuya existencia es
de un valor esencial para el hombre. Es la encarnación de la vida, el punto de
unión del cielo, la tierra y el agua, el eje sobre el cual se organiza todo el
universo. Los antiguos pueblos creían que el árbol estaba imbuido de gran
cantidad de energía divina creativa. Los bosques llegaron a simbolizar el
misterio y la transformación, la longevidad, la inmortalidad, la regeneración y
el renacimiento, además de sus propiedades curativas. Desde el inconsciente
colectivo el árbol es el centro del Paraíso, el origen de la vida, lugar de paz
y refugio, un lugar donde se hallan afectos, secretos y recuerdos, una memoria
activa del cada hombre acerca de la armonía, el crecimiento espiritual, el
saber, la manifestación del sol, la madre tierra, la fuerza vital invisible que
duerme, la iluminación, la fertilidad.
El árbol es casi para
todos los pueblos y culturas del mundo el símbolo del universo, el soporte, el
origen y el conocimiento. Con él se simboliza toda una cosmovisión que expresa
un carácter sagrado del mundo, de la vida y la naturaleza. Su figura contiene
los tres niveles cósmicos: inframundo (raíz-Madre- Tierra); tierra
(tronco-fertilidad) y cielo (copa-los cuatro rumbos). Ha significado eje del
mundo, ceiba sagrada, sostenimiento del cielo, columna de la tierra, cordón
umbilical, centro del mundo y libro de
los destinos. Para James Frazer algunos árboles están dotados de alma, lo que
les permite ser “poesía viva”, gracias a su extensión vertical, mirada aérea,
textura de sus nudosidades, sus ramas virtuosas, su perfecto orden interior y su idioma, que
según Eduardo Cote Lamus, anudan letras en sus troncos. Alguna vez José
Eustasio Rivera escribió en “La Vorágine” acerca de la extracción del
caucho:
Mientras rodeo el tronco para recoger
el líquido con la varilla acanalada del carana y guardar sus trágicas lágrimas
en el recipiente, la nube de mosquitos que la defiende chupa mi sangre y la
templada bruma de la selva me cubre los ojos. De este modo, el árbol y yo, cada
cual con su tormento, derramamos lágrimas ante la muerte y luchamos cuerpo a
cuerpo hasta sucumbir.
PERSEGUIDOR
El perseguidor de la montaña no necesita de lazo,
ni la trampa, ni el dulce metal fundido de una
ballesta. No. Sólo le basta lanzar las astillas de la
palma para cazar los pájaros nocturnos.
El perseguidor de la montaña no necesita de lazo,
ni la trampa, ni el dulce metal fundido de una
ballesta. No. Sólo le basta lanzar las astillas de la
palma para cazar los pájaros nocturnos.
FOGONERO
El fogonero, cuando prendía la hoguera de roble,
solía mirar a la mariposa de fuego que brotaba
con sus tildes rojas y las dos gotas de aceite quemando
el vivo paisaje de la noche.
Al final, extinta la llama, únicamente podía ver un
puñado de líneas delgadas sobre la ceniza.
EMBRIAGUEZ
El hombre del bosque cortó la sombra del viejo árbol,
aquel e speso ramaje que sostenía la embriaguez de los
pájaros de diablos
y lunas, y al mono aullador fijando
su voz ebria sobre
la copa o la corteza.
De la tala surgió
un misterioso árbol, segunda reunión
de espigas, madura
sombra, extensa y cierta.
Ahora la flor seca huele a vino rancio.
TRAMPA
La perdiz camina alrededor del árbol
dulce,
raíces amargas disfrazadas de
aromas,
frutos agrios vestidos de miel
silvestre.
Trampa de copa ancha y tronco corto,
la perdiz se acerca al árbol para
ser cazada.
BOSQUE
Quizás el brujo
viaje a buscar al árbol calmante
de la sarna, a
rezar frente al abuelo revivido dentro
de un roble
infestado de abejas, a descubrir el lugar
donde los follajes
ocultan los cuernos del ciervo o a
seguir dialogando cerca al hombre árbol, el árbol que
habla de la mujer
durmiente bajo su espectro. O quizás
el brujo
extraviado por siglos entre el bosque siga
juntando ramas
para formar una montaña.
JUANA DE ARCO
Al pie de la casa de mi padre se ve un bosque, cima de monte,
madriguera del sol descendiendo. Allí los enfermos preguntan por el árbol de la
fuente que los sana.
Ellos son fuertes cuando caminan sobre la colina, decididos al
cruzar el campo. Pasean alrededor del árbol, sujetan las guirnaldas de sus
ramas y hablan de la vigilia, del paraíso al extremo del cielo, del sueño
vuelto llama y ceniza.
No son adeptos a la inmortalidad, llevan la palidez, el final en
su propio vientre. No sé si transitan por la edad de la razón, pero les oí
murmurar que de ese tronco saldrá una joven, una heroína creadora de milagros.
Desde entonces elegí mi
destino junto al árbol.
ENTRE
LA SELVA Y EL HOGAR
No midieron su viaje entre la selva y el hogar. El
algún lugar del mapa tocarán con las manos el suelo de su origen y lo
reinventarán todo, la raíz oscura, lenta y verdadera, el mapa de todas las
grutas, el musgo ceñido a la garganta, la idea de otra edad en expansión, la
afilada indecisión de un límite.
Su sitio en el paraíso será feriado, junto a su sed
por el zumo de sandía, el bosque de cuerpos luminosos.
2 comentarios:
Hermosos poemas, gracias por compartirlos. Un saludo a los dos poetas.
Hermosos poemas, gracias por compartirlos. Un saludo a los dos poetas.
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